lunes, 2 de septiembre de 2013

ORÁN ESPAÑOL EN LA NOVELA

REYES BLANC, Luis: Cartas de Orán. (Editorial Martínez Roca. Barcelona 2002. 231 páginas).
VIDAL, César: El violinista del rey animoso (Anaya. Madrid 2001. 149 páginas).
PÉREZ-REVERTE, Arturo: Corsarios de Levante (Alfaguara. Madrid 2006. 348 páginas; Círculo de Lectores. Barcelona 2007. 348 páginas; Punto de Lectura. Barcelona 2008. 324 páginas)

   Orán fue posesión española desde que la conquistó el cardenal Cisneros en 1509 hasta el abandono definitivo en 1791. Con el castillo de Mazalquivir constituían un dominio inexpugnable, comparable en defensa a Cartagena de Indias. Los españoles tomaron esta posición, como otras tantas perdidas después, para evitar la acción berberisca contra las naves cristianas que cruzaban el Mediterráneo. Los turcos se aprovechaban de los piratas para entorpecer el comercio cristiano y para proveerse de esclavos. Los españoles pretendían impedir estas acciones, proteger las costas españolas contras las incursiones africanas y tener una base para atacar a los navíos otomanos y los de los pueblos vasallos, para realizar cabalgadas contra las tierras circundantes en busca de botín y esclavos, y mantener al enemigo dentro de las fronteras. Como dice Reyes Blanc en su novela: Los presidios españoles en Berbería, empezando por los que ya hemos perdido, han sido palos en las ruedas del Turco cuando mejor rodaba, retrasos para su carrera hacia Occidente cuando iba más veloz, avispas que distraían al león en el momento en que más feroz era (pp. 91-92). Con esta historia de más de dos siglos, es raro que no haya más ficción sobre la materia.

   No se puede hablar propiamente de colonialismo pero es lo más parecido que hay. La ciudad de Orán contó con  una población española establecida, descendientes de los que acompañaron a Pedro Navarro cuando legó con Cisneros o de los soldados licenciados que optaron por permanecer en la ciudad. Además contaba con numerosas tropas de guarnición y con desterrados y presidiarios. En este escenario que parece tan novelesco sin embargo se han situado muy pocas ficciones en la literatura española.
   Luis Reyes Blanc es un periodista nacido en Albacete en 1945. Por su trabajo como corresponsal y más tarde para la ONU ha conocido África de primera mano y fruto de esas experiencias son libros como Movimientos de liberación en África (1973), De Jerusalén a Moscú (1992), Historias del África perdida (2001) y otros. También ha escrito libros de historia como El cardenal infante (2012). Mezcla de su curiosidad por África y su gusto por la historia es la novela Cartas de Orán en la que narra la vida española en la ciudad argelina, en la llamada Corte chica, entre 1579 y 1581. Podemos llamar a ésta novela-ensayo porque, lejos de armar una novela histórica al uso, de montar intrigas y aventuras imaginadas en escenarios reales o de recrear vidas pasadas con hechos probables, Reyes Blanc ofrece un retablo de sucesos enmarcados en la ciudad. Ha recreado a la perfección algunos aspectos, los conocidos, de la vida oranesa del XVI, colocando en los episodios a algunos de los personajes de los que se tienen noticias ciertas: El gobernador, Vespasiano Gonzaga que fue autor de las fortificaciones, el propio Miguel de Cervantes una vez libre del cautiverio de Argel…. Todo ello tomado de fuentes conocidas que el autor reconoce como inspiración: Las obras de Cervantes, Diego Suárez, Argote de Molina, Vélez de Guevara o el padre Diego de Haedo...

