RUIZ CHICA, Juan
Tomás: Tánger: al otro lado del
estrecho 1898-1936 (Autoedición/Letras de Autor. Amazon 2016. 296 páginas).
Tánger: al otro lado del estrecho es una
de esas novelas pedagógicas que tratan de enseñar historia aprovechando una
ficción. El autor recorre la vida en la ciudad de la mano de sus personajes y
da noticias sobre los que aconteció en el pasado. Es algo más que una novela
sobre Tánger, es la vida de una persona de un pueblo de Córdoba que acaba en el
·ejército, tiene que acudir a Marruecos y es testigo y protagonista de la
guerra. En esto el libro trata de reflejar a cualquiera de los españoles de esa
época que pasaron por algo similar, el cambio en la vida de la España rural, la
desaparición de oficios tradicionales y la vida castrense como salida. La
legada a Melilla, el cambio a Tánger. Historias cruzadas de personajes que van
componiendo su vida al otro lado del estrecho siendo testigos de toda suerte de
conflictos y penalidades.
LÓPEZ, Javier: Memoria de una ciudad que ya no existe
(Ediciones Carena. Barcelona 2017.123 páginas).
Completamente distinta
es la novela de López que coge para el título una expresiva frase de Ramón
Buenaventura (escritor con el que comparte una juventud tangerina). Es la
evocación sentimental, poética en ocasiones, de la vida perdida en una ciudad
que ya no es lo que fue y por eso ya no existe. El hombre que rememora la
infancia feliz. Por eso relata la visión del mundo de un niño, de la ciudad que
es su universo y en donde no hay (por raro que parezca en las novelas de
Tánger) contrabandistas mafiosos, cabarets de prostitutas ni espías nazis. El
mundo del niño es la familia con sus contradicciones, la escuela y la calle,
los amigos y algo extraño a todo eso pero con lo que convive: los otros niños
de otras lenguas, religiones o razas que se integran en el pequeño universo infantil.
El autor escribe: Mi mirada de niño no se
corresponde con lo que ven los adultos. Mirar es estar solo y lo que ves es una
parte de lo que ocurre… (página 73).
Los años en que se
va descubriendo qué es verdad en la vida en una ciudad llena de leyendas y
misterios trasmitidos oralmente y, en ocasiones como le pasaba al tío Lisandro,
engrandecidos o exagerados para causar mayor sorpresa en los escuchantes: Nos daban lástimas las mujeres de sus
historias, siempre sometidas al arbitrio de unas costumbres que ahora se
antojan improbables, pero que entonces formaban parte del mundo bien hecho para
que la locura, la hamaka, no entrara en el entendimiento de hombres y mujeres y
lo echara todo a rodar hasta dejarte convertido en un kafir, un infiel, que solo
puede esperar a Satán para que gobierne su vida. Una vez que está dentro no se
puede hacer nada. Alá, Yaveh o Jesucristo no pueden hacer nada y lo mejor es
acudir a un morabito (páginas 51-52). Y por eso, entre la realidad y la
imaginación, el mundo infantil era el perfecto: La libertad solo existe para los niños, los mayores tenemos que penar
para escaparnos de la pena negra (página 52), como exclama el mismo
personaje.
Pero el escritor es
un adulto que recuerda el pasado porque ha alcanzado una edad en que los
recuerdos llenan la memoria. Los años vencen el optimismo. El escritor se
vuelve melancólico: Y es que los
recuerdos de la infancia abonan los sueños cuando eres adulto. Al despertar
tienes la sensación de haber traicionado esos sueños que se difuminaban entre
los residuos de un presente siempre a caballo de lo que está por venir o de lo
que pudo haber sido. Por tanto, el pasado no era solamente lo que sucedió y
podría recordarse, sino lo que sucedió entre medias y fue modificado para
adecuarlo a la conformidad de nuestra existencia. ¿Qué más da si nos mentimos
para ablandar la conciencia? (página 89).
El libro tiene
además la virtud de no ser reiterativo ni circular. Tiene el número justo de
páginas que requiere la historia. Es una de esas lecturas que deja el gusto de
lo bien escrito.
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