MATA, Pedro:
Los moros del Rif (Urbano Manini editores. Madrid 1856. 798 páginas y 1
hoja. Grabados de Cibera ; Ediciones Aurora. La Novela de Todos nº 1 y 2. Madrid
1934. 2 tomos).
CASTILLO,
Rafael del: El honor de España. Episodios de la guerra de Marruecos
(Imprenta de don Antonio Gracia y Organ. Madrid 1859.972 páginas y 2 hojas.
Grabados de Paris).
CUBERO
FIERRO, Antonio: La cruz y la media luna o La guerra de Marruecos
(Imprenta de M. Minuesa. Madrid 186 519 páginas y 2 hojas).
REDONDO,
Antonio: Rodrigo y Zelima o La toma de Tetuán (La Probidad. Cádiz
1862. 210 páginas).
El origen de la novelística colonial española en África hay que
situarlos en la guerra de 1859-60. Fue la primera aventura contemporánea de los
españoles en Marruecos, salvo los numerosos incidentes fronterizos en Ceuta y
Melilla. Fue un acontecimiento nacional que exaltó los ánimos patrios y llenó
de ínfulas de gloria a los habitantes de la época. Sirvió también para unir a
los españoles que salían de la guerra carlista. Y fue un episodio que tuvo
mucha literatura. Innumerables son las historias de esta guerra, escritas
algunas por personajes muy populares en la época como Pedro Antonio de Alarcón,
Núñez de Arce, Emilio Castelar, Ibo Alfaro o Víctor Balaguer. También dio lugar
a algunas novelas. Nos vamos a fijar en tres contemporáneas y una un poco
anterior, de la Mata que sitúa los hechos en la isla de Alhucemas que siempre
ha sido uno de los puntos avanzados de España en África. Que nadie busque en
estos libros buena literatura sino más bien un tipo de escritura mediocre,
debida a folletinetistas o entreguistas. Autores que iban desgranando
semanalmente una historia larga, para poder sacar más beneficios, y que
articulaban de tal modo que el lector se quedara con la intriga hasta la entrega
o fascículo siguiente. Era el modo de escribir de Alejandro Dumas o de Eugenio
Sue pero nuestros autores no tenían el talento de estos dos, ni dominaban la
técnica, ni poseían la imaginación suficiente. No llegaban tampoco a la altura
de Manuel Fernández y González, el mejor de los españoles dedicados al
folletín. Aunque tratan de enlazar aventuras inverosímiles, situaciones de
peligro extremo, traidores de la peor especie y protagonistas buenos y nobles,
los libros que describimos aquí son, en general, aburridos y previsibles.
Recogen los tópicos de la peor literatura colonial y muchas veces son más
valiosos por las ilustraciones que por los textos. Estas novelas tienen, eso
sí, la oportunidad de comenzar una temática nueva en la literatura española.
Así sus autores tienen el don de la oportunidad, el olfato de encontrar un
argumento original.
Pedro Mata
Pedro Mata inicia esta serie de literatura, este subgénero de novela
colonial hispanoafricana con una novela que tituló Los moros del Riff o El
prisionero de Alhucemas y que salió de la imprenta en una cuidada edición
de Urbano Manini en 1856. Se haría una segunda edición en 1934, aunque no sé si
fue una edición reducida o si no llegó a completarse la serie de tomos
prevista. Quizás el nombre de Pedro Mata en literatura se asocia más a su
nieto, autor célebre de novelas populares y galantes del primer tercio del
siglo XX. Sin embargo, el abuelo fue un personaje mucho más interesante y
complejo. Pedro Mata y Fontanet nació en Reus en 1811 y murió en Madrid en
1877. Desde muy joven tuvo ínfulas literarias y fundó periódicos y revistas.
Pero su verdadera profesión fue la de médico, catedrático de Medicina Legal y
uno de los padres de la medicina forense en españa. En esa materia es autor de
varios libros importantes. También tuvo una actividad política reseñable que lo
llevó desde el exilio en Francia a las
Cortes. Era de tendencia progresista y ocupó escaños de senador y diputado.
