jueves, 26 de septiembre de 2013

NOVELAS DE CEUTA (1): CABO DE VARA de TOMÁS SALVADOR

SALVADOR, Tomás: Cabo de vara. (Destino. Colección Áncora y Delfín. Barcelona 1958. 333 páginas. 2ª edición en 1965 con 383 páginas;  Círculo de Lectores. Barcelona 1970. 286 páginas; Ediciones G. P. Libros Reno. Barcelona 1970. 312 páginas y otra edición en 1973 con otra cubierta)
   Presidio era una fortificación militar, un baluarte de control y defensa del territorio de origen romano. Los españoles usaron en término para referirse, más concretamente, a castillos o fortalezas fronterizas bien en la Reconquista, en la Flandes o en la Conquista americana. También en las adelantadas españolas en tierras africanas. Este es el origen de Ceuta. Los presidios albergaban a las tropas de guarnición y a una población de penados que estaban forzados a realizar las obras de reparación o mantenimiento o las nuevas construcciones que las defensas requerían. De ahí que presidio cogiera un significado penitenciario. En África existía un presidio mayor, que era Ceuta (después también Melilla) y otros menores (Vélez de la Gomera, Alhucemas y Chafarinas). Es decir, las actuales posesiones españolas en el norte de África. Al estar los presidiarios forzados a trabajar, la penalidad de presidio era mayor que la de simple prisión, reservándose a los delitos más graves, y así figuró en el Código penal español hasta hace poco.

   Ceuta fue tradicionalmente presidio. Plaza fuerte frente al moro y lugar de confinamiento de condenados. Los presidiarios sufrían condiciones de vida muy duras, casi insoportables. Hasta el reglamento de 1745 no se regulaba su funcionamiento. Los presidiarios vivían hacinados en naves insalubres, trabajaban en obras públicas o servicios particulares si eran clasificados como aptos para ello y llegaban a cobrar pequeñas cantidades. Los menos peligrosos o rebeldes salían a trabajar fuera, se incluían en los batallones de guarnición y auxiliaban a los carceleros. Muchos se quedaban a vivir en la ciudad cuando acababan sus condenas. A finales del XIX aparecieron las cárceles modelos y se cambió el sistema humanizándolo.
   En este ambiente sitúa Tomás Salvador su novela Cabo de vara, aludiendo a cargo que ocupaban algunos presidiarios de confianza para la vigilancia y castigo de los reclusos. El autor nació en Villada (Palencia) en 1921 y murió en Barcelona en 1984. Estuvo en la División azul (fruto de esas experiencias es su novela División 250) y a su vuelta ingresó en la Policía. Por esto se pensó que era un autor franquista y reaccionario. No es así, era una persona que vivió durante el régimen con tranquilidad y sin desacuerdos políticos pero que conservaba un cierto grado de humanismo y liberalismo como se ve en novelas como Cabo de vara. Si todos los que vivieron acomodados durante el franquismo hubieran sido acérrimos franquistas, la transición no hubiera sido posible. Escritor prolífico, cultivó varios géneros de novela. Fue un pionero de la ciencia ficción española en libros como La nave (1958) o Marsuf, vagabundo del espacio (1977). Ganó el premio Ciudad de Barcelona en 1953 con Esta noche estaré solo, el nacional de Literatura en 1954 por Cuerda de presos y el Planeta de 1960 por El atentado. También fue finalista del Nadal en 1951 por Historias de Valcanillo. Era un escritor clásico pero buen constructor de historias y personajes. Un excelente ejemplo de la buena segunda fila de novelistas españoles de la época. Sus novelas aún se leen con agrado y pueden llegar a gustar al lector actual.
TOMÁS SALVADOR
   Salvador construye una novela intimista en la que enlaza a personajes diversos que muestran sus historias, la mayoría vidas rotas, existencias sin dignidad, sin libertad pero donde se atisba aún un ápice de esperanza. Es una novela humanista en el sentido de que de toda ella se extrae una crítica –sin ser escandalosa o feroz- de las condiciones de los presidiarios y una sincera creencia de que un sistema penitenciario distinto podría cambiar la situación de los delincuentes. Salvador conoce bien los clásicos de  la criminología en España, los reformistas del sistema carcelario y la situación de los delincuentes. No hay que olvidar que era policía. La novela no sigue la acción de uno solo protagonista, aunque se vale de algunos para hilar el relato, sino que teje historias cruzadas como le gusta hacer en su manera de escribir. Los adaptados al sistema y los que creen que es posible mejorarlo, los idealistas y los conformistas. Un diálogo del final de la Primera Parte es bastante descriptivo:
-          No me fastidie usted, capataz. Hay que amar al prójimo.
-          De boca. Pero sin estorbarle.
   El ayudante se encontró sin palabras. Ayudar y estorbar, dos situaciones distintas unidas en una misma persona. Estupendo encuentro con la filosofía. Pero el ayudante se negaba a pensar en la filosofía:
-          Debemos ayudar, aunque estorbando.
-          No seré yo.
-          Capataz, es usted un cobarde.
-          Sí, eso debe ser.
-          Pues no hablemos más.
   Y aunque bebieron, no hablaron más en toda la noche. La noche de la última ronda. (Final de la Primera Parte).





