GONZÁLEZ,
Fernando: Kábila (Debate. Madrid 1980. 299 páginas + 1 hoja).
Este escritor y periodista gallego nacido en
1939 y muerto en Madrid en 1980, llegó a ser redactor jefe de Informaciones
y, posteriormente, se incorporó a El País al crearse éste. Colaboró en
numerosas publicaciones escritas y en la radio. Su interés por la historia lo
llevó a fundar y participar en el consejo de redacción de la revista Historia
Internacional. En ésta publicó algunos artículos sobre Marruecos. En esta
materia es autor del libro Liturgias para un caudillo (1977), sobre el
origen africanista de Franco. Y la novela Kábila.
Si la aparición de El desastre de Annual
de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March en 1968 supuso, con matices,
el renacimiento de la línea patriótica en el ciclo de Annual, Kábila en
1980 fue el resurgimiento de la línea crítica en la misma materia argumental.
Fernando González se atreve con el argumento
de una manera muy arriesgada. Se enfrenta a narrar desde el punto de vista del
rifeño. El escritor español que intenta comprender al rifeño corre el riesgo de
fracasar porque, por mucho conocimiento que se tenga de los hechos, los lugares
y la mentalidad, no es del todo rifeño y no puede llegar a comprender todas las
motivaciones. Si bien quiere exponer los hechos desde una perspectiva distinta,
puede caer en el mito del rifeño imaginado más que en el rifeño real. Otro
peligro es que idealice en exceso al combatiente marroquí y su causa. Quizás,
como suele ocurrir en estos casos, el riesgo es el mérito del escritor, su
originalidad.
La vida del rifeño era difícil y se
complicaba con la guerra. Los kabileños obedecían a la autoridad tradicional
que los llevaba a la guerra contra el español invasor. Era una guerra desigual
en la que obtuvieron un triunfo sorprendente y desproporcionado en Annual. Los
rifeños se hinchan de orgullo, son espoleados por los líderes y viven una
ensoñación de la que les advierte Chumitsa, la prostituta: Os creéis que
aquí acaban los españoles, no sabéis nada. Pueden morir más, muchos más, y sin
embargo llegarán al Rif, lo tendrán. Saben orden. Vosotros no sabéis nada.
Ellos llegarán, marcando el paso, con uniforme, uno a uno. No sabéis nada, Ahmed
(página 78). Sólo le faltó añadir a la profecía que el jefe que los llevó a la
victoria huiría cuando llegara la derrota, abandonando a las huestes a su
suerte. El ritmo de la novela es lento, aunque se mezclan episodios diversos,
acciones distantes en la geografía y hechos militares que necesitan de un
conocimiento previo para situarlos. Para el autor importa el sentir del rifeño
en su lucha por la vida en la que la ocasión de morir es una vicisitud más. Y
lo hace en dos momentos: Uno, cuando se enfrenta a los españoles y obtienen las
primeras victorias; otro, cuando son derrotados y tiene n que unirse al enemigo
para poder sobrevivir.
La vida es dura en la tierra marroquí. En
cualquier caso, el pobre lucha siempre por la subsistencia. Y que el lector
establezca los paralelismos que quiera con la situación española; seguramente
el autor tuvo esa intención. En algún momento, cuando Abd el Krim vence en
Annual, creen que las cosas cambiarán. Pronto se darán cuenta de que su
existencia está fatalmente destinada a la sumisión y la miseria. Antes luchaba
contra los españoles, después se alista en su ejército. Hay algo de humillación
que tratarán de vencer con el arma de los débiles: la venganza. Pero ésta no
siempre llega y puede dar paso al abandono morol. La derrota está presente: Nadie
sabe ganar una guerra. El orgullo, la soberbia, son compañeros inseparables del
vencedor, camina poseído de su triunfo y en el fondo añora que la lucha no
continúe, pues se ha acostumbrado al trato despótico y las justificaciones
tácticas. Me sentía como un ave que no ha podido seguir la emigración: temía
las miradas de los ancianos (página 140), decía el protagonista. Y añadía: Entonces
aún buscaba la venganza, la rebka. Pero mis horas desgarradas, de rifeño
vencido, nunca fueron advertidas por los españoles, acostumbrados a incluir
entre los moros a todo aquel que en el norte de África no es cristiano ni
hebreo. Hubo momentos de amarguera y humillación, solo conocidos por los que,
tras perder un ideal, intentan reemprender su vida ente los triunfadores,
nuevos ricos de la guerra. El que lo ha vivido lo sabe, hermano (página
141).
Fernando González
González quiere mostrar un Rif demasiado
seco y hambriento, como justificando la guerra por el pan. Es demasiado sórdido
el retrato de sus gentes. Los españoles arrasan la tierra del hambre con
facilidad pero no la mejoran.
La novela da un salto en el tiempo, al
final, para concluir con el último episodio de las relaciones de guerra entre
españoles y rifeños, la Guerra Civil. El protagonista combate con los
Regulares. Han pasado los años, se ha aquietado y sometido a las circunstancias
de la vida. Tal vez con fatalismo, tal vez con escepticismo. Reflexiona: Al
final, se puede decir de Ben Haki: nació en la kábila de los Beni-Tuzin, luchó
por su pueblo, perdió, sirvió a los vencedores humillándose hasta el punto más
bajo, y ahora, cuando su vida no tiene ilusión, cuando la fe ya no es un débil
refugio que en momentos de tristeza sirve para cobijarle, ahora, obedeciendo a
una parte de los que un día hollaron la kábila, mata a los hermanos de éstos (página
256).
Óleo de Cruz Herrera de ambiente marroquí
Kábila es una novela triste, realista.
En el momento de su publicación tuvo repercusión y buenas críticas por
atreverse con el punto de vista del otro. También estudios como el de Elmar
Schmidt:
Luego se olvidó. Pero merece una relectura.
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