viernes, 12 de julio de 2013

NOVELAS DE LOS TERRITORIOS ESPAÑOLES DEL GOLFO DE GUINEA (7): BEATRIZ de MANUEL GARCÍA CUENCA

GARCÍA CUENCA, Manuel: Beatriz (Diputación Provincial. Albacete 2002. 277 páginas).
   Los libros editados por organismos oficiales suele ocurrir que no son distribuidos, que acaban en los almacenes y los lectores que tratan de conseguirlos se las ven y se las desean para atrapar un ejemplar. Es discutible que las diputaciones provinciales editen novelas. Pero si lo hacen, que las pongan en disposición de ser adquiridas.
   García Cuenca vivió en la Guinea española veinte años. Colaboró con algunos de los periódicos coloniales de la época: Ébano y Potopoto. Y, como es lógico, recordará esos años de adolescencia y juventud como una época maravillosa llena de recuerdos distintos a las otras personas de su generación que no salieron de la provincia castellana. En la novela Beatriz, se mezclan los sentimientos personales con la ficción. Es habitual en los escritores eventuales que nos regalan sus vivencias el mezclar la historia principal con muchos datos históricos, geográficos o antropológicos. Se convierte en casi un género: la novela-reportaje.

   El autor quiere resaltar el contraste entre el mundo de los indígenas y el de los blancos expatriados. No es una novela sobre la épica colonial. Trata de reflejar también las deficiencias de los colonos: Los españoles eran personas toscas y poco instruidas. Emigraron a Guinea antes de la Guerra Civil porque seguramente, la vida en sus respectivos pueblos sería muy difícil y la pobreza, evidente. Pero es de justicia reconocer que su diálogo, aunque limitado, tenía el contrapeso del corazón: lo que cuenta en la vida del trópico es un carácter resuelto y un corazón desprovisto de flaquezas (p.43). El protagonista blanco es un niño de doce años, de mirada ingenua y limpia, que va descubriendo el mundo de los africanos de San Carlos –hoy Luba-, al suroeste de la capital Malabo. Frente a él Beatriz, una joven combe de quince años. Y una sociedad de pescadores de la misma tribu, emigrados de las orillas del río Benito en la parte continental.
Vista de San Carlos, actual Luba
   Los jóvenes se hacen mayores y la vida les depara caminos distintos. La novela se centra más en las sensaciones íntimas que en la vida política o social. El descubrimiento del sexo y del amor, en un ambiente colonial donde el blanco necesitaba la compañía de la mujer negra con todo lo que llevaba de menosprecio o subordinación, la tragedia de los mulatos no reconocidos y la humillación de las miningas que actuaban de queridas de los funcionarios y finqueros sin acceder nunca al matrimonio ni a una posición social equivalente. En estas situaciones García Cuenca, que conocía perfectamente la vida de plantación, va desarrollando una historia apasionada. Como la historia principal no da para casi trescientas páginas, el autor completa la narración con una visión muy ecológica de la existencia en Fernando Poo y de la población indígena. Estas incursiones descriptivas rompen el hilo de la historia. En ese tipo de relatos melancólicos sobre la vida pasada e irrecuperable hay una cierta tendencia a rehabilitar el mito del buen salvaje, entendido como un canto a las excelencias de la vida tranquila tradicional de los pueblos africanos que fue interrumpida por la llegada de los europeos. Y una visión negativa de la sociedad europea en Santa Isabel (Malabo): … la ciudad de los almirantes, de la policía gubernativa, de la iglesia católica y de una sociedad blanca altiva y deshumanizada (p. 168).

   En general, la novela agrupa recuerdos y vivencias que aparecen desconectados, no guarda una línea argumental sólida. El hilo va y viene, se pierde y se retoma. Es, en resumen, aspectos de la vida de un colonial joven. Un modo de existencia desaparecido pero que sólo se recordará dentro de poco gracias a los testimonios como éste.

