GARCÍA
CUENCA, Manuel: Beatriz
(Diputación Provincial. Albacete 2002. 277 páginas).
Los libros editados por organismos oficiales
suele ocurrir que no son distribuidos, que acaban en los almacenes y los
lectores que tratan de conseguirlos se las ven y se las desean para atrapar un
ejemplar. Es discutible que las diputaciones provinciales editen novelas. Pero
si lo hacen, que las pongan en disposición de ser adquiridas.
García Cuenca vivió en la Guinea española
veinte años. Colaboró con algunos de los periódicos coloniales de la época: Ébano
y Potopoto. Y, como es lógico, recordará esos años de adolescencia y
juventud como una época maravillosa llena de recuerdos distintos a las otras
personas de su generación que no salieron de la provincia castellana. En la
novela Beatriz, se mezclan los sentimientos personales con la ficción. Es habitual
en los escritores eventuales que nos regalan sus vivencias el mezclar la
historia principal con muchos datos históricos, geográficos o antropológicos.
Se convierte en casi un género: la novela-reportaje.
El autor quiere resaltar el contraste entre el
mundo de los indígenas y el de los blancos expatriados. No es una novela sobre
la épica colonial. Trata de reflejar también las deficiencias de los colonos: Los
españoles eran personas toscas y poco instruidas. Emigraron a Guinea antes de
la Guerra Civil porque seguramente, la vida en sus respectivos pueblos sería
muy difícil y la pobreza, evidente. Pero es de justicia reconocer que su
diálogo, aunque limitado, tenía el contrapeso del corazón: lo que cuenta en la
vida del trópico es un carácter resuelto y un corazón desprovisto de flaquezas
(p.43). El protagonista blanco es un niño de doce años, de mirada ingenua y
limpia, que va descubriendo el mundo de los africanos de San Carlos –hoy Luba-,
al suroeste de la capital Malabo. Frente a él Beatriz, una joven combe de
quince años. Y una sociedad de pescadores de la misma tribu, emigrados de las
orillas del río Benito en la parte continental.
Vista de San Carlos, actual Luba
Los jóvenes se hacen mayores y la vida les
depara caminos distintos. La novela se centra más en las sensaciones íntimas
que en la vida política o social. El descubrimiento del sexo y del amor, en un
ambiente colonial donde el blanco necesitaba la compañía de la mujer negra con
todo lo que llevaba de menosprecio o subordinación, la tragedia de los mulatos
no reconocidos y la humillación de las miningas que actuaban de queridas de los
funcionarios y finqueros sin acceder nunca al matrimonio ni a una posición
social equivalente. En estas situaciones García Cuenca, que conocía
perfectamente la vida de plantación, va desarrollando una historia apasionada.
Como la historia principal no da para casi trescientas páginas, el autor
completa la narración con una visión muy ecológica de la existencia en Fernando
Poo y de la población indígena. Estas incursiones descriptivas rompen el hilo
de la historia. En ese tipo de relatos melancólicos sobre la vida pasada e
irrecuperable hay una cierta tendencia a rehabilitar el mito del buen salvaje,
entendido como un canto a las excelencias de la vida tranquila tradicional de
los pueblos africanos que fue interrumpida por la llegada de los europeos. Y
una visión negativa de la sociedad europea en Santa Isabel (Malabo): … la
ciudad de los almirantes, de la policía gubernativa, de la iglesia católica y
de una sociedad blanca altiva y deshumanizada (p. 168).
En general, la novela agrupa recuerdos y
vivencias que aparecen desconectados, no guarda una línea argumental sólida. El
hilo va y viene, se pierde y se retoma. Es, en resumen, aspectos de la vida de
un colonial joven. Un modo de existencia desaparecido pero que sólo se
recordará dentro de poco gracias a los testimonios como éste.
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