martes, 30 de diciembre de 2014

EL SAHARA ESPAÑOL ENMASCARADO: TRÓPICO DE AUSENCIA de ANTONIO SEGADO DEL OLMO

SEGADO DEL OLMO, Antonio: Trópico de ausencia (Editora Nacional. Madrid 1973. 219 páginas).
Segado del Olmo fue un periodista y escritor nacido en Murcia en 1943 y muerto prematuramente en 1987. Dedicado sobre todo a la radio, es autor de novelas como El palmeral (1969), La última arena (1969), La ruptura, en colaboración con Carmelo M. Lozano, (1974), Ceremonial de ahogados (1977), Largo trayecto (1977) y El día que llegó el mar (1981). Además de ensayo y cuentos.

   En 1973 publicó sui novela más celebrada, ambientada en el Sahara Español que conoció: Trópico de ausencia. Novela muy elogiada por Castillo Puche o por Joaquín Marco (ver http://www.regmurcia.com/docs/murgetana/N076/N076_007.pdf).
   Segado es minucioso en la descripción de gentes y paisajes, de ambiente y de sentimientos. Tiene algún paralelismo con los novelistas andaluces de su época, barrocos y con inquietudes sociales. La acción es débil, se recrea en la tensión del momento, en espera de un acontecimiento, que el lector va asumiendo.
   El autor esconde, bajo nombres extranjeros o supuestos, la realidad de una ciudad llamada Nûr y que bien podría ser El Aaiún, o quizá Villa Cisneros por la referencia que hace a un antiguo fuerte colonial. O una mezcla de las dos. Con ello pretende describir la vida en la misma sin que falta una crítica al hastío, aburrimiento y desazón de los europeos alejados de su ambiente vital: …cuando vino al desierto, alguien habló de su prestigio como médico en Europa; pero aquí arribó en el estado del hombre para el que la vida ha perdido todo interés, y solo se complace en lenta, no muy lentamente –una vez clausurada la posibilidad de sufrir más, ¿pero cuál era su sufrimiento?-, ir completando su proceso de abandono, de autodestrucción (página 45).  Algo muy común en la novela colonial, el cafard de los franceses. Hay una sensación de final de una etapa en los europeos y una esperanza de nueva vida en los saharauis. La novela enmascara, quizás por tratarse de la etapa final del franquismo en la que ser más explícito le hubiera impedido publicar, los últimos meses del Sahara Español en una trama de vidas privadas y situaciones típicas del ambiente colonial.

   Incide en las diferencias entre colonos y colonizados. En el sentimiento de superioridad europeo. Pero también en el cambio que se opera en la vida tradicional por influencia de los que llegaron del otro lado del mundo. Y ya vislumbra un atisbo de conflicto, como los habitantes del territorio que conocían la inquietud social: Hay peligro en todas partes. Es una revuelta lo que se está fraguando. Están aguijoneando a algunas tribus. Y sabemos que incluso en Nûr hay algunos individuos con misiones concretas que… (página 56).
   El narrador, que se coloca con cierta distancia de los hechos, sin embargo asume –por conocerlo bien- el estado de desazón de los expatriados que no encontraron un paraíso en la tierra sino una especie de purgatorio del buen sueldo: Viene uno aquí creyendo que en muy poco tiempo se va a ganar bastante dinero para regresar a Europa. Pero estás aquí, ¿y qué? Las cosas resultan muy diferentes. Es cierto que como empleado del Gobierno ganas bastante más que lo que podrías conseguir allá, pero los ahorros de un año no te dan sino para unas espléndidas vacaciones. Para regresar durante unos meses y llenarte de la vida que tanto ansías mientras andamos metidos en este agujero (página 93). Una vida provisional que se va haciendo permanente sin querer que sea definitiva. Al narrador no le gusta la aventura, no le apasiona la vida en el desierto. Es un mercenario.
   Con esta visión de desarraigo, es natural que el escritor vea en los europeos más ganas de riqueza que de ética. Parecen más auténticos los personajes indígenas, los que pertenecen a la tierra y van a continuar en ella. Los que no añoran regresar ricos para iniciar la vida que quieren y que les satisfará. En la novela hay más pesimismo que esperanza. Les salva el amor y la acción constante cuando la guerrilla se organiza y amenaza. El final de la novela se desarrolla en un fuerte aislado en el interior del desierto. El relato se hace más vivo, más emotivo. Los personajes se caracterizan mejor que en la lenta etapa de la ciudad. El libro acaba con la incertidumbre del final de una colonia imaginaria uqe se parece mucho al Sahara Español.