   Las fuentes que utilizó Tomás Salvador para ambientar esta novela que se desarrolla entre 1883 y 1888 son evidentes. Además de la literatura penalística, Salvador se inspiró muy directamente en un libro publicado en Málaga en 1886: Catorce mese en Ceuta de Juan José de Relosillas. El autor fue un periodista malagueño que ejerció de carcelero una breve temporada y fruto de su experiencia es este libro ameno que desentraña algunas de las características de la ciudad africana. Se reeditó en Ceuta en 1985. Las deudas a Relosillas son más que evidentes. Posiblemente Tomás Salvador también conociera otro libro curioso sobre el presidio ceutí, La vida en el presidio (Barcelona 1909) de Jesús Mijares Candado, aunque en este caso los préstamos no son evidentes. Y es más que probable que hubiera leído Los vivos muertos (1929) de Eduardo Zamacois, antecedente de la novela de presidio.


















   Cabo de vara fue llevada al cine en 1978, dirigida por Raúl Artigot con guión del mismo Artigot y Juan Cortés y con un reparto encabezado por Ramiro Oliveros, Santiago Ramos, Alexandra Bastedo y Alfredo Mayo.

viernes, 20 de septiembre de 2013

FERMÍN REQUENA Y “LA NOVELA AFRICANA”

   Fermín Requena fue un personaje importante de la vida melillense anterior a la Guerra Civil. Hombre inquieto, lleno de proyectos intelectuales y de actividad literaria. Había nacido en Higuera de la Sierra (Huelva) en 1893 y murió en Antequera (Málaga) en 1973. Fue maestro en Algeciras desde 1916 y allí publicó sus primeros poemas. En 1920 accede a una plaza en Melilla. Sus actividades políticas republicanas, aunque moderadas, le valieron la represalia y desde 1939 a 1947 estuvo al margen de la enseñanza pública. Ese último año obtuvo plaza en Antequera donde ejerció hasta su jubilación.
   Su actividad intelectual y literaria fue notable. Publicó varios ensayos, libros de poesía y novelas. Y fue fundador y director de las revistas El Profeta (1923) y  Vida Marroquí (1926-1936), que se editaba en Melilla. Era nacionalista andaluz, pedagogo convencido del valor de la educación para la integración social.
  Una de sus empresas más importantes fue la fundación de la colección de novelas cortas La Novela Africana, cuyo primer número vio la luz en 1924 y el último del que tengo noticia, el 29, es de 1930. Es éste una de las colecciones más misteriosas de la literatura africana española. No conozco una colección completa, ni siquiera todos los títulos. Se puede decir que es una de las joyas raras de la bibliografía hispanoafricana. De uno de los ejemplares deduzco, no con total certeza, los títulos publicados:
1 Fermín Requena: Una mujer sin corazón.
2 Fray González: Bajo el cielo africano.
3 José Jaime Gallardo: No hubo amor.
4 Arístides de Campomanes: El salto del héroe.
5  Francisco de Aizpuru: Receta de amor.
6 Calos Casajuana: Angelina.
7 Miguel Benítez de Castro: El gran viaje.
8 Fermín Requena: Mohammed.
9 Alfredo López de Arellano: Fue un retrato.
10 Juan Ramírez Alamilla: La leyenda de las ruinas.
11 Antonio F. Gómez Martínez: La virgen de bronce.
12 Miguel Benítez de Castro: El brujo de Fez. Alfredo López de Arellano: Una mancha de sangre.
13 Francisco Carcaño Mas: El desliz.
14 Enrique Ruiz de Silva: La pícara vida.
15 Fernando de los Ríos: El pino de las águilas.
16 Melchor Continente de Lara: Un hijo de... Rita.
17 Lola España: Llanto de plomo.
18 Narciso Díez de Escobar: Un asesinato misterioso.
19 Miguel Benítez de Castro: El astrónomo.
20 Francisco Carcaño Mas: Hieles heroicas.
21. Samuel Benchetril: Lágrimas.
22 Melchor Continente de Lara: El abrazo de azucena.
23 Francisco Carcaño: Intacta.
25 
29 Fermín Requena: El milagro.
   Además se publicaron, ignoro el número, otras como La caricia de las almas de Eusebio Arcillaga. Los libritos iban ilustrados, como era habitual en ese tipo de publicaciones, por artistas tan melillenses como Diego Mullor.
   Fermín Requena es autor de dos de ellas. Mohammed (1924) es la historia de un renegado que se vuelve contra sus compatriotas, llena de crueldad, con la sombra de un incesto que era un asunto tabú, la novela recorre los lugares donde se estaba combatiendo con un conocimiento profundo de los hechos. En El milagro (1930) se cuenta la historia desde el otro punto de vista, el de un cautivo español que escapa de los rifeños de Axdir donde se ha mantenido gracias a su fe religiosa. En esta segunda novela las páginas dedicadas a Marruecos son apenas cuatro.

