EFE, Carlos: La selva que siempre fuiste (Verbum. Madrid 2023. 353
páginas).
La literatura colonial, dejando aparte sus posibles
valores literarios, tiene una importante función histórica que es la de dar a
conocer la manera de vivir en los territorios ultramarinos, la organización
informal de la sociedad y las relaciones sociales entre colonos y entre estos y
los colonizados. Esta literatura, en forma de ficción, es muy escasa entre los
españoles que habitaron Guinea. Solo se dio al final de la colonización y, en
la mayoría de los casos, por personas que no eran coloniales sino visitantes
ocasionales o por escritores (Liberata Masoliver o Corín Tellado), que nunca
pisaron Guinea. Para tener un conocimiento más amplio, nos faltaría el
testimonio literario de los nativos. Tampoco en la novela española hay muchos
ejemplos. Posiblemente, al pasar los años y desaparecidos los coloniales, vaya
a haber muchos más.
Una notable excepción es esta novela: La selva que
siempre fuiste. El autor firma como Carlos Efe, aunque bien pudiera ser un
seudónimo. Curiosamente, la novela es autobiográfica en gran medida, el primer
blanco nacido en Nsork. Es un emotivo y entretenido relato de la vida de un
practicante que acude a Guinea, como otros muchos, movido por su noble afán de
ganar algo más de dinero para sacar la familia adelante. Posiblemente no
supiera nada de lugar antes de llegar. Y, casi toda seguridad porque el autor
no entra en esos detalles, se había representado la colonia y su trabajo con
mejores condiciones de vida. El caso es que no lo destinan a algunos de los dos
grandes hospitales, sino que empieza en el pequeño y mal suministrado hospital
de Kogo, donde tiene que sustituir al médico jefe, pasando por Mongomo, Nsork y
Akurenam. Puestos sanitarios atendidos por practicantes, perdidos en la selva,
sin casi población europea y con muchas incomodidades y dificultades de
adaptación. Hospitales y viviendas de barro seco en las paredes, techo de nipa
y suelo de tierra apisonada. En Akurenam, al fin, ven que las obras de un
hospital y una vivienda de obra ya habían comenzado, pero se sentían aún más
aislados por la falta de una carretera permanente. Treinta europeos vivían en
la zona que dirigía un teniente de la Guardia Colonial y donde existía también
una misión protestante con un matrimonio y tres religiosas canadienses.
Lo que parecía que iba a ser una novela colonial de
europeos en la que los personajes nativos fueran simples comparsas, se
convierten un completo relato de la vida en los confines de la región y de la
vida entrelazada de europeos y guineano. De su jerarquía social y diferenciación
en la relación. Por su relación familiar, la novela es muy detallada en lo que
se refiere a la asistencia médica y a la evolución de la mentalidad de los fang
respecto a la medicina y a quienes estaban encargados de cuidarlos. Original
porque no hay apenas testimonios de la vida en las pequeñas poblaciones nacidas
tras la expansión de la Guardia Colonial, como Akureman, en las que la
civilización occidental llegó lentamente transformando un modo de vida secular.
Hay, como es lógico, un homenaje a las personas como el padre del autor que
dejaron allí sus años de juventud. El autor tiene una visión singular del país:
Aquel niño ntang, blanco, era guineano, nacido en Nsork. Con dieciocho meses
de edad su familia lo trasladó a Akureman, en donde encadenó la mayor parte de
sus recuerdos infantiles. Guinea no era su país de adopción: era su país sin
más, su tierra, su patria si patria es la infancia como alguien dijo: o mejor,
su “matria”, refiriéndose al lugar donde nació y al sentimiento que con él lo
vincula… (página 89). Esa condición genera una manera distinta de ver las
cosas del país.
Esta intención narrativa de evocación hace que la novela
no tenga una intriga definida. Es la sucesión de recuerdos que va formando la
vida en los primeros años y en un ambiente distinto. No por ello deja de ser
interesante, porque hay mucha originalidad en la existencia del niño colonial.
De manera paralela a la familia del practicante Rubio, se va contando la vida
de Mitogo Eyama, un niño al que llevan pronto al seminario de Banapá. Su
rebeldía hacia el trabajo en las fincas de los padres claretianos lo lleva a
participar en la huelga liderada por Atanasio Ndongo y Enrique Gori, a huir de
la disciplina y volver a su aldea. El contraste entre ambas historias simboliza
la vida guineana. Y no faltan las referencias a los misioneros que trataban de
servir de enlace a las dos comunidades, a la vez que buscaban acabar con
creencias mágicas y sustituirlas por las religiosas. Muchas veces no llegaban a
entender el valor económico de instituciones como la poligamia, que la
consideraban simple y llanamente como algo inmoral.
Los desarrollos paralelos de indígenas y coloniales, cada grupo con sus cuitas internas y una relación entre ellos de jerarquía racial, expresan de manera muy clara el mundo de la colonia. En cierta manera es un ejemplo clásico de novela colonial, entendida como la escrita por uno de los colonos narrando la vida en el lugar. Pero, a diferencia de las que se escribieron en la época que estaban llenas de prejuicios sociales y políticos propios de la mentalidad, La selva que siempre fuiste ha superado estas limitaciones. Está escrita por un colonial, sí; pero que solo vivió allí de niño. Y tiene la perspectiva de alejamiento temporal y espacial. Es una novela escrita más de cincuenta años después de los hechos contados, con una manera de pensar distinta y con la ventaja de conocer los que ha ocurrido después. Esto la hace diferente. Y es, sin duda, una de las mejores novelas escritas sobre Guinea en la etapa colonial por su atención a todos los aspectos de la selva que se trataba de dominar. Una etapa en la que la influencia blanca había logrado influir en la idiosincrasia local, imponiendo algunos criterios científicos a la hora de tratar las enfermedades, metiendo a los nativos en el mundo del comercio, pero introduciendo la cultura que llevó a las élites a abrazar las ideas de independencia: la igualdad y el poder de decisión sobre los asuntos que les interesaban como pueblo. Un proceso que Carlos Efe narra muy bien. No faltan en este recorrido colonial algunos nombres de personas reales, los políticos, funcionarios y eclesiásticos que ocupaban los puestos directores. En la nómina de personajes de menos relevancia, en la de los protagonistas de las historias del libro, seguramente haya también algunas personas reales enmascaradas en nombres supuestos.
No quiere el autor descuidar el otro aspecto singular de
la novela colonial como es la narración del bosque, sus habitantes y sus
circunstancias. Aprovecha para narrar sobre la secta bwetí, que en tiempos
españoles fue muy perseguida por acusarla de canibalismo. No se ponen de
acuerdo los que defienden que este existió en toda su crudeza y los que
sostienen que solo comían muertos desenterrados en algunas circunstancias
rituales. El autor da su versión, hay que leerla. Interesante la descripción
del ritual de iniciación. Un tema muy poco tratado y que Efe quizás tomara de
Veciana o Novoa.
Por último, la novela discurre hacia la independencia con
noticias de lo que pasó.
Novela imprescindible en la literatura colonial española.
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