viernes, 28 de junio de 2013

LAS PRIMERAS NOVELAS COLONIALES HISPANOAFRICANAS

MATA, Pedro: Los moros del Rif (Urbano Manini editores. Madrid 1856. 798 páginas y 1 hoja. Grabados de Cibera ; Ediciones Aurora. La Novela de Todos nº 1 y 2. Madrid 1934. 2 tomos).
CASTILLO, Rafael del: El honor de España. Episodios de la guerra de Marruecos (Imprenta de don Antonio Gracia y Organ. Madrid 1859.972 páginas y 2 hojas. Grabados de Paris).
CUBERO FIERRO, Antonio: La cruz y la media luna o La guerra de Marruecos (Imprenta de M. Minuesa. Madrid 186 519 páginas y 2 hojas).
REDONDO, Antonio: Rodrigo y Zelima o La toma de Tetuán (La Probidad. Cádiz 1862. 210 páginas).

   El origen de la novelística colonial española en África hay que situarlos en la guerra de 1859-60. Fue la primera aventura contemporánea de los españoles en Marruecos, salvo los numerosos incidentes fronterizos en Ceuta y Melilla. Fue un acontecimiento nacional que exaltó los ánimos patrios y llenó de ínfulas de gloria a los habitantes de la época. Sirvió también para unir a los españoles que salían de la guerra carlista. Y fue un episodio que tuvo mucha literatura. Innumerables son las historias de esta guerra, escritas algunas por personajes muy populares en la época como Pedro Antonio de Alarcón, Núñez de Arce, Emilio Castelar, Ibo Alfaro o Víctor Balaguer. También dio lugar a algunas novelas. Nos vamos a fijar en tres contemporáneas y una un poco anterior, de la Mata que sitúa los hechos en la isla de Alhucemas que siempre ha sido uno de los puntos avanzados de España en África. Que nadie busque en estos libros buena literatura sino más bien un tipo de escritura mediocre, debida a folletinetistas o entreguistas. Autores que iban desgranando semanalmente una historia larga, para poder sacar más beneficios, y que articulaban de tal modo que el lector se quedara con la intriga hasta la entrega o fascículo siguiente. Era el modo de escribir de Alejandro Dumas o de Eugenio Sue pero nuestros autores no tenían el talento de estos dos, ni dominaban la técnica, ni poseían la imaginación suficiente. No llegaban tampoco a la altura de Manuel Fernández y González, el mejor de los españoles dedicados al folletín. Aunque tratan de enlazar aventuras inverosímiles, situaciones de peligro extremo, traidores de la peor especie y protagonistas buenos y nobles, los libros que describimos aquí son, en general, aburridos y previsibles. Recogen los tópicos de la peor literatura colonial y muchas veces son más valiosos por las ilustraciones que por los textos. Estas novelas tienen, eso sí, la oportunidad de comenzar una temática nueva en la literatura española. Así sus autores tienen el don de la oportunidad, el olfato de encontrar un argumento original.
   Pedro Mata
   Pedro Mata inicia esta serie de literatura, este subgénero de novela colonial hispanoafricana con una novela que tituló Los moros del Riff o El prisionero de Alhucemas y que salió de la imprenta en una cuidada edición de Urbano Manini en 1856. Se haría una segunda edición en 1934, aunque no sé si fue una edición reducida o si no llegó a completarse la serie de tomos prevista. Quizás el nombre de Pedro Mata en literatura se asocia más a su nieto, autor célebre de novelas populares y galantes del primer tercio del siglo XX. Sin embargo, el abuelo fue un personaje mucho más interesante y complejo. Pedro Mata y Fontanet nació en Reus en 1811 y murió en Madrid en 1877. Desde muy joven tuvo ínfulas literarias y fundó periódicos y revistas. Pero su verdadera profesión fue la de médico, catedrático de Medicina Legal y uno de los padres de la medicina forense en españa. En esa materia es autor de varios libros importantes. También tuvo una actividad política reseñable que lo llevó desde el  exilio en Francia a las Cortes. Era de tendencia progresista y ocupó escaños de senador y diputado. También fue gobernador civil de Madrid. Su carrera literaria está influenciada por la corriente de novela histórica tan en boga en el momento. No hay que olvidar que también fue traductor de Walter Scott.  No es un gran escritor, ni tuvo el éxito que pretendió.