 La colección es, como digo, una rareza para arqueólogos bibliográficos.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

EL DESASTRE DE ANNUAL EN "LA NOVELA SEMANAL"

   Las colecciones de novelas cortas fueron una de las principales lecturas de las familias españolas cuando aún no se había difundido el uso de la radio. Era, pues, una manera de distracción, de llenar el ocio. Las familias burguesas se suscribían a las diferentes colecciones existentes a lo largo de los años, y solían pasarla de unos miembros a otros salvo la censura moral que los padres ejercían sobre hijos y, sobre todo, hijas. Después algunos las encuadernaban y pasaban a las bibliotecas domésticas junto a la otra fuente  principal de información y ocio que eran las revistas ilustradas, verdaderas joyas. Una de esas colecciones fue La Novela Semanal, colección aparecida en 1921. Quizás la última gran colección. Pertenecía a la empresa Prensa Gráfica, muy potente en la época ya que editaba las revistas Mundo Gráfico, Nuevo Mundo y La Esfera. El editor y propietario era José María Carretero Novillo, conocido en el siglo como El Caballero Audaz, escritor fácil que tuvo una etapa galante y otra muy política, tomando partido por el bando franquista y escribiendo una serie de gran éxito entre los lectores del bando vencedor, La revolución de los patibularios. Fue un gran periodista, uno de los mejores entrevistadores, buen crítico taurino y aceptable novelista aunque ya pasado de moda. Su olfato de editor y de escritor de éxito le dijo que en el desastre de Annual había materia para escribir y tuvo la iniciativa, entre otras, de dar a la luz una serie de novelas sobre la tragedia, dentro de la colección aunque publicadas como números extraordinarios. Para ello encargó a cinco de sus mejores colaboradores la redacción de unos relatos que vieron la luz entre 1921 y 1922. Como era habitual en la colección, todos muy bien ilustrados. Eran novelas cortas patrióticas en las que se ensalzaban los valores de los nuestros y se clamaba por la venganza. Fueron los siguientes:
1.      El héroe de La legión de El Caballero Audaz. (Publicaciones Prensa Gráfica. La Novela Semanal número extraordinario. Madrid. Sin fecha (1921). 76 páginas. Ilustraciones de Penagos).
   Es una típica novela legionaria. Presenta al recién creado cuerpo como una escuela de redención en la que el desesperado, el perdido, el errado puede llegar a héroe. El autor volverá al tema africano en otras novelas, sobre las que volveremos en su día.



 2.      Los caballeros de Alcántara de Antonio de Lezama. (Publicaciones Prensa Gráfica. La Novela Semanal número extraordinario. Madrid. Sin fecha (1921). 79 páginas. Ilustraciones de Ricardo Marín).
   Lezama había sido director de otra colección célebre de novelas cortas ilustradas El Libro Popular. En esta novelita se incluye en la línea de exaltación al ejército patrio pero sin olvidar algunas críticas a mandos y políticos.