También fue gobernador civil de Madrid. Su carrera literaria está influenciada
por la corriente de novela histórica tan en boga en el momento. No hay que
olvidar que también fue traductor de Walter Scott. No es un gran escritor, ni tuvo el éxito que
pretendió.
Ilustración de Cibera para el libro de Mata
Mata sitúa la acción en la isla-presidio de Alhucemas y la desenvuelve
en torno a una captura por parte de los piratas rifeños de un barco español y a
sus tripulantes y pasaje. Aprovecha la historia para dar noticias sobre la vida
de los moros fronterizos con el peñón español. Va llenando las páginas, aprovechando la
ingenuidad e ignorancia de los lectores sobre el asunto, con alambicadas
situaciones llenas de absurdos y tópicos, el sentimiento de alteridad acentuado
para diferenciar buenos y malos, la abnegada predisposición del militar español
para atender a los desvalidos y -¡cómo no!- el enamoramiento de una mora, que
es un lugar común en la literatura colonial.
Rafael del Castillo es uno más de los novelistas mediocres del siglo
XIX. Fue también periodista. Publicó con su nombre o con el seudónimo Álvaro Carrillo más de medio centenar de novelas (entre ellas la titulada ¡Al África, españoles! sobre la guerra de Melilla de 1893), además de estrenar dramas y hacer
traducciones. Como ocurre con otros escritores similares, su vida personal es
compleja y abarca varias facetas. Su actividad como comerciante tuvo éxito,
políticamente fue un republicano convencido. Como escritor deja mucho que
desear pero no se le pueden negar ciertas habilidades. Posiblemente escribiera
como una manera más de ganar dinero, sin que esto esté en contradicción con la
afición o vocación. La guerra de África fue un caladero para sus escritos.
Publicó una historia de la misma, narrada en primera persona como si hubiera
asistido junto a las tropas nacionales, muy en el estilo del Diario de un
testigo de la guerra de África de Pedro Antonio de Alarcón. No sé si
realmente fue a la guerra o se basó en los testimonios y crónicas de otros. En
todo caso no es de las obras importantes para estudiar la campaña y está
escrita de manera fácil, dedicada al mismo público de sus folletines. Su novela
El honor de España es disparatada y un tanto aburrida. Ni siquiera tuvo
una labor previa de documentación. Asumió todos los tópicos sobre el moro
salvaje y el buen cristiano. Redactó un texto algo confuso y, cuando le
pareció, abandonó el curso del relato para ponerse a contar la historia de la
campaña o las negociaciones de paz como el capítulo XII que titula En el que
el autor, para complacer a muchos de sus lectores, va a olvidarse de la novela
en algunos capítulos para dedicarse exclusivamente a la guerra.
Portada de libro de Álvaro Carrillo (Rafael del Castillo)
Portada e ilustración de Paris para el libro de Del Castillo
Cubero, Redondo y Del Castillo son intercambiables. Sus tramas son
irreales, llenas de fantasías amorosas, aventuras inverosímiles y la
reiteración de personajes, como el renegado, que favorecen la solución del
enredo cuando al autor no le queda otro artificio. Han descubierto el oriente
cercano a España como lugar salvaje: Marruecos es la única nación cercana a
pueblos civilizados, donde se ven a todas horas escenas de violencia y
barbarie, dignas de la edad media, escribía Cubero en la página 71 aunque
su conocimiento del país se debiera a lecturas desordenadas y poco fiables. Cubero y Del Castillo son entreguistas de
oficio y llenan páginas como quien hace cestos. No es posible decir que la
lectura actual sea entretenida o curiosa sino solo esfuerzo de investigadores y
aficionados a la historia marroquí.
Lo dicho de los anteriores se puede repetir de Redondo. Pero es mejor
escritor que los anteriores, más ágil en el planteamiento y en las situaciones
aunque ingenuo y previsible en el desenlace. Facilita la lectura acortando los
interminables libros de los entreguistas. Es un autor que hoy resulta tan
desconocido como olvidado salvo para la arqueología literaria.
Ilustración para el libro de Cubero
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