lunes, 22 de febrero de 2016

NOVELA EXOTISTA Y MARRUECOS (2): ISAAC MUÑOZ (y segunda Parte)

MUÑOZ, Isaac:
-          Un héroe del Mogreb (Casa Editorial Garnier hermanos. París  1913. 187 páginas).
-          Esmeralda de Oriente (Librería de la Viuda de Gregorio Pueyo. Madrid 1914. 715 páginas).


   Un héroe del Mogreb no aporta nada nuevo a la novelística de Isaac Muñoz. Se trata de la reedición de La fiesta de la sangre pero en una edición más cuidada. Un libro muy bien editado, muy bonito y muy difícil de encontrar.

   Esmeralda de Oriente es la ampliación de la novela corta Bajo el sol del desierto publicada el mismo año en la colección El Libro Popular. Se trata del relato en primera persona de un viajero enamorado o fascinado, como es habitual en el autor, por una belleza israelita que habitaba en el territorio del Sus. Es la novela de la pasión irrefrenable, irracional y azarosa. La pasión como algo irremediable y sutil: Solos, en el extraño salón de tonos indecisos, sentimos que los deseos surgían en nuestra sangre insinuantes y fatales (página 18). El amor distinto, cruel tal vez, en las sobras de Tánger: Y parecía que una agorera voz nocturna, nos suscitara un deseo turbulento y ciego de amarnos cruelmente, con un amor hecho de desesperaciones y de ansia de destrucción (Página 19).

   Los personajes masculinos de Muñoz son trágicos, pasionales, irredentos. No se encuentran seres comunes. Es más dulce con los caracteres femeninos pero, en ocasiones, sin negarles la culpa de las desgracias de los hombres. Muñoz presenta a las mujeres con simpatía, como seres inquietantes que transforman al hombre de fiera en manso. La existencia de sus personajes es trágica como su sentimiento, parafraseando a Unamuno. Están fatalmente marcados por el destino. Lo explica en un largo párrafo: Cuando se ha llegado a las más sutiles vibraciones de tortura, cuando la perspectiva de la felicidad y hasta la vida misma, la vida que es ímpetu, alegría, renovación, esperanza, han desaparecido para siempre; cuando el alma ulcerada, sangrante, ha sentido todas las ferocidades del sufrimiento; cuando una agonía de alucinado es nuestra obsesión constante, el frío y el terror de todas nuestras horas; cuando tenemos la desgarradora, la implacable convicción de que la tierra no nos dará jamás un rincón florido y fresco, ni un manantial de salud que apague nuestra fiebre, acaba por experimentarse en la exaltación sobrehumana de nuestro tormento un placer monstruoso, maldito, y desearíamos abrir más y más nuestras heridas, clavar nuestras uñas en la carne lacerada, retorcer despiadadamente nuestra alma, prolongar espantosamente nuestro martirio, sabiendo que nos sacrificábamos horrible, estérilmente, ante ese arcángel, trágicamente bello como la muerte y como el odio, que es la fatalidad (pp.55-56).

   Para Muñoz el amor es fuente de tragedia. Hasta en los momentos más álgidos, parece como señal de un futuro malo. Como si la muerte estuviera siempre al final, irremediablemente próxima. O como si la felicidad es solo fugaz, inconstante.
   Isaac Muñoz es un autor muy original, distinto a los demás. Influenciado por la estética modernista pero con un alejamiento de lo común. Su fascinación por ambientes exóticos, por situaciones irreales entre lo onírico y lo fantaseado, le lleva a crear escenarios y personajes personales e historias donde el escenario es casi todo. Esta originalidad lo hace trascendente al paso del tiempo. Y es donde el lector encuentra la novedad después de un siglo.
Artículo publicado en La Esfera nº 115 de 11 de marzo de 1916


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