3.      La misma sangre. de Juan Ferragut. (Publicaciones Prensa Gráfica. La Novela Semanal número extraordinario. Madrid,  31 de diciembre de 1921. 77 páginas. Ilustraciones de Penagos).
         


4.      Bajo el sol enemigo de Antonio de Hoyos y Vinent. Publicaciones Prensa Gráfica. La Novela Semanal número extraordinario. Madrid,  8 de marzo de 1922. 75 páginas. Ilustraciones de Echea).
   Otra novela legionaria de ideario similar a la de El Caballero Audaz. Hoyos era un autor conocido, de gran cultura y educación esmerada, homosexual y decadentista. Pero no le importó sumarse a la corriente patriótica para pedir una acción enérgica en el protectorado.


5.      Lupo, sargento de  Carlos Micó. (Publicaciones Prensa Gráfica. La Novela Semanal número extraordinario. Madrid,  8 de abril de 1922. 73 páginas. Ilustraciones de Ricardo Marín).
   Micó conocía bien La Legión desde dentro. Se alistó, combatió bien y ascendió por méritos de guerra. Su personalidad original merece ser comentada cuando hable de otras de sus novelas africanas. No le falta sentido del humor en su relato guerrero.




   Además, esta colección publicó otros dos números ordinarios sobre el desastre:

6.      Sacrificio de Emilio Carrere. (Publicaciones Prensa Gráfica. La Novela Semanal número 48. Madrid,  10 de junio de 1922. 73 páginas. Ilustraciones de Echea).
   Carrere es el único de los autores que tiene un fondo antibelicista, contrario a la aventura colonial y a los sacrificios estériles que estaba provocando en familias modestas. Está dentro de la numeración ordinaria de la colección aunque se anuncia como extraordinaria.


7.      El sorbo del heroísmo de Gabriel Alomar. (Publicaciones Prensa Gráfica. La Novela Semanal número 91. Madrid,  7 de abril de 1923. 60 páginas. Ilustraciones de Regidor).
   El autor dedica las cuatro últimas páginas de su novela a un relato sobre un viejo moro marroquí de Tetuán que se lamenta de la destrucción que causan los españoles.





miércoles, 11 de septiembre de 2013

AVENTUREROS EN TÁNGER (1)

MARTÍNEZ-HIDALGO, José María: Niebla en el estrecho (Barcelona 1951. Editorial Juventud. 222 páginas).
VELA JIMÉNEZ, Manuel: Los dineros del diablo (Barcelona 1958. Editorial AHR. 231 páginas).
ONIEVA, Antonio J.: Un aventurero en Tánger (Madrid 1962. Ediciones EGO. Colección Volad de aventuras. 78 páginas).
MARCOS, Eduardo: Sujeto peligroso en Tánger (Barcelona 1958. Ediciones Domingo Savio. Colección Ardilla nº 80. 80 páginas).
   Tánger fue un experimento político, una situación extraña motivada por intereses geopolíticos. Al no querer las potencias que España, Francia o el Reino Unido tuvieran la llave completa de las dos orillas del Mediterráneo occidental, se acudió al expediente de crear una zona internacional en la que varios países compartían, de manera desigual, la administración siendo España y Francia las que se llevaron la mayor parte. Esta forma de soberanía compartida generó una legislación extraña, entre puerto franco y paraíso fiscal, que llamó a toda suerte de contrabandistas, aventureros, financieros de fortuna, espías, vividores o bohemios. De aquí surgió una vida económica fácil y rica, basada más en la especulación que en otra cosa. Y un ambiente de lujo producido por el flujo de divisas. Pero también atrajo al hampa de todo el mundo que pronto vieron las posibilidades de lucro que presentaba la ciudad. Esta situación social caracterizada por una gran tolerancia también atrajo a escritores de todo el mundo y por allí desfilaron Truman Capote, Tennesee Willians, Jean Genet, William Burroughs, Paul Bowles, Paul Morand, etc. Y el asunto novelesco también fue aprovechado, con mejor o peor fortuna, por algunos españoles. Entre ellos los que entendieron que se podía construir una historia de aventuras.
   El ambiente, personajes y situaciones que podían ser novelescas fueron aprovechados con desigual resultado. Algunas novelas se refieren a Tánger de pasada, como una manera de enriquecer el relato que transcurre por otros derroteros. Otras se centran de lleno en el universo de la ciudad. En general, como es norma en la novela colonial española, los resultados no son extraordinarios y sólo en algunos casos contados se puede entrever el reflejo de lo que fue la sociedad tangerina. No obstante, vamos a dar una repaso somero a lo que se escribió.
   Antonio J. Onieva (1886-1977) era un navarro dedicado a la enseñanza. Estudió magisterio y Derecho y ejerció de inspector de enseñanza primaria en Asturias. Su vocación literaria se traduce en un considerable número de libros sobre historia, biografías, ensayos y, al menos, cinco novelas. Fue el primer director de  La Voz de Asturias. Militó en el republicanismo reformista de Melquiades Álvarez pero en la Guerra Civil optó por el bando franquista. Un buen día, quizás por la atracción de los buenos sueldos, se fue al Protectorado de Marruecos y continuó allí su carrera administrativa, llevando asuntos relacionados con el turismo. Fue Director General de Prensa, Radio y Propaganda del protectorado. Es autor de una notable guía turística sobre la zona y de otros libros de viajes.