   El autor se vale de un duque desterrado a Orán y de uno de sus criados, que es el encargado de narrar la vida oranesa mediante cartas que envía a Argote de Molina a Sevilla. En estas epístolas desgrana algunas historias recogidas de la bibliografía y otras de pura invención para darle a la novela un aspecto ficticio. En esas crónicas que destapa lo que pudo ser la existencia de los españoles en la plaza, con una sucesión de destierros, cabalgadas, penurias… La difícil convivencia con los pueblos vecinos, unos amigables –moros de paz- y otros enemigos –moros de guerra-. Y la rivalidad existente con los otomanos que ya dominaban los reinos de Argel y Tremecén. El conocimiento de la historia y la moderación en la narración de acontecimientos, ya que el autor evita aburrir al lector con un relato exhaustivo de todo lo posible, concluye en una novela amena y curiosa en torno a las gentes contradictorias del renacimiento, nobles, caballeros e hidalgos españoles desterrados por graves delitos y conductas censurables pero que, llegada la ocasión, demuestran un valor, honor y generosidad ejemplares.
   El conocido periodista y prolífico escritor César Vidal publicó una novela en 2001 con el encomiable propósito de dar a conocer a los jóvenes la historia de España durante el reinado de Felipe V y, consecuentemente, la vida cortesana del siglo XVIII. Es una novela tradicional pero bien  escrita en la que se sirve de un violinista adolescente para situar los hechos. Entre los capítulos, hay algunas referencias a Orán. Concretamente, se habla de la toma de Orán y Mazalquivir tras la pérdida en la guerra de Sucesión. Algunos detalles sobre el trasfondo histórico pero sin especial importancia desde el punto de vista de historia colonial.

   Arturo Pérez-Reverte decidió novelar la historia bélica de imperio español valiéndose de un personaje atractivo y complejo, el capitán Alatriste. Lleva ya publicadas siete novelas de la serie que empezó en 1996. El autor decidió abandonar la línea crítica de la novelística española contemporánea y retomar la historia de España sin que fuera el relato de una serie de abusos y matanzas. Hay episodios de los que enorgullecerse y presumir. Sin que ello signifique que sus personajes sean todos y siempre nobles y buenos.  Para contar episodios y batallas, posee un notable conocimiento de la historia que lo hace experto en algunas materias como lo relacionado con la navegación. En este discurrir por el siglo XVII no podía falta una entrega relacionada con los presidios africanos y aprovecha la atractiva situación de Orán. Escribe:     La ciudad participaba de la ruin condición del resto de las plazas españolas en África, mal abastecida y peor comunicada, con sus defensas mermadas por la improvisación y la incuria. Pero en este caso no se trataba de una peña seca y fortificada como Melilla, sino de un verdadero lugar con río, agua abundante y huertas aledañas, amén de una guarnición que, aunque insuficiente –en aquel tiempo había unos mil quinientos soldados con sus familias además de quinientos vecinos de diversos oficios-, se las arreglaba para defenderse y, llegado el caso, ofendía con desenvoltura. De manera que si las plazas españolas se encontraban casi abandonadas a su suerte, la de Orán, siendo mala, no era de las peores.
   El Orán que nos muestra Pérez-Reverte es el que mejor se acomoda a sus personajes, aunque quizás no era el real. Esta ciudad en 1627, año de la trama novelesca, seguramente estaba mejor guarnecida y con las fortificaciones más cuidadas de lo que refleja la novela. Pero el autor quiere incidir en el abandono en que se encontraban los tercios españoles, los combatientes ultramarinos, las posesiones fuertes en África y los dominios europeos que cedían en importancia frente a las nuevas tierras descubiertas en América. Los personajes de Pérez Reverte son soldados de fortuna que conviven con la muerte, con el peligro y la mala vida. Mal pagados, se resarcen con los botines de guerra que en Orán tiene  origen en las cabalgadas contra los moros de guerra de las tribus fronterizas. Son pendencieros, tramposos e inmorales; pero de noble corazón y siempre al servicio del rey y la patria. Pérez-Reverte tiene una buena prosa y mantiene la atención del lector con sucesión de peripecias de los distintos personajes, bien caracterizados. No tiene problemas para usar la técnica de los folletinistas (en algunas de sus novelas se ven influencias de Dumas o de Fernández y González), de aquellos novelistas bélicos tan de moda en los 60 y 70 como Larteguy o Hassel o, incluso, de las novelas del oeste. Son artificios de una gran utilidad para mantener al lector interesado en el desarrollo de la acción. Y, si se utilizan bien y con calidad no hay nada que oponer.



   Pérez-Reverte no se detiene mucho en Orán. Sus descripciones de la ciudad y alrededores son las mínimas para encuadrar el relato. Después de un tercio de las páginas, la novela se traslada a otros escenarios mediterráneos.

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