SALVADOR, Tomás: Cabo
de vara. (Destino. Colección Áncora y Delfín. Barcelona 1958. 333 páginas.
2ª edición en 1965 con 383 páginas;
Círculo de Lectores. Barcelona 1970. 286 páginas; Ediciones G. P. Libros
Reno. Barcelona 1970. 312 páginas y otra edición en 1973 con otra cubierta)
Presidio era una fortificación militar, un baluarte de control y defensa
del territorio de origen romano. Los españoles usaron en término para
referirse, más concretamente, a castillos o fortalezas fronterizas bien en la
Reconquista, en la Flandes o en la Conquista americana. También en las
adelantadas españolas en tierras africanas. Este es el origen de Ceuta. Los
presidios albergaban a las tropas de guarnición y a una población de penados
que estaban forzados a realizar las obras de reparación o mantenimiento o las
nuevas construcciones que las defensas requerían. De ahí que presidio cogiera
un significado penitenciario. En África existía un presidio mayor, que era
Ceuta (después también Melilla) y otros menores (Vélez de la Gomera, Alhucemas
y Chafarinas). Es decir, las actuales posesiones españolas en el norte de
África. Al estar los presidiarios forzados a trabajar, la penalidad de presidio
era mayor que la de simple prisión, reservándose a los delitos más graves, y
así figuró en el Código penal español hasta hace poco.
Ceuta fue tradicionalmente presidio. Plaza fuerte frente al moro y lugar
de confinamiento de condenados. Los presidiarios sufrían condiciones de vida
muy duras, casi insoportables. Hasta el reglamento de 1745 no se regulaba su
funcionamiento. Los presidiarios vivían hacinados en naves insalubres,
trabajaban en obras públicas o servicios particulares si eran clasificados como
aptos para ello y llegaban a cobrar pequeñas cantidades. Los menos peligrosos o
rebeldes salían a trabajar fuera, se incluían en los batallones de guarnición y
auxiliaban a los carceleros. Muchos se quedaban a vivir en la ciudad cuando
acababan sus condenas. A finales del XIX aparecieron las cárceles modelos y se
cambió el sistema humanizándolo.
En este ambiente sitúa Tomás Salvador su novela Cabo de vara,
aludiendo a cargo que ocupaban algunos presidiarios de confianza para la
vigilancia y castigo de los reclusos. El autor nació en Villada (Palencia) en
1921 y murió en Barcelona en 1984. Estuvo en la División azul (fruto de esas
experiencias es su novela División 250) y a su vuelta ingresó en la
Policía. Por esto se pensó que era un autor franquista y reaccionario. No es
así, era una persona que vivió durante el régimen con tranquilidad y sin
desacuerdos políticos pero que conservaba un cierto grado de humanismo y
liberalismo como se ve en novelas como Cabo de vara. Si todos los que
vivieron acomodados durante el franquismo hubieran sido acérrimos franquistas,
la transición no hubiera sido posible. Escritor prolífico, cultivó varios
géneros de novela. Fue un pionero de la ciencia ficción española en libros como
La nave (1958) o Marsuf, vagabundo del espacio (1977). Ganó el
premio Ciudad de Barcelona en 1953 con Esta noche estaré solo, el
nacional de Literatura en 1954 por Cuerda de presos y el Planeta de 1960
por El atentado. También fue finalista del Nadal en 1951 por Historias
de Valcanillo. Era un escritor clásico pero buen constructor de historias y
personajes. Un excelente ejemplo de la buena segunda fila de novelistas
españoles de la época. Sus novelas aún se leen con agrado y pueden llegar a
gustar al lector actual.
TOMÁS SALVADOR
Salvador construye una novela intimista en la que enlaza a personajes
diversos que muestran sus historias, la mayoría vidas rotas, existencias sin
dignidad, sin libertad pero donde se atisba aún un ápice de esperanza. Es una
novela humanista en el sentido de que de toda ella se extrae una crítica –sin ser
escandalosa o feroz- de las condiciones de los presidiarios y una sincera
creencia de que un sistema penitenciario distinto podría cambiar la situación
de los delincuentes. Salvador conoce bien los clásicos de la criminología en España, los reformistas del
sistema carcelario y la situación de los delincuentes. No hay que olvidar que
era policía. La novela no sigue la acción de uno solo protagonista, aunque se
vale de algunos para hilar el relato, sino que teje historias cruzadas como le
gusta hacer en su manera de escribir. Los adaptados al sistema y los que creen
que es posible mejorarlo, los idealistas y los conformistas. Un diálogo del
final de la Primera Parte es bastante descriptivo:
-
No me fastidie usted,
capataz. Hay que amar al prójimo.
-
De boca. Pero sin
estorbarle.
El ayudante se encontró sin palabras. Ayudar
y estorbar, dos situaciones distintas unidas en una misma persona. Estupendo
encuentro con la filosofía. Pero el ayudante se negaba a pensar en la
filosofía:
-
Debemos ayudar, aunque
estorbando.
-
No seré yo.
-
Capataz, es usted un
cobarde.
-
Sí, eso debe ser.
-
Pues no hablemos más.
Y aunque bebieron, no hablaron más en toda
la noche. La noche de la última ronda. (Final de la Primera Parte).
Las fuentes que utilizó Tomás Salvador para ambientar esta novela que se desarrolla entre 1883 y 1888 son evidentes. Además de la literatura penalística, Salvador se inspiró muy directamente en un libro publicado en Málaga en 1886: Catorce mese en Ceuta de Juan José de Relosillas. El autor fue un periodista malagueño que ejerció de carcelero una breve temporada y fruto de su experiencia es este libro ameno que desentraña algunas de las características de la ciudad africana. Se reeditó en Ceuta en 1985. Las deudas a Relosillas son más que evidentes. Posiblemente Tomás Salvador también conociera otro libro curioso sobre el presidio ceutí, La vida en el presidio (Barcelona 1909) de Jesús Mijares Candado, aunque en este caso los préstamos no son evidentes. Y es más que probable que hubiera leído Los vivos muertos (1929) de Eduardo Zamacois, antecedente de la novela de presidio.