viernes, 14 de diciembre de 2018

CABO JUBY, SAHARA Y LA AERONÁUTICA EN LA NOVELA ESPAÑOLA (2): A CIELO ABIERTO de ANTONIO ITURBE


ITURBE, Antonio: A cielo abierto (Seix Barral. Barcelona 2017. 622 páginas).
   La larga novela de Iturbe, que fue merecedora del premio Biblioteca Breve 2017, tiene como argumento los orígenes de la aviación comercial y el papel de los primeros pilotos que con gran riesgo, una voluntad romántica y mucho esfuerzo fueron abriendo las rutas aéreas al correo y el comercio. El personaje clave es un hombre cuya vida resultó novelesca: el piloto y escritor Antoine de Saint-Exupéry. Pero no es el único. Junto a él aparecen las contingencias vitales de otros pioneros de la aviación alrededor de la compañía Latecoère que enlazaba Francia con África y América, como Didier Daurat, Henri Guillaumet o Jean Mermoz. Todos ellos reales, héroes de la aviación francesa que comenzaron dentro de la organización militar y alguno de ellos sucumbieron en la II Guerra Mundial, en el aire, dejando un aurea de leyenda que ahora aprovecha Iturbe para novelar, como un gran reportaje, estas historias.

   Los aviones necesitaban repostaje, paradas intermedias que venían obligadas también por tratarse de líneas de carga y de correo. Ello implicaba la necesidad de tener bases permanentes en tierra, algunas en territorio español. Por eso, esta novela tiene algunos capítulos que se desarrollan en Cabo Juby o Villa Cisneros. No es una novela sobre colonias españolas aunque tangencialmente aparezcan. Por tanto, no se pueden hacer muchos comentarios sobre la narrativa colonial, que es el objeto de este blog.
   Lo peor que les podía pasar a los aviadores es que una avería les obligara a tomar tierra en alguna parte del desierto alejada de las bases europeas. Significaba el secuestro para obtener un rescate o, en el peor de los casos, la muerte. En la literatura española hay varios casos narrados; ya lo comentamos en  https://www.blogger.com/blogger.g?blogID=6343002946348658841#editor/target=post;postID=2793920015755147848;onPublishedMenu=template;onClosedMenu=template;postNum=187;src=postname
Iturbe conoce estos pormenores, es una novela minuciosa en los detalles y a la que ha precedido una buena labor de documentación. Tal vez sea demasiado descriptiva y le falte algo de intriga en los hechos, pero se trata de una novela muy larga y no se podía detener en más argumentos.

   Cabo Juby era la Zona Sur de Protectorado de España en Marruecos, una franja limítrofe con el Sahara Español. Tenía un pequeño asentamiento con un fuerte y un aeródromo. Escasa actividad comercial, solo el intercambio o compraventa de productos con los autóctonos, una pesquería y poco más. Era una instalación militar estratégica entre Sidi Ifni y El Aaiún y frente a las islas Canarias. Esta posición se amplió llegando a ser una pequeña ciudad que los españoles la llamaron Villa Bens y hoy se llama Tarfaya:
   … la presencia española se limita a unos cuantos fuertes minúsculos desperdigados en miles de kilómetros de un desierto que les es ajeno. Al atardecer, se baja bandera, se cierran los portones de las fortificaciones y se abren las cantinas para que los soldados beban vino malo, jueguen al dominó o al guiñote y arreglen el mundo. Raramente pasean fuera del recinto en esa tierra que dicen española. Las tribus hostiles acechan, también las tormentas de arena y ese pedregal áspero que se abre ante ellos.  La región en que se hallan desde ahí hacia el sur, hasta cabo Blanco, es un área desértica que se empeñan en llamar Río de Oro con esa afición por lo grandilocuente de los españoles: allí ni hay río ni hay oro.
   Cabo Juby es un recodo entre dos desiertos, uno de secano y otro de agua. En ese filo de África las olas se desperezan en la orilla de una playa vacía de cinco mil kilómetros cuadrados. En medio de una soledad abofeteada por el viento se alza el acuartelamiento del ejército español que, visto desde el aire, parece una fortaleza. Mirando más cerca, no resulta tan imponente: los muros desconchados, las ventanas desportilladas, la corrosión pudriendo los remates de metal (página 216).
   Quizás Iturbe peque de la visión excesivamente negativa, por otro lado general, que los escritores españoles tienen sobre las posesiones africanas de España. El fuerte era un edificio que no estaba en tan mal estado y que cumplía sobradamente su misión. El autor entiende que Río de Oro era todo el Sahara español, cuando la mitad norte se llamaba Saquia el Hamra. Y hubo oro, mucho oro, que transportaban las caravanas que llegaban desde el interior y que propició el nombre que le dieron los navegantes portugueses. Tampoco es muy favorable a los militares españoles destinados en el fuerte, los pinta soberbios y un tanto mezquinos frente a la noble personalidad de Saint-Exupéry que tiene que negociar por ellos con los cheijs locales.

   En 1929 Saint-Exupéry empieza a publicar sus primeros relatos basados en sus experiencias en el aire. Frecuenta los aeródromos de Cabo Juby y de Villa Cisneros. Es un hombre distante, no muy simpático aunque correcto con los españoles. Tiene sus dudas literarias. Busca un estilo, un argumento fuerte. Y vuela en las mismas condiciones precarias que sus compañeros. Su paso por los aeródromos españoles es circunstancial, aunque lo recuerda en algunas de sus novelas pero sin que la presencia española en la zona fuera un asunto especialmente importante para él.
   La novela de Iturbe gustará más a los aficionados a la aviación que a los de las colonias africanas.

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