MAC ORLAN, Pierre: La
bandera (Luis de Caralt editor. Barcelona 1974. 300 páginas + 2 hojas.
Traducción de Mariano Tudela; Luis de Caralt editor. Barcelona 1977. 299
páginas; Orbis. Barcelona 1988; 192 páginas; Almuzara. Córdoba 2006. 265
páginas).
Pierre
Dumarchais nació en 1882. Llegó a Paris con ánimo de triunfar como pintor, pero
la vida le llevó a la escritura. Usó el pseudónimo de Pierre Mac Orlan. Es
autor de varias novelas notables como El canto de la tripulación (1918)
o El muelle de las brumas (1927). El éxito rotundo le llegó a partir de
la publicación de La bandera en 1931, acrecentado por la realización de
la película con igual título dirigida por Julien Duvivier en 1935 con Jean
Gabin y Annabella. La novela no pudo traducirse en nuestro país hasta 1974.
En
aquella época, la dominación colonial de Marruecos no se veía tan mal como
ahora. Muchos creían que se podía ayudar a un país empobrecido, aun a costa de
la ocupación militar. Por otra parte, La Legión era un cuerpo de prestigio.
Tiempos de épica militar, de héroes de guerra, de batallas continuadas y
generacionales. Mac Orlan, crea un tipo de antihéroe que va muy bien a La
Legión. Un desesperado, marginal, pendenciero y sin nada que perder. En un
momento de angustia, de verse sin salida en la vida, opta por alistarse el
Tercio de Extranjeros español ya que las circunstancias lo llevaron a
Barcelona. Mac Orlan era francés, podía haber elegido la Legón Extranjera
francesa que llevaba más recorrido e historial. Quizás quiso huir del modelo
que popularizó P. C. Wren y prefirió escoger el cuerpo español para señalar
diferencias. El escritor era un hombre que conocía el tipo sobre el que
narraba: inquieto en la vida, con mil oficios y malas compañías. Una persona
que se vio muchas veces obligado a cambiar de lugar y de vida hasta recalar en
el oficio de escritor. Admiraba La Legión al igual que lo hizo Julian Duvivier,
el director de la versión cinematográfica de 1936. No eran ultraconservadores,
ni militaristas, sino más bien lo contrario. En los años treinta había otra
visión de los asuntos africanos.
La
Legión como escondite, refugio, salida frente a la angustia, la depresión o el
delito. Para los que se mienten a sí mismos y los que quieren dejar de hacerlo.
Para los aventureros y los patriotas, los héroes en ciernes. Una tropa de
legionarios que, por principio, está compuesta de aventureros, forma un
conjunto moral bastante difícil de definir. Los legionarios no son maleantes
(página 48 de la edición de Orbis). La vida anterior se dejaba fuera y se
iniciaba una etapa de redención. No todos se recuperan. Frente a la vida
rutinaria, a veces inactiva, sin sorpresas, se presentaba una vida de acción,
de continuo ajetreo y de contacto con la muerte.
El
autor no necesita muchas palabras ni descripciones extensas para mostrar la
vida legionaria. Las relaciones entre los personajes, idas y venidas, cuartel y
permiso, le sirven para entrar en lo que era la cotidianidad de Dar Riffien.
Seres sencillos de vidas complicadas que levantan sospechas, también
camaradería y nobleza. El estilo es seco, cortante, porque los personajes
también lo son. Vidas para la lucha que explica magistralmente en un párrafo:
La paz era una penosa consecuencia de la
guerra. Con la paz la vida seguía su ritmo monótono y severo. Un aburrimiento
trágico les dominaba hasta el punto de transformar sus personalidades. La mayor
parte de los legionarios se desdoblaban. Cada uno ofrecía dos personajes
animados por fuerzas que no eran ni el bien ni el mal. Los legionarios
acuartelados vivían una vida imaginaria, cuyas invenciones podían ser difíciles
de prever. Bajo el fuego, aparecía despojado de toda literatura, como un
engranaje perfecto en la delicada máquina de hacer la guerra (página73).
La Legión unía en un ideal orgulloso, leal y disciplinado. Pero no para
cualquier hombre, sino para un tipo especial o distinto que encuentra su camino
cuando la guerra se hace inevitable. No
sé qué conocimientos tenía Mac Orlan de la Legión Española. Da la impresión de
haber hablado con legionarios que le contaron sus peripecias, pero en la
descripción de los puestos se aleja del modelo español y se acerca al francés.
Da igual. El diseño de vidas desarraigas, de hombres que no vislumbran el
futuro, de la escasez de dinero y proyectos, no sufre por eso.
Es curioso que en una novela de ambiente colonial y militar apenas haya
personajes marroquíes. Se limita a algunas prostitutas y tiradores anónimos.
Tampoco hay guerra, solo un episodio final para iniciar la conclusión. Lo que
hay son tipos característicos, contradictores, rivales en todo. Una rivalidad
en la que el odio puede dar lugar a la nobleza. Cuando las condiciones de
existencia enseñan el único camino conocido. O, como dice Mac Orlan: La vida
es así, las rosas que una cree coger solo son apariencias. Todo lo que es
hermoso, todo lo que huele bien, todo lo que es agradable a la carne y al
corazón, son apariencias. Solo los genios conocen las leyes de la realidad (p. 160).
Un clásico para releer.