   De su paso por Marruecos, como a tantos otros con sensibilidad literaria, le quedó el gusto por escribir sus impresiones y le dio salida en forma de novela. Un aventurero en Tánger se publicó después de la independencia del país y trata de dibujar, con ironía, el ambiente de la ciudad donde todo era posible y donde todo se conseguía con buenas o malas artes. Aquí no prospera más que lo falso (página 52). La novela carece de una intriga atrayente, es más una sucesión de páginas en las que desfilan seres pintorescos y situaciones curiosas desde la lente del autor. Es una parábola de la mentira triunfante con moraleja.
   De curiosidad podemos calificar a la novelita Sujeto peligroso en Tánger de Eduardo Marcos (posiblemente un seudónimo nutricio de Luis Carandell). Se publicó en la colección Ardilla y eran lecturas de veinte minutos pero de popularidad entre los jóvenes, auspiciadas por los salesianos. Sólo una parte se desarrolla en la ciudad internacional, en una trama de lucha entre bandas mafiosas y con el contrabando de fondo.

   Hay dos novelas, en esta primera selección de aventuras tangerinas, de mayor entidad. Y mejor trazadas. José María Martínez Hidalgo (1913-2005) fue un marino –primero mercante y después militar- asturiano afincado en Barcelona donde dirigió el Museo Marítimo. Escribió algunos libros de asunto náutico alguno dedicado a Lepanto o las carabelas de Colón, diccionarios o enciclopedias marítimas. También se atrevió con la novela, aunque siempre ambientada en el mar, como la que nos ocupa o Farruquita (1953). Niebla en el estrecho conjuga la pasión náutica con el atrayente mundo del contrabando en el estrecho de Gibraltar. Es, ante todo, una esta novela marinera, un canto al hombre de mar y al barco de vela. Las referencias a Tánger son pocas, esporádicas y circunstanciales, por lo que no entra de lleno en la materia de este blog aunque merece la mención.

   Vela Jiménez fue escritor y periodista. A veces firmaba en El Noticiero Universal de Barcelona. De tendencia falangista, estaba próximo a Luys Santa Marina y se acercó a la novela en varias ocasiones. Los dineros del diablo es una novela casi negra sobre los bajos fondos tangerinos, el ambiente del contrabando y la lucha por la supervivencia de personajes de varia calaña llegados de cualquier parte del mundo que se juntan con los marroquíes atraídos por el dinero fácil que les proporcionaría comodidad y seguridad. Vela escribe con rapidez las distintas escenas. Le preocupa más describir un ambiente de corrupción que detenerse en aventuras y conflictos. Son más interesantes los personajes que la historia. La novela se lee bien, con facilidad, pero lo único verdaderamente original –al menos en la novela española de la época- era el escenario colonial. El tiempo transcurre entre las dos orillas, los arrabales de La Línea y las gentes de Gibraltar. La mala vida como camino hacia la buena vida. Los que no tienen nada que perder y se arriesgan. Tánger tiene muchos caminos. Todavía con valor, con ese valor tan simple de jugarte la vida a cara o cruz, puede hacerte rico (página 89). Es una novela de perdedores, de desarraigados que comprenden que también en el delito hay escalas y rangos pero a los que, al menos lo piensan con fatalismo, no les quedaba otro camino. Mejor novela que las otras citadas, sirve de muestra de un aspecto de la compleja sociedad tangerina de la etapa colonial.


