miércoles, 30 de octubre de 2013

NOSTALGIAS COLONIALES (1)

VEGA MONTOYA, Juan José: El último verano en Tánger (Editorial Club Universitario. Alicante 2000. 255 páginas y 3 hojas).
VILLANUEVA, Nieves: Rusadir  (Artes Gráficas El Progreso. Lugo 2008. 258 páginas y 1 hoja).
-          Los hijos del capitán (Editorial Planeta. Colección Nautilus. Barcelona 2005. 200 páginas y 2 hojas).
GARCÍA GALIANO, Ángel: La casa sin palabras (Edición de autor, impresión bajo demanda a través de www.lulu.com.  Desde 2002. 188 páginas).
    En la literatura española de la etapa colonial hay muy pocas novelas dedicadas a la vida civil del Protectorado, y muy pocas sobre la vida ciudadana en Guinea. En parte se ha ido reparando esta falta con novelas de autores cuyas familias les han contado las vicisitudes de la vida colonial, como María Dueñas o Cazorla, o que ellos mismos vivieron en el África hispana. Estas evocaciones están llenas de melancolía, de nostalgia por una sociedad irremediablemente perdida. En estos relatos no vemos al escritor de oficio sino al antiguo colonial que quiere dar a conocer su mundo distinto, sus experiencias en un tipo de vida que se fue para no volver. Debajo de la narración un mezcla de expatriados y originarios, de religiones y razas, de lenguas y modos de vida diferentes. En estas novelas hay mucho de doméstico y familiar. Hay pequeñas historias de la vida cotidiana, recuerdos intramuros. Pero son de gran ayuda para el que quiera comprender la intrahistoria, los pequeños detalles de la existencia diaria de las gentes que vivieron en las colonias. Claro está que predomina el punto de vista del europeo pero, con el tiempo, estos relatos se han despojado de la carga de racismo o paternalismo que llevaban las novelas de otra época.
   En esta línea Vega Montoya, antiguo residente en Tánger que luego pasó a Francia y España, nos cuenta el verano de un grupo de jóvenes amigos en la ciudad de Tánger. Es el último verano de vigencia del Estatuto Real que siguió a la derogación de la carta Internacional, es decir 1959. El canto del cisne de la ciudad internacional para pasar a ser una más en la estructura política del país. Y eso supuso el inicio de su decadencia económica que culminaría con las leyes de marroquinización de los años setenta del pasado siglo. La novela cuanta las alegrías de unos despreocupados muchachos que gozaban de un grado de libertad y prosperidad desconocidos en la España peninsular. Y canto nostálgico al pasado mejor y a la amistad. Ha publicado también relatos sobre Tánger en francés.

   Nieves Villanueva nación Lugo y se trasladó con sus padres al Marruecos español y, posteriormente, a Melilla. Los recuerdos de una infancia feliz, siguiendo a un padre militar que trabajaba en las oficinas de Intervención, los plasmó en una novela juvenil, Los hijos de capitán. En ella hay un intento de superar la memoria bélica para centrarse en las relaciones pacíficas, la mezcla de personas en un ambiente reducido y la ingenua visión de unos niños. Esa misma construcción melancólica, el mismo gusto por los recuerdos amables de la infancia, los utiliza también para componer una nueva novela –Rusadir- donde la memoria familiar predomina sobre la ficción. Un libro, dice la autora, que despliega ante el lector un tapiz con urdimnbre de aventura, rebeldía e inocencia perdida, y con trama de magia y leyenda, guerra y paz, vida y muerte. Un tapiz colorista y abigarrado que dibuja, mediada la década de los 50, a una sociedad española de bigotito, esparto y tentetieso. Un mundo autoritario, medroso, y cargado de prejuicios, donde el largo de los bañadores no lo fijaba la moda, sino el gobernador civil. En la segunda novela, el mismo capitán de los hijos de la primera desarrolla una más amplia gama de situaciones, en Marruecos, Melilla (Rusadir) y la península. Villanueva escribe con soltura, se lee con gusto y tiene la originalidad de ser una de las primeras escritoras que aborda los aspectos civiles del Protectorado.


   Con García Galiano nos trasladamos a Guinea en los años 40 del siglo XX. Es un relato intimista, al que le falta acción y descripción, demasiado ceñido a la vida de una ama de casa trasladada a Valladolid de los Bimbiles que erra el nombre colonial de la ciudad de Añisok, cuando se estaba formando y sólo habitaban en ella un puñado de españoles. A pesar de esa limitación, de sus páginas se extraen las inquietudes de los pioneros en mitad de la selva, casi sin caminos. El autor refleja una familia que será la suya, lo ignoro, y la presenta con aires buenos y sencillos. En este tipo de novela hay un estereotipo que consiste en criticar a todos los demás por no tratar de comprender al indígena salvando a los nuestros. Hubiera preferido que el autor detallara más los aspectos sociales y políticos de la época, pero eso forma parte de la soberanía del novelista.
Valladolid de los Bimbiles (Añisok)

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