FORTES, Susana: Fronteras de
arena (Espasa. Madrid 2001. 245 páginas; Planeta-De Agostini. Barcelona
2004. 245 páginas).
Esta novela lleva el lector a varios escenarios complicados que la
autora trata de resolver sin caer en los tópicos del Tánger de las novelas. Hay algo en su manera de plantear el
argumento que parece que nos va a llevar a esa ciudad imaginada, pero lo evita.
Tiene un estilo que nos recuerda a los clásicos americanos de la novela negra,
pero también consigue eludirlo. Son influencias, necesarias, para el marco
narrativo de una historia que supera esos límites. Primero, porque la autora
cuida el lenguaje mucho más de lo que se acostumbra en ese tipo de relatos.
Segundo, porque hay una intención política o social que trasciende la novela
negra o la de espías. Y todo eso, según
confiesa Susana Fortes en la nota final, reconstruyendo la ciudad sobre
lecturas de libros y archivos.
Con respecto a su cuidado con el estilo, a veces parece una novela
sobreescrita en la que el autor omniscente desprovecha los caracteres de los
personajes que, en ocasiones, dan la impresión de que se podían haber
aprovechado mejor. En Elsa Quintana hay demasiada expectativa en su misterioso
deambular novelesco. Fortes hace un ejercicio complicado de técnica narrativa
para que la trama no se deslice por los tópicos de la novela negra. Introduce
elementos sobre la situación en la España inmediatamente anterior a la Guerra
Civil, sobre posibles conspiraciones militares, intervenciones alemanas,
minerales estratégicos. Hay una labor previa de documentación, lo señala al
agradecer algunos libros clásicos, para sostener la parte más política del
relato. Pero también una descripción pormenoriza de los personajes que incluye
la introspección, la intimidad del pensamiento y las decisiones. Lógicamente,
la novela pierde el ritmo rápido de una novela de acción pero gana en riqueza
de matices. Y es una novela bien escrita.
La autora añade una trama más, la expedición al Sahara de Garcés, un personaje que debió tener más protagonismo en la primera parte. Mientras el relato discurre hacia la explicación de la conspiración militar que acabaría siendo el alzamiento, este militar es enviado a los territorios españoles del Sahara con una misión cartográfica. Hay algo de homenaje a Cervera, Quiroga y Rizzo en su expedición de 1886. Inspiración y documentación en los artículos antiguos que narran aquellos viajes que se traduce en una admiración por el desierto, por las sensaciones que se sienten allí aunque la autora no lo haya conocido: Lo que experimenta en el desierto es una profunda ternura personal, un sentimiento de fraternidad con esa tierra y el doloroso deseo, por vano que sepa que es, de proteger su singular limpieza. Aquí los vínculos con cualquier otro mundo son tan frágiles como el tintineo de la cafetera ennegrecida por el fuego o una vaga añoranza fortalecida por los espejismos que rielan a través de la desnudez del paisaje (página 173). Es un viaje para alejar al personaje que debe volver en algún momento, un vericueto más de la acción para enriquecer el relato.
Pero, por muchos desvíos, la trama sigue el camino que llevará a inicio
del alzamiento militar. No es desvelar nada porque se intuye desde las primeras
páginas. Aunque, como dice la autora: Nada
sucede del todo hasta que no es descubierto (página 232). Ya sabemos, en
esa historia, quienes fueron los vencedores y los vencidos. Basta descubrir en
la novela que partido toman los personajes.
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