viernes, 29 de abril de 2016

LAS NOVELAS DE MALABO (1): TRES MODOS DE VIVIR y LOS QUE NO SE VAN de JOSÉ MARÍA VILÁ.

VILÁ, José María: - Tres modos de vivir (Autor. Barcelona 1958. 253 páginas).
-          Los que no se van (Autor. Barcelona 1967. 222 páginas).
   He de reconocer que a mí me gustan las dos novelas de José María Vilá sobre el final de la época española de Guinea. Aunque de la primera a la segunda hay una evolución, Vilá supone una visión distinta de la sociedad guineana. Quizás no sean novelas rotundas desde el punto de vista literario, en algunos momentos son flojas, pero resultan auténticas y se puede comprender mejor un modo de vida (o tres, si nos quedamos con la advertencia del título, o seis o siete, si nos fiamos del argumento). Vilá trata de reflejar la manera corriente de discurrir de los habitantes de Santa Isabel, sus relaciones entre ellos y con los naturales del país, las leyes y costumbres laborales, los motivos de la emigración colonial, etc. En sus novelas se puede entender mejor la mentalidad colonial de los españoles, henchida de paternalismo y superioridad hacia lo que se denominaba “el moreno”, en un intento hipócrita de superar la discriminación al “negro”.
   José María Vilá había publicado libros antes de volcarse en la realidad guineana, alternando el castellano y el catalán. Algunos ensayos como Los soviets (1927), Els primers moviments socials a Catalunya (1935) o Sistemas de organización y doctrinas (De los gremios al nacionalsindicalismo) (1940). Y un par de libros de ficción, uno de relatos Basea 1900 (1955) y la novela La ciutat malalta (1956). Como consecuencia de sus estancias en Guinea, publicó una serie de artículos en La Vanguardia de Barcelona en los que hablaba de costumbres locales.

   Vilá llegó a Guinea como visitante, aprovechando que su hijo trabajaba allí. De este primer contacto a finales de los 50 del siglo pasado, tuvo conocimiento de la mentalidad del trabajador español y de la vida de los empleados y finqueros. Pero su visión se amplió cuando el hijo se casó con una mujer guineana y sus nietos fueron mulatos. Esta singularidad no la tenían los otros novelistas españoles de la época y le abrió el concepto de sociedad colonial. Era una época de auge económico en la colonia y en la que, además, ya se presumía el final de la dependencia. Las relaciones con los guineanos se habían suavizado, sin que supusiera igualdad. Pero disminuyeron los malos tratos y el absoluto desprecio racial; aunque continuaron las creencias de supremacía y poder cultural y económico del europeo sobre el africano, y ciertas normas de segregación como el lugar a ocupar en los cines o la prohibición de entrada a sitios como el Casino de Santa Isabel para los naturales de la colonia.

   En Tres modos de vivir, primero de los dos libros guineanos de Vilá, se recogen algunos de los tópicos de la literatura colonial, aunque dulcificados. Aparece la colonia como lugar de redención o, al menos de oportunidad. Frente a las dificultades de ascenso en la metrópoli donde había poca permeabilidad entre clases sociales, la colonia significaba una ocasión de mejora para las clases bajas o económicamente menos pudientes. Esto dio lugar al mito del colono esforzado y triunfador tan propio de las novelas argelinas. Y observamos también el reflejo literario del trato al guineano en sus variantes: desde el despótico maltratador hasta el paternalista comprensivo, con la inclusión de un nuevo modelo de colonial que era el padre de hijo mulato reconocido (algo incomprensible unas décadas atrás).
    Esta novela comienza con ambiente de plantación, de manera similar a las de Liberata Masoliver, Bautista Velarde o López Izquierdo. Pero Vilá tiene el acierto de desviar la atención hacia el ambiente urbano de Malabo (la Santa Isabel colonial). Ya no era la época de los primeros concesionaros de terrenos públicos sino la de los españoles empleados, funcionarios, militares y los que buscaban abrirse paso en la vida mediante el esfuerzo personal. Alguno de ellos con la voluntad de prosperar con un negocio propio. Era el caso de Pedro Selvaclara, uno de los protagonistas. Es el prototipo de luchador, pero las cosas no son fáciles. Ganar dinero no es algo rápido, la mayoría de los empleados se conforman con el buen pasar colonial. Quiere montar un taller de carpintería (oficio al que se dedicó el hijo de Vilá, que murió asesinado), pero conseguir el capital para comprar la maquinaria era arduo. No había crédito como lo hubo en otros tiempos para los concesionarios de fincas. Notará el desarraigo que se convertirá en un doble desarraigo (en Guinea y en su pueblo cuando vuelve): - Te está resultando duro comprobar que ya no tienes familia, o la tienes a medias. A los coloniales nos pasa algo parecido a los pájaros. Los padres cuidan puntualmente a los hijos, pero cuando han aprendido a volar, los olvidan, y ellos se olvidan de los padres y de los hermanos que con ellos nacieron (página 93), le dice un personaje a otro. El colonial soltero no conoce mujeres europeas porque las que hay en la colonia están casi todas casadas. Se divierte con las naturales del país, pero aspira a casarse con una europea blanca. El racismo cotidiano se expresa con esas ideas. Muchas veces las bodas son precipitadas, aprovechando una licencia o haciéndolo por poderes, con mujeres a las que apenas conocen y llevan a un mundo ignoto para ellas y que pueden acabar en un conflicto matrimonial irremediable.
   Frente a Pedro Selvaclara está su amigo el Tigre, mecánico que prefiere vivir sin complicaciones, que no aspira a mejorar sino a llevar una vida parecida a la de los bubis. Personaje clave en la vida colonial que representa a lo que los españoles llamaban un “anegrado” de manera despectiva. Y la constante intervención de dos finqueros ejemplos de la vida mercantil y de la riqueza guineana. Uno de ellos padre mulato reconocido, figura clave del conflicto interracial permanente en toda colonia africana. El mulato Pascual representa la exclusión de las dos sociedades y tiene una visión mucho más crítica de las cosas. Lo dice el personaje:
-          Me dice el corazón que muchos europeos vuelan sobre Fernando Poo con los mismos sentimientos que esos cuervos.
   Y Selvaclara, imbuido ya de la característica mentalidad colonial, aprovechado de las ventajas que tiene n los coloniales, entre ellas el sexo fácil inimaginable en España, le responde:
-          Es la influencia del ambiente… Yo vine aquí sin pensar en nada de todo esto y pasé algunos meses sin ocuparme de las indígenas. Me parecían repelentes. Luego, el tiempo y el ambiente lo cambiaron todo. Comprendí que las mujeres negras no daban ninguna importancia  a estas cosas y, sin darme cuenta, hice lo mismo que los demás.
-          Los blancos tiene obligación de conceder a estas cosas su verdadera importancia –arguyó Pascual, sin levantar la mirada.
-          Es difícil hacerte comprender nuestra situación –replicó Pedro-. Como todos los blancos que venimos a Fernando Poo, yo encontré aquí un modo de vida que no podía cambiar por otro. Ya te he dicho que todo pasa por culpa del ambiente.
-          El que han creado los forasteros; blanco o negros. (páginas 126-127)
   Vilá va narrando situaciones con la riqueza de muchos personajes distintos pero representativos de las distintas clases de coloniales. Los personajes locales son secundarios, interesa la vida colonial de los españoles de Guinea. No hay una acción clara, un argumento bien marcado; es el lento discurrir de la vida del protagonista. Ni siquiera tenemos una conciencia clara del tiempo que ha transcurrido en cada capítulo.  Es un relato costumbrista de la vida colonial en el que no rechaza la crítica a cierta mentalidad generalizada, como la vertida en las páginas 182 y 183 que reproducimos. La vida es difícil incluso en Guinea. El esfuerzo es mucho y no todo se consigue. Culmina con un final trágico y con la idea de que el la pequeña sociedad colonial española de acaban reproduciendo los esquemas de la sociedad metropolitana. Lo que hace reflexionar a Pedro Selvaclara: Todos los blancos de Fernando Poo deben cumplir una función necesaria a la comunidad europea; la que mejor les cuadre (página 250) y resume los tres modos de vivir:… la que adoptó tu padre y que mosén Ángel llamaría “de a Dios rogando y con el mazo dando”, la de la mayoría de los europeos, que es la de ir tirando, como hacen don ramón y sus colaboradores, y la de los braceros (páginas 252-253).


   Nueve años después de Tres modos de vivir, apareció su segunda novela guineana: Los que no se van. En 1967 ya todo el mundo sabía cuál iba a ser el destino del país y procuraban adaptarse al futuro inevitable. Quizás de ahí el título. La novela comienza con un hecho histórico, el incendio que destruyó el mercado indígena de Malabo y que originó una grave crisis en las familias de vendedores. El protagonista sigue siendo Pedro Selvaclara, convertido en un colonial de buena posición económica e integrado en la pequeña sociedad española de Guinea. Han pasado ocho años de la anterior y, aunque los personajes siguen, las cosas han cambiado mucho en la colonia. La crisis económica que supuso el incendio del mercado se unía a una crisis de seguridad en el futuro. Los guineanos eran conscientes de la independencia y se preparaban para ella. No imaginaban lo que iba a pasar con Macías. Los europeos desconfiaban de la capacidad de los nativos para asumir la carga del nuevo Estado sin tutela. Quizás Vilá no tuvo suficiente visión para comprender que en esto podía estar la originalidad de  su nueva novela y pasa sin mucha profundidad, centrándolo todo en el personaje Daniel que asume el papel de bubi sobradamente preparado y que es visto por Pedro –también por el autor- con escepticismo.

   La novela discurre, como la anterior, pero con una acción más marcada. Hay más argumentos paralelos, lo que otorga más matices a los personajes. Pero plantea novedades con respecto a la primera. Por un lado, se muestra una especie de revisión de la acción colonial en la vida de los españoles. Una reflexión sobre si valió la pena la aventura para los que la iniciaron. Como es natural, hay de todo. Pero, frente al triunfalismo, Vilá deja reflejado el fracaso de algunos; económico, o personal por la dificultad de las relaciones familiares, la deserción de mujeres europeas, la difícil convivencia con nativas y con los hijos extramatrimoniales. Santa Isabel y Bata no sientan a las esposas que uno trae de Europa. Se aburren. Sienten añoranza y una grave congoja por el porvenir de sus hijos. Aquí no pueden educarlos como en la Península (página 154), dice uno de los personajes. Por otra parte, surge con fuerza el orgullo nacional de los guineanos que se sacuden la humillación del colonialismo. Y por otro, los habitantes africanos de Nigeria, Camerún, etc. que llegaron a Fernando Poo y se establecieron en Malabo. Con una existencia donde la magia tenía todavía una importancia capital, de la que da cuenta la novela, y que hablan utilizando el pichinglis (broken english). Así el mosaico costumbrista iniciado en Tres modos de vivir se completa con nuevas visiones de las sociedades interpuestas.
   Pero el hecho diferencial en la narrativa de Vilá, que ya trató Cabanellas de manera muy diferente, es la posible boda de un europeo y una bubi. No estaba prohibido por la ley porque desde la provincialización todos eran iguales, pero seguía siendo visto por la sociedad colonial como algo negativo, impropio de un blanco normal, un signo de degeneración social. Algún valiente dio el primer paso para legalizar las relaciones que hasta entonces habían sido de abuso del hombre europeo sobre la mujer africana. Antes lo dio otro valiente que se atrevió a reconocer los hijos mulatos extramatrimoniales. La mentalidad iba cambiando, pero no tan deprisa. En el mundo de los coloniales existía una escala de valores raciales; un personaje lo explica: Si todavía me espera la que fue mi novia, estaré obligado a casarme, pero ella no tiene por qué admitir en nuestra casa a estos hijos multaos.  Yo pregunto, ¿es justo que la obligue a soportar la presencia constante de unos hijos míos que no son hijos suyos? ¿Es justo que tenga que cuidarlos? Puedo colocarlos en algún colegio, pero no de por vida. La disyuntiva es clara, o los abandono, o bien los sumo a la familia; no hay otro sendero y los dos son injustos. Y hay otra cosa peor, si me caso y los tenemos en el nuevo hogar, habrá dos clases de hijos….  (página 202). Y cuando Pedro Selvaclara le hace ver que es responsable por haber tenido hijos: Los hijos son antes que las novias (página 203), el interlocutor responde: Mi compromiso con la novia es anterior a mi venida a Fernando Poo, y no lo rompimos (página 203). En este conflicto habitual se resumen muchas de las diferencias y problemas del vivir colonial que surgen con mucha más fuerza cuando se vislumbra la independencia y los europeos tienen que optar por marcharse o por quedarse en la tierra que probablemente quieren pero a cambio de modificar sustancialmente su visión de las cosas. La novela acaba en ese momento, tal vez la faltara al autor completar su obra con otra sobre los primeros años de independencia.


lunes, 11 de abril de 2016

LAS NOVELAS DE TÁNGER (4): LA EMPERATRIZ DE TÁNGER de SERGIO BARCE

BARCE, Sergio: La emperatriz de Tánger (Málaga 2015. Ediciones del Genal. 174 páginas + 2 hojas).

   Sergio Barce nació en Larache, donde pasó sus primeros años. Vive en Málaga y mantiene una actividad literaria fecunda y muy relacionada con Marruecos. Es autor de El jardín de las Hespérides (2000), Últimas noticias de Larache (2004), Una sirena se ahogó en Larache (2011) o Paseando por el Zoco Chico (2014), entre otras. Mantiene su propio blog: https://sergiobarce.wordpress.com/ . Su última novela, por el momento, es La emperatriz de Tánger (2015). En la que cambia su escenario larachense por el tangerino, y la época actual de sus otras novelas por la colonial.

   El Tánger literario es una ciudad inventada. Más recreada que real y en mayor medida que otras ciudades de gran atracción para los narradores. El Tánger literario que reflejan las novelas es una ciudad fantástica, fuera del tiempo, llena de personajes límite: escritores, borrachos, prostitutas, artistas al por menor, tramposos y tahúres, banqueros, contrabandistas… Como si no hubiera nadie normal en un decorado de lujo, corrupción y servidumbre. Como si en Tánger no hubiera existido una mayoría de población convencional compuesta por diligentes padres de familia, camareros anodinos, taxistas con apuros económicos, empleados y funcionarios, peluqueros, guardias municipales o músicos de orquesta que se levantaban y acostaban cada día con la misma rutina. Pero estas personas normales no dan para literatura, son aburridos seres que aparecen como figurantes o secundarios en las escenas de la vida tangerina según la literatura. La ciudad en sí misma, por su singularidad internacional, suela acabar siendo la protagonista de la acción más que los personajes. Si, además, se trata de una novela negra según los cánones americanos del género la inclusión de seres marginales o extraordinarios está más justificada. Y la novela de Barce va por esos derroteros.

    Pero no significa que sea una mala novela Tampoco es de ésas que ya parece que hayamos leído, ni el conjunto de tópicos ordenados. Al contrario, resulta una novela interesante y bien medida en ritmo y extensión. Bien escrita. Sin renunciar al uso de lo anteriormente dicho, construye una historia de perdedores situados en la ciudad de los desterrados con habilidad y atracción. Un retablo de personajes desvalidos, débiles o de baja autoestima como el protagonista Augusto Cobos, escritor, que deambula por las páginas en un continuo estado de embriaguez lo que no obsta para que lleve una promiscua vida sexual con mujeres igual de desvalidas. Esos personajes inseguros generan, en las páginas de la novela de Barce, un sentimiento de cariño. Como en toda novela negra, hay un muerto y una situación extraña en la que Cobos se ve implicado. El alcohol sin embargo sí le afecta a la memoria, le hizo olvidar unos hechos y la recuperación de ese tiempo en blanco es el eje del argumento. Aunque, insisto, lo más importante de la novela es el escenario y los personajes.
Barce, de la solapa de la novela.
   La intriga se va desenvolviendo sin grandes sorpresas, en relaciones de decadencia humana, pero sin que pierda la fuerza narrativa. El desenlace sostiene la atención y deja un buen sabor de boca.