jueves, 11 de julio de 2013

ZAJARA de FEDERICO HUESCA

HUESCA, Federico: Zajara (Tipografía de los Huérfanos. Madrid 1889. 326 página y 1 hoja. Prólogo de Vicente Riva-Palacio).
   Tánger siempre fue una aspiración española. Pero era asimismo la llave sur del estrecho de Gibraltar que, tras la apertura del canal de Suez, tenía una importancia geopolítica enorme. Francia no deseaba que España poseyera las dos orillas, ni que Gran Bretaña tuviera Gibraltar al norte y Tánger al sur. Los británicos tampoco deseaban que Francia prolongara sus posesiones argelinas por la costa mediterránea de Marruecos. Al final, se llegó a una solución de compromiso, original atractiva, poco política, pero respetada. La zona de Tánger se convirtió en internacional con una administración plurinacional. Tánger había sido tradicionalmente la capital diplomática del reino de Marruecos que cerraba sus ciudades a los extranjeros. En la ciudad del norte se concentraban las embajadas, llamadas entonces legaciones. Entre el ambiente diplomático y el de ciudad internacional, Tánger acogió una sociedad variopinta y diversa que dio argumento a mucha sobras literarías y artísticas.

   Los españoles también miraron a Tánger para situar algunas novelas. Quizás la primera de ellas es Zajara de Federico Huesca. El autor fue un diplomático nacido en Madrid en 1841, trabajó en las embajadas de Florencia y Vaticano como agregado y en la de Tánger como cónsul. También estuvo como ministro plenipotenciario en El Cairo. Su actividad política se concretó en los cargos de gobernador civil de Almería y Lugo. La novela es un ejemplo de los libros que se hacía en aquella época: Buen papel, buena tipografía, excelentes ilustraciones que jalonan los capítulos, y una pobre calidad literaria.

   Los descubridores del oriente cercano que era Marruecos adolecieron de escasa imaginación y compusieron novelas tediosas. Se les ve ansiosos de intervenciones coloniales y desprecian a la sociedad marroquí a la que desean cambiar según el modelo europeo. En Zajara encontramos todos los tópicos de la literatura colonial al uso. Se concreta en el argumento principal del libro: Un español que se enamora de una mujer árabe, casada, y no para hasta conseguir raptarla con la ayuda de sus amigos. Este delito está, a la vista del novelista, perfectamente justificado por el maltrato intrínseco al árabe, la condición subordinada de la mujer en Marruecos y el desconocimiento del cristianismo. Hoy estas razones nos resultan indignas, pero entonces parecía calar en la mentalidad del lector medio. Huesca, en su dedicatoria al embajador mejicano y autor del prólogo el general Riva-Palacio, asegura que los hechos narrados son ciertos: una historia amorosa de la que fui testigo y cuyos personajes fueron para mí muy estimados.
   En Huesca está. Pues, la contradicción entre el europeo avanzado y noble y el moro atrasado y bárbaro. Al protagonista español lo describe así: Bajo la apariencia de frivolidad era Guillermo hombre de mucho juicio y reflexión, su sangre ligera, su sensibilidad exagerada, su apasionamiento por el ideal, le conducían como por la mano a la aventura de la mora que le abría un nuevo escenario, con una actriz y un drama desconocido y completamente nuevo para él (p. 23). Sin embargo, el marroquí le merecía esta opinión: Mohammed Dakaly como la mayoría de los moros tenía noble aspecto, y cierta altiva arrogancia que daba interés a su personalidad; sus labios gruesos, su color cetrino, la barba escasa y rizosa, hacían dudar de su pura estirpe y descendencia directa de los españoles, en lo que fundan su orgullo los verdaderos moros, que son los que monopolizan los altos destinos de la administración marroquí. No era menos mojigato e hipócrita que sus correligionarios, así que siempre que estaba en público pasaba las cuentas del rosario entre sus dedos más probablemente que recitando versículos del Corán, echándolas del tanto por ciento que le dejaría de beneficio algún negocio… Apóstata de su religión en cuanto convenía a su egoísmo, no copiaba de los cristianos, sin embargo, el trato respetuoso y la alta estima de que goza la mujer en nuestra sociedad, condenando a Zajara a vivir encerada en su casa rodeada de tristeza y melancolía, respirando solo una atmósfera de sensualismo, de que ella instintivamente protestaba (pp. 105-106).
Ilustración de la novela Zajara.