   












Ilustración de Cibera para el libro de Mata
   Mata sitúa la acción en la isla-presidio de Alhucemas y la desenvuelve en torno a una captura por parte de los piratas rifeños de un barco español y a sus tripulantes y pasaje. Aprovecha la historia para dar noticias sobre la vida de los moros fronterizos con el peñón español. Va  llenando las páginas, aprovechando la ingenuidad e ignorancia de los lectores sobre el asunto, con alambicadas situaciones llenas de absurdos y tópicos, el sentimiento de alteridad acentuado para diferenciar buenos y malos, la abnegada predisposición del militar español para atender a los desvalidos y -¡cómo no!- el enamoramiento de una mora, que es un lugar común en la literatura colonial.

   Rafael del Castillo es uno más de los novelistas mediocres del siglo XIX. Fue también periodista. Publicó con su nombre o con el seudónimo Álvaro Carrillo más de medio centenar de novelas (entre ellas la titulada ¡Al África, españoles! sobre la guerra de Melilla de 1893), además de estrenar dramas y hacer traducciones. Como ocurre con otros escritores similares, su vida personal es compleja y abarca varias facetas. Su actividad como comerciante tuvo éxito, políticamente fue un republicano convencido. Como escritor deja mucho que desear pero no se le pueden negar ciertas habilidades. Posiblemente escribiera como una manera más de ganar dinero, sin que esto esté en contradicción con la afición o vocación. La guerra de África fue un caladero para sus escritos. Publicó una historia de la misma, narrada en primera persona como si hubiera asistido junto a las tropas nacionales, muy en el estilo del Diario de un testigo de la guerra de África de Pedro Antonio de Alarcón. No sé si realmente fue a la guerra o se basó en los testimonios y crónicas de otros. En todo caso no es de las obras importantes para estudiar la campaña y está escrita de manera fácil, dedicada al mismo público de sus folletines. Su novela El honor de España es disparatada y un tanto aburrida. Ni siquiera tuvo una labor previa de documentación. Asumió todos los tópicos sobre el moro salvaje y el buen cristiano. Redactó un texto algo confuso y, cuando le pareció, abandonó el curso del relato para ponerse a contar la historia de la campaña o las negociaciones de paz como el capítulo XII que titula En el que el autor, para complacer a muchos de sus lectores, va a olvidarse de la novela en algunos capítulos para dedicarse exclusivamente a la guerra.
Portada de libro de Álvaro Carrillo (Rafael del Castillo)
Portada e ilustración de Paris para el libro de Del Castillo
   Cubero, Redondo y Del Castillo son intercambiables. Sus tramas son irreales, llenas de fantasías amorosas, aventuras inverosímiles y la reiteración de personajes, como el renegado, que favorecen la solución del enredo cuando al autor no le queda otro artificio. Han descubierto el oriente cercano a España como lugar salvaje: Marruecos es la única nación cercana a pueblos civilizados, donde se ven a todas horas escenas de violencia y barbarie, dignas de la edad media, escribía Cubero en la página 71 aunque su conocimiento del país se debiera a lecturas desordenadas y poco fiables.  Cubero y Del Castillo son entreguistas de oficio y llenan páginas como quien hace cestos. No es posible decir que la lectura actual sea entretenida o curiosa sino solo esfuerzo de investigadores y aficionados a la historia marroquí.


   Lo dicho de los anteriores se puede repetir de Redondo. Pero es mejor escritor que los anteriores, más ágil en el planteamiento y en las situaciones aunque ingenuo y previsible en el desenlace. Facilita la lectura acortando los interminables libros de los entreguistas. Es un autor que hoy resulta tan desconocido como olvidado salvo para la arqueología literaria.
Ilustración para el libro de Cubero

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