martes, 30 de abril de 2019

NOVELA EXOTISTA Y MARRUECOS (9): LA PARED DE TELA DE ARAÑA de TOMÁS BORRÁS.


BORRÁS, Tomás: La pared de tela de araña (Editorial Marineda. Madrid 1924. 305 páginas + 1 hoja; CIAP. Madrid 1931. 305 páginas; Editorial Bullón. Madrid 1963. 277 páginas + 2 hojas; Círculo de Lectores. Barcelona 1977. 218 páginas + 2 hojas.  Además se publicó en Las mejores novelas contemporáneas, tomo VI, 1920-1924 de Editorial Planeta en 1965 y en sus Obras selectas, tomo I, de la editorial AHR en 1974).


Tomás Borrás Bermejo (10 de febrero de 1891 – 27 de julio de 1976) fue un escritor conocido y un periodista que alcanzó éxito. Vocacional de la escritura, abandonó los estudios de Derecho y en 1911 ya colaboraba con el diario La Mañana. Fue fundador de La Tribuna y su firma era habitual en diarios como el ABC. Sobre 1928 empezó a posicionarse en una derecha radical, escribía en La Nación y, más tarde, pasó a ser militante de las JONS. Propagandista del franquismo y activista político. Famoso por haber creado unos documentos con los que justificar algunas acciones nacionales en Badajoz, falsificador eficaz que llegó a engañar a algunos historiadores.  Nunca dejó de escribir en los periódicos que era su verdadera pasión. Estuvo casado con la tonadillera La Goya.

   Fue autor de varias novelas como La mujer de sal (1925) o Checas de Madrid (1940), poesías, cuentos, obras de teatro. No fue muy prolífico pero sí que tuvo un estilo personal y una manera de narrar propia.
Tomás Borrás

   Su relación con Marruecos comenzó en 1920 como enviado del diario El Sol a la guerra. Le gustó el ambiente, la situación, la experiencia. Fundó El Eco de Chefchauen y llegó a dirigir el diario España de Tánger. Una biografía breve se puede consultar en http://dbe.rah.es/biografias/9011/tomas-borras-bermejo
   A Marruecos dedicó una de sus mejores obras, La pared de tela de araña (1924). A pesar de conocer el país y ser testigo de una guerra cruel, Borrás prefiere la imaginación para recrear un país entre la ficción y la realidad, un Marruecos auténtico e imaginado a la vez, un lugar exótico. En esa época, sin tanta imagen ni información como ahora, el lector podía ser engañado o, el menos, confundido en su ingenuo deseo de novedades.

   El esquema de este tipo de novela es sencillo y consiste en contraponer al europeo y al marroquí. El español que se ve sorprendido por la vida de los marroquíes como protagonista externo del relato.  Borrás divide la novela en tres partes. La primera, Tetuán, a los ojos de un español intrigado con la vida de su vecino, al que poco a poco va conociendo. El moro, abandonado por su mujer por tomar una segunda esposa más joven, queda atrapado en un hechizo: la pared de tela de araña. Y con esto va desarrollando el argumento de situaciones extrañas para el europeo, entre la magia y la credulidad inconcebible. Es minucioso en detalles de ritos y costumbres, seguramente tomadas de su experiencia marroquí, pero adornados hasta tocar la falsificación. Muy descriptivo, lento en el desarrollo de la acción que no deja de ser un cuento oriental. El amor imposible de culminar de un viejo por una joven casi niña que Borrás describe con artificios: Mas el don divino, el que promete el Enviado por la eternidad al buen creyente, el don del amor logrado y satisfecho, Abdala no le tenía. El fuego de su imaginación era como una brasa enterrada que no da ni humo. Su deseo, tan solo pensamiento (página 46 de la 1ª edición). Se recrea en las expresiones, en las palabras, en las descripciones largas. No escribe mal, pero es un estilo que se ha quedado antiguo para el lector actual. Pero Borrás trataba de transmitir un ambiente distinto, un modo de vida diferente, una sensación de diferencia para el lector español de entonces. Aunque la ficción envolviera el paisaje y el decorado y fuera todo irreal por efecto de la soberanía creadora. En eso estriba la esencia del exotismo. El autor enriquece el simple relato del amor incumplido con sortilegios, engaños, juegos y trampas. Un poco en la tradición de las mil y una noches, otro poco en el costumbrismo marroquí a la manera de ver de los españoles.

   En la segunda parte el protagonista español se traslada a Xauen siguiendo el rastro de la historia. Los primeros capítulos de esta parte son los más realistas, lo que el autor conoce como testigo presencial. La guerra en las cumbres peladas de las montañas, las escenas de combate, de posición de blocao; el sentir del soldado de reemplazo convertido a la fuerza en guerrero. Pero la novela pierde el hilo argumental y se convierte en un gran reportaje sobre la vida en la ciudad conquistada. Y lo hace al estilo de los escritores coloniales españoles de esa etapa, deteniéndose en tres o cuatro asuntos que les llamaban la atención. La situación de la mujer (focalizándolo en la joven esposa raptada), la vida religiosa musulmana con sus morabitos y tradiciones, los judíos relegados que conservaban el idioma castellano arcaico y cantaban romances de cuando estaban en España y la vida en campaña del soldado español idealizando el mando y la disciplina.
   En la tercera parte, que se desarrolla en Yebala, el autor vuelve sobre la historia principal. La joven esposa, divorciada ya del viejo incapaz, es raptada y llevada a las montañas. La llevan a algún lugar escondido para destinarla a bailarina. Es una prosa lenta, llena de detalles, barroca y poco efectiva. Comentarios para un lector de hace cien años, con pocos conocimientos de lo que se trataba y con menos distracciones que ahora para llenar el tiempo libre. La novela se alarga innecesariamente, pero Borrás escribía así: con mucha descripción y la acción justa para tener un argumento. Quiere mostrar el atraso local, el abuso, el delito impune. No solo muestra el exotismo del oriente vecino sino que establece una especie de moraleja en la que la justicia la llevaban los españoles, sentido último del mensaje colonial.



No hay comentarios:

Publicar un comentario