lunes, 2 de septiembre de 2013

ORÁN ESPAÑOL EN LA NOVELA

REYES BLANC, Luis: Cartas de Orán. (Editorial Martínez Roca. Barcelona 2002. 231 páginas).
VIDAL, César: El violinista del rey animoso (Anaya. Madrid 2001. 149 páginas).
PÉREZ-REVERTE, Arturo: Corsarios de Levante (Alfaguara. Madrid 2006. 348 páginas; Círculo de Lectores. Barcelona 2007. 348 páginas; Punto de Lectura. Barcelona 2008. 324 páginas)

   Orán fue posesión española desde que la conquistó el cardenal Cisneros en 1509 hasta el abandono definitivo en 1791. Con el castillo de Mazalquivir constituían un dominio inexpugnable, comparable en defensa a Cartagena de Indias. Los españoles tomaron esta posición, como otras tantas perdidas después, para evitar la acción berberisca contra las naves cristianas que cruzaban el Mediterráneo. Los turcos se aprovechaban de los piratas para entorpecer el comercio cristiano y para proveerse de esclavos. Los españoles pretendían impedir estas acciones, proteger las costas españolas contras las incursiones africanas y tener una base para atacar a los navíos otomanos y los de los pueblos vasallos, para realizar cabalgadas contra las tierras circundantes en busca de botín y esclavos, y mantener al enemigo dentro de las fronteras. Como dice Reyes Blanc en su novela: Los presidios españoles en Berbería, empezando por los que ya hemos perdido, han sido palos en las ruedas del Turco cuando mejor rodaba, retrasos para su carrera hacia Occidente cuando iba más veloz, avispas que distraían al león en el momento en que más feroz era (pp. 91-92). Con esta historia de más de dos siglos, es raro que no haya más ficción sobre la materia.

   No se puede hablar propiamente de colonialismo pero es lo más parecido que hay. La ciudad de Orán contó con  una población española establecida, descendientes de los que acompañaron a Pedro Navarro cuando legó con Cisneros o de los soldados licenciados que optaron por permanecer en la ciudad. Además contaba con numerosas tropas de guarnición y con desterrados y presidiarios. En este escenario que parece tan novelesco sin embargo se han situado muy pocas ficciones en la literatura española.
   Luis Reyes Blanc es un periodista nacido en Albacete en 1945. Por su trabajo como corresponsal y más tarde para la ONU ha conocido África de primera mano y fruto de esas experiencias son libros como Movimientos de liberación en África (1973), De Jerusalén a Moscú (1992), Historias del África perdida (2001) y otros. También ha escrito libros de historia como El cardenal infante (2012). Mezcla de su curiosidad por África y su gusto por la historia es la novela Cartas de Orán en la que narra la vida española en la ciudad argelina, en la llamada Corte chica, entre 1579 y 1581. Podemos llamar a ésta novela-ensayo porque, lejos de armar una novela histórica al uso, de montar intrigas y aventuras imaginadas en escenarios reales o de recrear vidas pasadas con hechos probables, Reyes Blanc ofrece un retablo de sucesos enmarcados en la ciudad. Ha recreado a la perfección algunos aspectos, los conocidos, de la vida oranesa del XVI, colocando en los episodios a algunos de los personajes de los que se tienen noticias ciertas: El gobernador, Vespasiano Gonzaga que fue autor de las fortificaciones, el propio Miguel de Cervantes una vez libre del cautiverio de Argel…. Todo ello tomado de fuentes conocidas que el autor reconoce como inspiración: Las obras de Cervantes, Diego Suárez, Argote de Molina, Vélez de Guevara o el padre Diego de Haedo...