   Dejando aparte estas notas propias de la mentalidad de la época, al novela contiene también interesantes notas sobre la vida europea en la ciudad a finales del siglo XIX y, especialmente, de la vida diplomática. Quizás sea eso lo más interesante para el lector actual. Huesca es un hombre acostumbrado a usar la escritura para desarrollar su profesión y se nota soltura para expresar aunque no es un escritor de oficio. Pero Huesca no tiene la capacidad de penetración en los entresijos políticos y sociales que tenía, por ejemplo, Drummond Hay el ministro británico en Tánger a principios del XIX. Da la impresión de que Huesca, como tantos otros escritores españoles de temática africana, se conformaban con poco, con narrar algunas anécdotas más o menos adornadas. No eran escritores de gran autoexigencia y remataban con poca profundidad. Tal vez creían que la originalidad del ambiente nuevo y lo pintoresco de la sociedad árabe era suficiente para un lector poco pretencioso.

lunes, 8 de julio de 2013

HORAS EN EL SAHARA de RAFAEL DE GUZMÁN

GUZMAN, Rafael de: Horas en el Sahara. (Narraciones) (Instituto editorial Reus. Madrid 1953. 131 páginas).
    Una curiosidad es este libro de Guzmán, mitad ficción mitad recuerdos, en que desgrana episodios más o menos vividos por el autor en el Sahara español. Por su manera de escribir parece que se trataba de un funcionario que estuvo destinado en el territorio africano y que, con una gran carga de ironía, dibuja algunas de las dificultades y también de los atractivos de la vida alejada entre las arenas.


   El primer episodio es ya un resumen de lo distante, y no sólo geográficamente hablando, del lugar, en este caso relata la llegada de un funcionario a la posición de Güera –en el extremo sur del Sahara español, que acababa de ser ocupada:
…la inmensa mayoría de la gente no tenía ni idea de lo que era, ni donde estaba La Agüera. Unos la situaban en Soria, y se extrañaban muchísimo de que hubiesen ocupado una aldea de aquella provincia. Otros, la suponían cerca de Badajoz y, asimismo, no entendían aquello de la ocupación.
   A los quince días de ocurrido el hecho, nadie se acordaba ya de La Agüera. Bueno, nadie no, porque había algunas personas que no tenían más remedio que seguir ocupándose de tal poblado, encontrándose entre estas personas, los componentes de la escasa guarnición, las familias respectivas residentes en la península, y algunos funcionarios. Entre estos dos últimos grupos, la situación geográfica de la Güera, comenzó a concretarse (p.9).
Güera, abandonada, en la actualidad.

   Los relatos de Guzmán no son excelentes desde el punto de vista literario, son apuntes de un modo de vida. Pero reflejan muy bien el sentimiento de los españoles coloniales en su manera de ver la situación y en su manera de entender al “otro”, con toda la carga paternalista y a veces despectiva de las costumbres de las poblaciones autóctonas. Son un documento de una manera extinguida de vivir. Y tienen la importancia de que son de las pocas fuentes existentes sobre Güera.

jueves, 4 de julio de 2013

EL ÚLTIMO REY DEL SAHARA de GENÍS CARRASCO GÓMEZ

CARRASCO GÓMEZ, Genís: El último rey del Sahara (Letras Difusión. Sevilla 2010. 729 p).
   El autor es médico y ha publicado varios artículos y libros de medicina. Pero ahora se atreve con la novela y da a la luz el primero volumen de lo que promete ser una trilogía. Para ello nos traslada a Villacisneros en 1930. La fecha no está elegida al azar. Los territorios saharianos habían sido explorados por los españoles en la década de los 70 del siglo XIX, gracias a la acción de hombres como Bonelli, y en la década siguiente con Cervera, Quiroga y Rizzo. En su momento se comunicó la ocupación del protectorado de Río de Oro, como señalaba el Acta Final de la Conferencia de Berlín. Pero apenas se hizo nada, como muy propia del africanismo español. Una factoría y fuerte en Villa Cisneros era la única presencia española. Como los franceses trataban de ampliar sus posesiones argelinas y mauritanas, fue necesario llegar a un acuerdo, el Tratado de Paris de 1900, por el que españoles y franceses se repartieron territorios en disputa y así se fijaron los límites de España en el Sahara y Guinea. Tras el Tratado de instauración del Protectorado en Marruecos en 1912, se dio título legítimo a la posesión española en la franja sur (Tarfaya) y se pudo fundar el asentamiento de Cabo Juby que se llamaría después Villa Bens. 

