CAZORLA, Luis María: La ciudad del Lucus.
Editorial Almuzara. Jaén 2011. 668 pp.
y cuadernillo de fotografías.
-
El general Silvestre y
la sombra del Raisuni. Editorial Almuzara. Jaén 2013. 338 pp., un mapa y
cuadernillo de fotografías.
Cazorla es un hombre culto que lleva toda la vida escribiendo, aunque no
precisamente novela. Es catedrático, abogado del Estado, letrado de las Cortes,
etc. Por lo tanto, escribir no le era nada ajeno y eso es importante cuando se
quieren expresar sentimientos o se quieren relatar hechos. Además es
descendientes de pioneros españoles en Marruecos, de uno de aquellos
comerciantes que se abrieron camino en el Marruecos que se ofrecía tímidamente
a los extranjeros entre la guerra de 1860 y la instauración del Protectorado.
Esto se nota porque muchas de los detalles históricos de sus novelas no están extraídos
de la abundante bibliografía –aunque nunca completa- sino del conocimiento
familiar. Esa pequeña historia de la vida cotidiana tan difícil de encontrar en
los archivos pero imprescindible para conocer realmente como se vivía en la
zona. Para los que nos gusta la historia colonial española en África, los
relatos de Cazorla son una excelente muestra de lo que la ficción puede aportar
a este asunto.
La ciudad del Lucus presenta enlazadas la historia de la
ocupación española de Larache y Alcazaquivir con la historia familiar de unos
comerciantes establecidos en la primera de esas ciudades. Este ámbito doméstico
recuerda a Melilla, la codiciada de Juan Berenguer. Es el canto al
esfuerzo y el sacrificio de los que se aventuraron a lo nuevo, ignoto e
incierto, buscando un futuro mejor con el único capital del esfuerzo. La parte
que podíamos llamar política es una excelente reconstrucción de la llegada del
general Silvestre a Larache, la ocupación de la ciudad antes del tratado que
instauró el Protectorado y la subsiguiente de Alcazarquivir. Movimientos que
efectuaron los españoles para evitar la llegada de los franceses. Todo ello en
base a un derecho de garantizar el orden que se dibujó confusamente en la
Conferencia de Algeciras. Muy acertadas son las descripciones de las
operaciones de información, de las maniobras militares, de la vida en las
ciudades y los zocos, de las intrigas diplomáticas, de los movimientos de los
franceses y de El Raisuni y de la capacidad operativa de Silvestre. Cazorla ha
estudiado la bibliografía existente y ha hablado con personas que vivieron en
la zona. Sólo así se puede describir las
andanzas de Zugasti, de Ovilo y de otros personajes importantes en la historia
menor de la zona. Y sólo así se puede situar geográficamente la acción en el
teatro marroquí. Sin embargo, la novela
es demasiado larga. Es cierto que hay una tendencia a extender en exceso los
relatos, quizás porque es lo que pide ahora el lector que se encariña con los
personajes y disfruta con la intriga. Pero con tanta extensión los asuntos
domésticos de las familias Ninet y Tenoll cobran una importancia exagerada que
puede hacer perder el ritmo por momentos. Por lo demás, ninguna novela española
relata con tanta precisión unos hechos referentes al Protectorado. En este
aspecto es una magnífica reconstrucción histórica.
La segunda novela - El general Silvestre y la sombra del Raisuni- se puede considerar la continuación de la primera. El
autor se ha desprendido de algunas de las rigideces de La ciudad del Lucus
y ha rebajado considerablemente el número de páginas. Aunque todavía adolece de
largos diálogos innecesarios y un poco retóricos que rompen el ritmo de la
acción. Una vez tomadas Larache y Alcázarquivir, la acción se sitúa en 1914 y vuelve
a enlazar las historias domésticas y los episodios históricos, en una técnica
de contrapunto, mezclando personajes reales y de ficción como lo hiciera Galdós
para acentuar el carácter novelesco del relato. El conflicto latente entre
Raisuni y Silvestre acaba por estallar. Al general español se le achaca un
carácter impetuoso, la soberbia propia de ser protegido del monarca y una falta
de preparación paralela a su arrogancia. Posiblemente se exagera en todo eso.
La bibliografía contemporánea al desastre de Annual (Gómez Hidalgo, Vivero, López-Rienda,
Hernández Mir, etc) carga las tintas más contra Berenguer por culpa in
vigilando y una distribución desigual de efectivos entre las dos zonas, con
prioridad a la que el mandaba directamente, y trata de justificar las
decisiones últimas de Silvestre. Todos menos
Ruiz Albéniz, amigo y defensor del alto comisario. Pero esto es otro
tema. La verdad es que Silvestre se enfrentó a Raisuni porque éste último
ejercía una autoridad que no le correspondía, entendía el mando como una
arbitrariedad feudal y desconocía el poder español. Pero para combatir a un ser
arbitrario cayó en el mismo vicio. Algunos españoles entendieron que el pacto
con el caudillo marroquí era la garantía de la ocupación pacífica, y esto tiene
algo de cierto. Pero el precio a pagar era el respeto eterno a la voluntad
caprichosa del cherif. La instauración del Protectorado exigía el sometimiento
del país al orden y la autoridad de las potencias protectoras como representantes
del sultán y en esto Silvestre actuaba correctamente. Aunque con nula
diplomacia y a costa de iniciar unas hostilidades que, por otra parte, hubieran
sido inevitables antes o después.
En la novela aparecen, además de los personajes principales, otros que
jugaron un papel en la historia del África española como el escritor Rafael
López Rienda que, además, fue suboficial de Regulares el teniente coronel
Valdés Cabanillas, el comandante Orgaz que con el tiempo llegaría a alto comisario, Navarro, Morales…
El ambiente de la ciudad se dibuja trenzado tres intrigas: la
político-militar, que compone la parte histórica del relato, la comercial, que
muestra la manera de vida en la ciudad, y la policíaca a través de las andanzas
del teniente Pozo de la Guardia Civil. Principalmente el enfrentamiento de
Silvestre con el alto comisario Marian y el cónsul Zugasti sobre el modo de
enfrentarse a el Raisuni que, en el fondo, es la vieja polémica entre
penetración armada o penetración pacífica. Silvestre pretendía la vía armada
para acabar con el cherife y los otros trataban de apaciguarlo mediante el
pacto. Esta controversia, y la falta de un dibujo competencial en el
protectorado claro a pesar del carácter militar del alto comisario, dio lugar a
una sucesión de intrigas, enmascaramientos y maniobras por parte de unos y
otros que Cazorla explica con claridad y con preferencia sin disimulo.
Las dos novelas, juntas o por separado, son una magnífica muestra de la
literatura colonial con la virtud de
unir los hechos históricos con la reconstrucción aproximada de la vida
cotidiana. Son, por tanto, una buena manera de acercarse a la historia del
Marruecos español.
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