BOUISSEF REKAB, Mohamed: El dédalo de Abdelkrim
(Editorial Port Royal. Granada 2002. 216 páginas y 4 hojas).
Bouissef se atrevió con una novela difícil. Sobre Abd el Krim se había
escrito mucho pero siempre con un punto de vista española, crítico o
patriótico. Así que busco otro enfoque,
una novela escrita desde el Rif con la mirada rifeña. Pero en español. La
empresa era difícil y el autor, un serio profesor de español en la Universidad
de Tetuán, debió dedicarle muchas horas de muchos días y limar su buen
castellano hasta encontrar la forma definitiva. El autor es hijo de española y
es bilingüe. En la novela El dédalo de Abdelkrim aborda una figura
fascinante que, como es natural, tenía sus contradicciones. Como señala el
título, el protagonista –empujado por un fulgurante éxito inicial, se colocó
dentro de un laberinto en el que la salida era complicada. Las reflexiones del
lector a tener del texto nos llevan a plantearnos algunas consideraciones sobre
la naturaleza humana y las lecciones de la historia.
La violencia se combate con violencia. Una vez instalada ninguno de los
contendientes puede pedirle al otro que la abandone sino con la derrota. Y
suele vencer el que tiene más fuerza, no el que tiene más razón. Aunque la
razón no está nunca por completa de parte de nadie. El cabecilla rifeño se enfrenta a sus amigos
familiares –los españoles- y une a los enemigos tradicionales de tribu. Los
compacta un sentimiento nacionalista y de independencia que creen apoyado por
turcos y alemanes.
El líder es un líder guerrero. Sería muy difícil continuar la alianza
rifeña y yeblí sino tuvieran un enemigo común enfrente. ¿Iba a poder mantenerse
un estado rifeño con el liderazgo exclusivo de una de las cabilas (Beni
Urriaguel)? ¿O llegarían a un pacto que nunca tuvo lugar en la historia
anterior? ¿Era viable el emirato que fue soñando según se desarrollaba la
lucha? Su condición de líder visionario le hacía ver que sí. La realidad fue
mucho más tozuda y no le dio opción. Los hechos le empujaron, no podía vacilar,
volverse atrás ni ceder un ápice porque entonces su liderazgo podría
disolverse. Los españoles proponían pactos pero Mohamed uld Abdelkrim se
encontraba en una difícil encrucijada: si aceptaba las condiciones españolas,
demostraría debilidad y habría traicionado la palabra dada a los rifeños:
liberar el Rif o morir en el empeño. Si no aceptaba seguiría en un engranaje
bélico sin salida, cuyos resultados nadie podía predecir (pp. 123-124).
Pasó él a proponer la paz a los españoles siempre que éstos aceptaran
todas sus condiciones. Quizás Bouissef exagera al pensar que Primo de Rivera
era un abandonacionista. Nunca lo fue desde que llegó al poder. Los compromisos
internacionales de España no le permitían esa jugada porque quedaría eliminada
en el contexto internacional. El tratado del Protectorado obligaba a Francia a
ocupar la parte española si españa abandonaba. Ni Inglaterra ni Alemania lo
iban a tolerar. España estaba obligada –y no sólo por orgullo o prestigio
nacional- a ganar esa guerra contra tribus rebeldes. Abdelkrim se vio
arrastrado por su propia fuerza desbocada a atacar a Francia en el sur y a
guerrear contra Raisuni en el oeste. Quería la independencia del Rif, no podía
contar con la solidaridad del Mazjén cherifiano. Eran muchos frentes apara su
escaso poder. En algún momento se debió de dar cuenta de que no podría tener
éxito. Abdelkrim admiraba al líder marroquí de la campaña de 1909 Amezian,
cuando los Jatabi eran españolistas. Pero le faltaba la prudencia de éste. Por
cierto, qué buena novela podría salir con la figura de Amezian de protagonista.
El dédalo de Abdelkrim le llevaba a una sola salida, la derrota. Había
organizado un sueño, pero fue más allá de lo que sus fuerzas permitían. Llevó a
la lucha a su pueblo, a miles de rifeños al combate, a la muerte. Era mucho el
enemigo como para derrotarlo definitivamente, la diferencia de fuerzas en
1921-26 era muy grande. Abdelkrim les prometió sacrificio: No puedo olvidar
ni un solo momento que les prometí a los rifeños que lucharíamos hasta la
victoria final o hasta la muerte… Y les he fallado (pp. 17-18). Pero él, a
la postre, no se sacrificó. Aceptó el cómodo aunque alejado exilio donde llegó
con su familia y dinero. Le faltó la épica de morir al frente de los suyos, de
los que no pudieron exiliarse. A partir
de entonces, la figura del líder rifeño pierde grandeza. Se escapó en Egipto
pero nunca regresó. Aceptó la presidencia del Istiqlal de Allal-el-Fasi,
totalmente contrario a la independencia o autonomía rifeña. Y cayó en el
olvido.
Bouissef escribe una novela interesante, la mejor de las escritas por
marroquíes en lengua española. Quizás confunda al lector con saltos temporales
no bien clarificados en la lectura.
El autor ha publicado recientemente Las inocentes oquedades de Tetuán
(Alcalá grupo editorial. Jaén 2010. 333 páginas) un interesante retablo con
saltos en el tiempo, que muestra la convivencia tetuaní en los primeros años de
la independencia y que trae recuerdos El Cairo de Naguib Mahfouz.
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