   Los españoles sólo tenían presencia efectiva y permanente en estos dos puntos que garantizaban las pesquerías canarias. Sin embargo, era una necesidad ocupar todo el territorio adjudicado e imponer un orden europeo y una autoridad sobre la población, evitar el bandidismo y extender algunas mejoras en sanidad, transporte o educación. Ya en los años 30 del siglo XX se podía contar con el transporte aéreo que facilitaba mucho las cosas. Y es en esa década cuando comienzan las exploraciones y la fundación de nuevos asentamientos como Sidi Ifni, en Marruecos, o El Aaiún en el Sahara. Y de hizo de una manera pacífica, pactada con las tribus del lugar. Por eso en esta etapa se comienzan a publicar algunas monografías que trataban de dar a conocer el territorio. De esos años son, por ejemplo, Del Sahara español: Río de Oro (1935) de Aniceto Ramos Charco-Villaseñor –libro del que están tomadas las fotografías que reproducimos aquí-, Territorios del sur de Marruecos y Sahara Occidental (Meharas y rezzus) (1930) de E. González-Jiménez, El Sahara y Sur marroquí españoles (1931) de Vicente y José Guarner, El Sahara occidental (1932) de José Guillermo R. Sánchez, Villa-Cisneros (1933) de Andrés Coll, o Ifni Smara (1935) de José Antonio López Garro.






   Es cierto que este ambiente en aquella época está inédito en la novelística española y en esto consiste la primera nota original del libro. Fiel a su profesión, el autor coloca de protagonista a un médico militar que lleva la misión secreta de conseguir lo que su padre no pudo hacer y le encomendó post morten, hallar el tesoro perdido de un mítico rey del desierto. Pero el comienzo de thriller de la novela deja paso a decenas de páginas descriptivas de la vida en el Sahara español y sus problemas médicos. Se pierde el hilo de la intriga, la búsqueda del tesoro, los nazis que tratan de impedirlo y las muertes ocasionadas para desarrollar una amable posibilidad de lo que fue la existencia de un médico militar en la apartada y mal comunicada Villa Cisneros. La contraposición de los dos protagonistas, el médico Vidal y el coronel Cels, hace que el relato médico militar resulte ameno a pesar de la falta de acción. Los dos están inspirados remotamente, es confesión final del autor, en dos de las personalidades míticas de la exploración y dominio del Sahara español, el coronel Bens y el capitán De Oro Pulido. Bens es autor de un libro de memorias que sabe a poco porque deja la sensación de que no contó sino la parte menos sustancial de su estancia en el Sahara. Estas digresiones en la acción principal pueden hacer que el lector no aficionado  a lo puramente colonial desista. El novelista escribe cómo y lo que quiere, pero el lector también es soberano para continuar o no. A veces pienso que esta falta de estructura es un defecto de novelista bisoño, otras que es el resultado querido por el autor que no pretende hacer un best seller sino de contar honradamente lo que quiere contar. En todo caso, como ocurre habitualmente, el libro se carga de páginas.

   Tras 237 páginas de notas históricas, costumbres coloniales y el inevitable amor interracial, volvemos al asunto principal con una expedición al desierto. Por cierto, el asunto del amorío lo deja muy plano, con falta de erotismo o, al menos, de intensidad. La segunda parte gana en intriga, interés, acción y misterio. El autor sigue describiendo la situación sahariana en 1930 con maestría y conocimiento, pero ahora se muestra más novelista. No sólo conoce bien el escenario y la historia sino que es un experto en términos militares y, como es lógico, en medicina. Ignoro si es médico militar, pero lo parece. La novela discurre en los territorios concedidos a españa en el Tratado de Paris de 1900 pero que todavía no se habían ocupado, en gran parte por temor a la reacción indígena y en otra parte por el desinterés político que la acumulación de arena producía en los gobiernos madrileños. Las nuevas expediciones de los años 30 del siglo pasado trataron de solucionar estas negligencias. Para que la novela resulte más atractiva, se le añade una intriga de tesoro oculto, espías nazis, etc., que complica la acción con constantes novedades, en una técnica que recuerda a clásicos como Salgari. La acción se complica lo suficiente como mantener atento al lector. Y se resuelve con una buena dosis de imaginación que, en ocasiones, nos recuerda a aventureros como Indiana Jones.


   Aunque el autor escribe con soltura y facilita una lectura ágil si hay algunos pequeños errores. Al capitán Vidal en alguna ocasión lo llama Durán, un lapsus sin importancia. Algunas repeticiones de palabras en la misma frase o párrafo deslucen mínimamente una redacción eficaz.