miércoles, 10 de diciembre de 2014

NOSTALGIAS COLONIALES (7): LA CASA DE LA PALABRA de JOSÉ ANTONIO LÓPEZ HIDALGO

LÓPEZ HIDALGO, José Antonio: La casa de la palabra (Debate. Madrid 1994. 188 páginas; Ideas. Santa Cruz de Tenerife/Las Palmas de Gran Canaria 2007. 255 páginas).
   La revista Debats, publicada por la Diputación de Valencia, ha dedicado su nº 123 a la literatura de Guinea. En este número aparece un artículo de J. F. Siale Djangany titulado “Hilvanando derechos en la literatura colonial sobre Guinea Ecuatorial”. Me llamó la atención, al leerlo, que el autor se refiriera a La casa de la palabra como ejemplo de la literatura de apología colonial. Lo mismo hizo con otra novela mía. No recordaba yo eso y volví a leer el libro de López Hidalgo. Me parece que Siale, para apoyar su victimismo colonial, coge el rábano por las hojas y hace decir a algunos autores cosas que no dicen, solo para que coincidan con la tesis prevista al escribir el artículo. Para criticar la colonización no hace falta recurrir a este método porque hay ya abundante literatura apologista y justificadora a la que se puede recurrir para subrayar argumentos y doctrinas. Los abusos coloniales (la colonización fue en sí misma un abuso en términos absolutos) deben ser criticados sin tergiversar las fuentes.

   La casa de la palabra no es una justificación de la colonización, más bien al contrario. Eso no significa que el autor no pueda colocar personajes o situaciones que representen un anacronismo y traten de explicar mentalidades pasadas. No se trata de justificar esa mentalidad, solo de reflejarla. La novela aborda formas distintas de entender el hecho. La vieja guineana que no disimula la añoranza del pasado, la joven española que busca sus raíces sin entender muy bien lo que pasa en el nuevo país, y un complejo conjunto de personajes distintos y opuestos diseminados entre los dos tiempos del libro, el pasado colonial y el presente de la época en la que el autor vivió en Guinea Ecuatorial (principios de los 90 del siglo XX). Cada uno en su esfera de mundo, en su percepción personal.  Una anciana que, frente a los problemas que ve en la sociedad que la rodea, se imagina una falsa solución en el pasado español. Y la joven cooperante, buscando su camino, de la que escribe el novelista: Carolina pensaba que se había hecho enfermera por esa estrategia supuestamente altruista de quienes se buscan a sí mismos aliviando los padecimientos de los demás, o reconociendo su propia salud en la enfermedad de los otros. De ningún modo se hubiera atrevido a identificar en su vocación una huida, la necesidad de apartarse de cierto aire de indiferencia hacia todo que se arrie4sgaba a heredar de su madre y de cuya proximidad sólo se podía escapar sabiéndose requerida por alguien que sufriera más que ella (páginas 14-15).


    En la novela los personajes tienen todos alguna deuda con el pasado o con ellos mismos. Se entrelazan en una historia de frustraciones  o de insatisfacciones. Se buscan en Basilé. Y creen que en el pasado están las claves para remontar su  estado de espíritu. Por eso la historia colonial es tan importante en el relato aunque el autor indaga más en lo íntimo que el lo histórico. Es una pena el comentario de Siale porque La casa de la palabra es una de las mejores novelas que se han escrito sobre Guinea Ecuatorial.


   Una crítica al libro puede verse en: