jueves, 9 de marzo de 2017

NOVELAS DE LA GUERRA DE ÁFRICA DE 1859-60 (2): AITA TETTAUEN y CARLOS VI EN LA RÁPITA de BENITO PÉREZ GALDÓS.

PÉREZ GALDÓS, Benito: - Aita Tettauen (1ª edición: Imprenta de la viuda e hijos de Tello. Madrid 1905. 335 páginas).
-    Carlos VI en La Rápita (1ª edición: Imprenta de la viuda e hijos de Tello. Madrid 1905. 303 páginas).

   Cuando Galdós publicó Aita Tettauen ya habían pasado cuarenta y cinco años desde la paz de Wad Ras que puso fin a la Guerra de África. Tenía la suficiente perspectiva histórica como para distanciarse de la pasión momentánea de los hechos. Además, se habían vivido los trágicos episodios del 98 y el fin del Imperio español. La Restauración empezaba a hacer crisis y la situación española pasaba por momentos de pesimismo nacional. La empresa que el escritor había concebido con los Episodios Nacionales tampoco pasaba por su mejor momento; la tercera serie había sido más floja, aunque todavía gozara del favor de los lectores. Con esta novela comienza la cuarta serie y alcanza una calidad literaria comparable a la primera. Galdós concibe su obra desde un patriotismo que nada tiene que ver con el rancio patriotismo casi deportivo, aunque sangriento, de guerras y enfrentamientos con otras naciones (que, por cierto, solo se sustenta cuando se gana), sino que opta por un concepto de patria basado en la justicia, la igualdad y el respeto que va dejando caer en las páginas de sus libros. Por ejemplo en éste cuando escribe: La civilización consiste en ser buenos, humanos y tolerantes, en hacer buenas leyes y cumplirlas… (pp 35-36, siempre de la 1ª edición).





   A Galdós no se le escapaba que la guerra tenía varias motivaciones. La respuesta a agresiones sucesivas de las kabilas fronterizas, exagerada y desmedida. Un intento de recobrar importancia en Europa, donde ya se debatía el futuro de África. Y un intento claro de superar las heridas de la Guerra Carlista. Por eso, el presidente del Consejo en persona  que era el general O’Donnell se puso al mando del ejército expedicionario, en una maniobra tan política como militar. Don Benito escribe: …se acredita con esta guerra de político muy ladino, de los de vista larga, pues levantando al país para la guerra y encendiendo el patriotismo, consigue que todos los españoles, sin faltar uno, piensen una misma cosa, y sientan lo mismo, como si un solo corazón existiera para tantos pechos y con una sola idea se alumbraran todos los caletres (pp. 31-32). Y, más adelante: Fueron los españoles a la guerra, porque necesitaban gallear un poquito ante Europa, y dar al sentimiento público, en el interior, un alimento sano y reconstituyente. Demostró el general O’Donnell gran sagacidad política, inventando aquel ingenioso saneamiento de la psicología española. Imitador de napoleón III, buscaba en la gloria militar un medio de integración de la nacionalidad, un dogmatismo patrio que disciplinara las almas y las hiciera más dóciles a la acción política. (p. 45).
La batalla de tetuán. Óleo de Dionisio Fierros Álvarez
   El autor prepara la historia mediante unos episodios de una familia normal del Madrid de entonces. En las conversaciones domésticas se va plasmando el ambiente de los españoles ante la situación, es la técnica habitual de los Episodios. El entusiasmo desbordado que realmente se vivió en esos días. Pero Galdós quiere contraponer esta postura, que personaliza en su personaje Halconero, con la visión de un español amoriscado que vivía en el país del sur –Ansúrez- y que sostenía que entre españoles y moros no había diferencias. El primero, más representativo de lo que sentía la mayoría, queda calificado: No podía someterse el buen señor a este criterio, porque las glorias de su patria le importaban más que la vida, y prefería morir de un reventón de gusto, a vivir en la indiferencia de estas glorias ahora refrescadas (página 14). El tercer personaje del comienzo es Juanito Santiuste, que marcha con la imprenta del Ejército a África. A pesar de las apariencias no es Pedro Antonio de Alarcón, en cuya obra bebió Galdós para ilustrarse. El granadino aparece mencionado en la novela, incluso en conversaciones con Santiuste. El personaje Santiuste se dirige al personaje Alarcón en estos términos: Verdad que encuentras el lenguaje muy acomodado a la expresión épica del velos castellano, y al impío desprecio con que se mira a los pobres moros. Nuestra lengua es una hoja bien afilada para cortar cabezas y un instrumento sonoro y retumbante para dar al viento las fatuidades y jactancias históricas… Pero tú has descubierto y has empleado antes que ningún escritor el arte de suavizar ese instrumento, tocándolo con gracia inaudita. Tu sabes quitar a los sonidos épicos su vana hinchazón, dándoles una elegancia incomparable, haciéndolos simpáticos a nuestros oídos y acomodándolos a los nuevos modos del lenguaje (página 111). Es Juanito el pacifista, el hombre que no entiende la guerra, el que tiene un hermano que vive en Marruecos como un moro más; el personaje que contrasta con las ilusiones patrióticas exaltadas. El que se interna en el territorio enemigo disfrazado para comprender lo que ocurre allí.
Benito Pérez Galdós. Óleo de Sorolla
   En la página 69 la novela llega a África, lo que el autor aprovecha para afilar su sentido crítico y examinar –bien es verdad que a toro pasado- los hechos con su carga de errores. Tenía Galdós la sospecha de que la guerra no respondía a una agresión importante sino que fue la excusa para la política de los gobernantes de entonces. Con éxito, eso sí, dada la explosión entusiástica de patriotismo elemental y sentido de superioridad racial y religioso. Santiuste, escéptico, lo expresaba ante un personaje eclesiástico: ¿Cree usted, amigo don Toribio, que existe el llamado Dios de las batallas? ¿Cree usted en esa confusión del Marte pagano con nuestro Cristo Redentor, que jamás cogió una espada? ¿Qué piensa usted de la Virgen, como dispensadora del triunfo en las guerras, al modo de aquellas diosas que tomaban partido por los griegos o por los troyanos? ¿Al Apóstol Santiago lo tiene usted por verdadero general de los españoles y matador de moros? ¿Dónde está el texto de Cristo en que dijera a sus discípulos: montad a caballo y cortadme cabezas de los hijos de Agar? (página 86). Pero la novela se hace más bélica. Sin perder de vista las opiniones de los personajes, Galdós narra  los episodios cruciales de la guerra desde el hecho llamado del boquete de Anyera y la batalla de Castillejos.