   El autor se vale de un duque desterrado a Orán y de uno de sus criados, que es el encargado de narrar la vida oranesa mediante cartas que envía a Argote de Molina a Sevilla. En estas epístolas desgrana algunas historias recogidas de la bibliografía y otras de pura invención para darle a la novela un aspecto ficticio. En esas crónicas que destapa lo que pudo ser la existencia de los españoles en la plaza, con una sucesión de destierros, cabalgadas, penurias… La difícil convivencia con los pueblos vecinos, unos amigables –moros de paz- y otros enemigos –moros de guerra-. Y la rivalidad existente con los otomanos que ya dominaban los reinos de Argel y Tremecén. El conocimiento de la historia y la moderación en la narración de acontecimientos, ya que el autor evita aburrir al lector con un relato exhaustivo de todo lo posible, concluye en una novela amena y curiosa en torno a las gentes contradictorias del renacimiento, nobles, caballeros e hidalgos españoles desterrados por graves delitos y conductas censurables pero que, llegada la ocasión, demuestran un valor, honor y generosidad ejemplares.
   El conocido periodista y prolífico escritor César Vidal publicó una novela en 2001 con el encomiable propósito de dar a conocer a los jóvenes la historia de España durante el reinado de Felipe V y, consecuentemente, la vida cortesana del siglo XVIII. Es una novela tradicional pero bien  escrita en la que se sirve de un violinista adolescente para situar los hechos. Entre los capítulos, hay algunas referencias a Orán. Concretamente, se habla de la toma de Orán y Mazalquivir tras la pérdida en la guerra de Sucesión. Algunos detalles sobre el trasfondo histórico pero sin especial importancia desde el punto de vista de historia colonial.

   Arturo Pérez-Reverte decidió novelar la historia bélica de imperio español valiéndose de un personaje atractivo y complejo, el capitán Alatriste. Lleva ya publicadas siete novelas de la serie que empezó en 1996. El autor decidió abandonar la línea crítica de la novelística española contemporánea y retomar la historia de España sin que fuera el relato de una serie de abusos y matanzas. Hay episodios de los que enorgullecerse y presumir. Sin que ello signifique que sus personajes sean todos y siempre nobles y buenos.  Para contar episodios y batallas, posee un notable conocimiento de la historia que lo hace experto en algunas materias como lo relacionado con la navegación. En este discurrir por el siglo XVII no podía falta una entrega relacionada con los presidios africanos y aprovecha la atractiva situación de Orán. Escribe:     La ciudad participaba de la ruin condición del resto de las plazas españolas en África, mal abastecida y peor comunicada, con sus defensas mermadas por la improvisación y la incuria. Pero en este caso no se trataba de una peña seca y fortificada como Melilla, sino de un verdadero lugar con río, agua abundante y huertas aledañas, amén de una guarnición que, aunque insuficiente –en aquel tiempo había unos mil quinientos soldados con sus familias además de quinientos vecinos de diversos oficios-, se las arreglaba para defenderse y, llegado el caso, ofendía con desenvoltura. De manera que si las plazas españolas se encontraban casi abandonadas a su suerte, la de Orán, siendo mala, no era de las peores.
   El Orán que nos muestra Pérez-Reverte es el que mejor se acomoda a sus personajes, aunque quizás no era el real. Esta ciudad en 1627, año de la trama novelesca, seguramente estaba mejor guarnecida y con las fortificaciones más cuidadas de lo que refleja la novela. Pero el autor quiere incidir en el abandono en que se encontraban los tercios españoles, los combatientes ultramarinos, las posesiones fuertes en África y los dominios europeos que cedían en importancia frente a las nuevas tierras descubiertas en América. Los personajes de Pérez Reverte son soldados de fortuna que conviven con la muerte, con el peligro y la mala vida. Mal pagados, se resarcen con los botines de guerra que en Orán tiene  origen en las cabalgadas contra los moros de guerra de las tribus fronterizas. Son pendencieros, tramposos e inmorales; pero de noble corazón y siempre al servicio del rey y la patria. Pérez-Reverte tiene una buena prosa y mantiene la atención del lector con sucesión de peripecias de los distintos personajes, bien caracterizados. No tiene problemas para usar la técnica de los folletinistas (en algunas de sus novelas se ven influencias de Dumas o de Fernández y González), de aquellos novelistas bélicos tan de moda en los 60 y 70 como Larteguy o Hassel o, incluso, de las novelas del oeste. Son artificios de una gran utilidad para mantener al lector interesado en el desarrollo de la acción. Y, si se utilizan bien y con calidad no hay nada que oponer.



   Pérez-Reverte no se detiene mucho en Orán. Sus descripciones de la ciudad y alrededores son las mínimas para encuadrar el relato. Después de un tercio de las páginas, la novela se traslada a otros escenarios mediterráneos.