MIRANDA,
Juan Antonio: Ulad Mlilia (Ciudad Autónoma de Melilla.
Málaga 1998. 318 páginas; Autoedición-Amazón. 356 páginas)).
-
Ait Aixa (Autoedición-
Amazón. 2015. 430 páginas)
Miranda concibe las dos
novelas como una sola empresa narrativa que encuadra en el título genérico de Bajo la sombra del Gurugú. Ulad Mlilia narra las aventuras y
desventuras de un liberal español en la época de Fernando VII. Con mala
fortuna, sus andanzas políticas acaban en el presido de Melilla en 1830 y la
novela tiene que discurrir por la pequeña plaza fuerte que anhela ser ciudad.
Los condenados llegan a
Melilla y son alojados en el presidio. Las escenas de penados recuerdan
vagamente a Tomás Salvador y, con seguridad porque el autor lo reconoce en la
bibliografía, a los datos tomados del libro de Laguna Azorín El presidio de Melilla visto por dentro
(Valencia 1907). La vida en presidio era sórdida y dolorosa, no se puede
esperar otra cosa de las narraciones que lo ponen de manifiesto. El
protagonista principal, don Indalecio Páez, tiene que sufrir al llegar los
combates contra los moros fronterizos. Su preparación le facilita pasar a
servicio de un capitán y con esto se integra más en la vida de la ciudad
africana más allá de la estrecha existencia de los presidiarios. Y es en este
punto donde el autor, mediada la novela, comienza a dar noticias de Melilla en
el siglo XIX. Don Indalecio es el conductor del lector en un fresco de la
Melilla de mediados del siglo XIX. Cuando los condenados por motivos políticos
son indultados, el protagonista no puede aprovecharse de la medida de gracia y
se queda en la ciudad africana hasta que escapa al moro y se convierte en un
renegado para salvar el pellejo y la libertad. Es escenario cambia, pero no el
ambiente porque la relación entre Melilla y las kabilas fronterizas es la
propia historia de la ciudad. La novela acaba en 1862 cuando los límites
exteriores de Melilla se ensanchan como consecuencia de lo pactado en el
Tratado de Wad Ras.
Miranda tiene un estilo
poco habitual en la literatura actual. Muy parsimonioso en la redacción, con
gusto por el lenguaje a costa de la acción. Describe prolijamente los detalles
de las cosas y las personas. Pero es descuidado en situar cronológicamente los
hechos para que el lector se ubique en el tiempo.
Ait Aixa comienza en el siglo XX. La Conferencia de Algeciras ha
abierto la puerta a la explotación minera de Marruecos por extranjeros. Melilla
va a vivir una expansión por la actividad industrial, comercial y militar. Pero
la zona marroquí próxima a la ciudad española vive momentos alterados con el
dominio de El Rogui Bu Hamara que, desde su corte de opereta en la alcazaba de
Zeluán, mantiene el dominio sobre las kabilas fronterizas y se permite el gesto
soberano de conceder las explotaciones mineras a las empresas españolas y
francesas que anhelan el hierro de Uixan en Beni Bu Ifrur. Es extraño que
un personaje tan novelesco tenga tan
poca literatura. Miranda trata de atender esta carencia en la primera parte de
su segunda novela melillense. Ahora son los hijos y nietos de don Indalecio
Páez los que protagonizan las historias del libro. Miranda ha ganado en fluidez
narrativa y en frescura. La caída de Bu Hamara propiciará, pasado el tiempo, el
ascenso de Abd el Krim –un viejo conocido de la ciudad- y la guerra del Rif. La
novela es rápida y está llena de episodios que muestran lo que pudo haber sido
la vida melillense a comienzos del XX hasta 1925 tras el desembarco de
Alhucemas.
Lo
bueno que tienen estas dos novelas es que el autor, con amenidad y sentido del
humor, da una entretenida visión de lo que fue la ciudad de Melilla, su
crecimiento, su profunda relación con las campañas militares y la gran incomprensión
entre fronterizos. La guerra provocaba más víctimas entre los más débiles y las
personas que, por su condición económica sin importar la nacionalidad, estaban
más próximas en situación en la vida se convertían en enemigos encarnizados. Por
motivos ajenos a su existencia, que iban
desde los intereses mineros a los geopolíticos, el sueño de una convivencia
pacífica acababa en guerra y destrucción.