   En la Tercera Parte, cuando los españoles ha llegado a la vega del río Martín cerca de Tetuán, aparece otro de los personajes importantes de la novela: El Nasiry. Es el cronista, el escritor que –de la misma manera que Alarcón- va narrando los episodios que se suceden en el campo de batalla, pero con la visión marroquí. Otro elemento de contraste que Galdós impone al lector para que no caiga en una simple novela bélica. El autor, fiel a su manera de narrar, enriquece el relato principal con argumentos paralelos. Santiuste, disfrazado de moro, aprovecha su estancia clandestina en Tetuán para visitar a la comunidad sefardita. El tema judío es un clásico en la literatura sobre Marruecos, especialmente en las novelas que se refieren a este periodo histórico. A los autores españoles les interesaba el modo de vida de estas gentes que conservaban un idioma español arcaico y cuya fidelidad a los españoles que llegaban con O’Donnell era motivo de suspicacia. Su vida en las mellahs de Marruecos, las relaciones con los marroquíes y esa línea confusa entre la exclusión y la prosperidad (de algunos) en los negocios. Este atractivo asunto novelesco no lo deja escapar Galdós, aunque para el lector actual las noticias etnográficas son las que tienen menos interés.

   Galdós se había hecho traducir un capítulo de la obra de Ahmen ben Jaled en-Nasiri es-Selaui, publicada en El Cairo en 1895. Posiblemente lo hizo Rinaldi, el hijo de Aníbal Rinaldi que fue el intérprete de O’Donnell (personaje principal de las negociaciones y que aparece en las obras de Alarcón, del que fue amigo y compañero de redacción de El Eco de Tetuán, y del propio Galdós). Es su fuente principal para cambiar de narrador, para ofrecer el punto de vista marroquí. En este libro están los relatos aprovechados por Galdós para configurar su personaje moro y algunos judíos. Un capítulo fue publicado en Madrid en 1917 gracias a la traducción de Clemente Cerdeira.
   La cuarta parte del Episodio es la más amarga porque vemos a un autor escéptico y desilusionado. Más poético, evoca profecías. Santiuste aparece como el pacificador que no tuvo éxito: sus palabras no interesaban. Pero tuvo éxito en el amor y raptó a una judía. Se le abría la posibilidad de volver a España como poeta fracasado o quedarse en Marruecos como renegado. El Nasiry –que hacía suya la ironía del autor- le alababa las ventajas del país: ensalzó el beneficio grande que resulta de existir allí muy pocas leyes, simplificación legislativa que compensaba el bárbaro despotismo del Sultán (p. 326). Ninguno de los dos porvenires era halagüeño, como la historia de la guerra de España en África.



   En Carlos VI en La Rápita, el comienzo es todavía más escéptico sobre el valor de la guerra y sus frutos. Santiuste, que ha llegado a una fusión de las tres religiones, ha perdido su capacidad para elegir bando y para ver las bondades de una sola opción. Se ha convertido en Confusio (con s). Los españoles han conquistado Tetuán y Confusio reflexiona sobre el acto de cambiar de nombre a las calles españolizándolas: Bautizando calles, nada conseguiréis. En las poblaciones marroquíes no habría calles si no fuera indispensable un poco de suelo común para ir de un edificio a otro. Dejaos de callejear, y buscad la vía por donde penetrar en los corazones (página 9). Pero no eran en los corazones donde se pretendía penetrar sino en el país y su dominio. En este segunda novela, Galdós empieza más intimista en torno a los amores judíos del desgraciado Santiuste, su enmascaramiento moruno, y continúa por un camino novedoso al tratar de expresar el punto de vista del marroquí, su situación ante la derrota, la explicación que dan a los hechos y las penurias que les acarreó la guerra. No se había llegado a la paz: los españoles luchaban en los alrededores del Fondak en el camino de Tánger. Santiuste es una confusión, una mezcla: No te olvides, Juan, que tus amigos españoles te llaman Confusio, con lo que indican que está en tu naturaleza confundir las cosas, sin que sepas remediarlo… Puede suceder que un día te levantes con los sentidos trastornados, y sin darte cuenta confundas lo cristiano con lo moro…, y recaigas en la gran confusión española, que es respetar lo ajeno si se trata de dinero o alhajas, y no respetarlo si se llama mujer (página 83). La confusión que se produce cuando se encuentran dos mentalidades sociales. Un Galdós distante de las verdaderas motivaciones políticas, de la guerra como solución y de las consecuencias.
Iglesia de San Joaquín en Iloilo (Filipinas). En el frontón hay un relieve con la batalla de Tetuán.


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