VILÁ, José María: - Tres modos de vivir
(Autor. Barcelona 1958. 253 páginas).
-
Los
que no se van (Autor.
Barcelona 1967. 222 páginas).
He de reconocer que
a mí me gustan las dos novelas de José María Vilá sobre el final de la época
española de Guinea. Aunque de la primera a la segunda hay una evolución, Vilá
supone una visión distinta de la sociedad guineana. Quizás no sean novelas rotundas
desde el punto de vista literario, en algunos momentos son flojas, pero resultan
auténticas y se puede comprender mejor un modo de vida (o tres, si nos quedamos
con la advertencia del título, o seis o siete, si nos fiamos del argumento).
Vilá trata de reflejar la manera corriente de discurrir de los habitantes de
Santa Isabel, sus relaciones entre ellos y con los naturales del país, las
leyes y costumbres laborales, los motivos de la emigración colonial, etc. En
sus novelas se puede entender mejor la mentalidad colonial de los españoles,
henchida de paternalismo y superioridad hacia lo que se denominaba “el moreno”,
en un intento hipócrita de superar la discriminación al “negro”.
José María Vilá
había publicado libros antes de volcarse en la realidad guineana, alternando el
castellano y el catalán. Algunos ensayos como Los soviets (1927), Els
primers moviments socials a Catalunya (1935) o Sistemas de organización
y doctrinas (De los gremios al nacionalsindicalismo) (1940). Y un par de libros
de ficción, uno de relatos Basea 1900 (1955) y la novela La ciutat
malalta (1956). Como consecuencia de sus estancias en Guinea, publicó una
serie de artículos en La Vanguardia de Barcelona en los que hablaba de
costumbres locales.
Vilá llegó a Guinea
como visitante, aprovechando que su hijo trabajaba allí. De este primer
contacto a finales de los 50 del siglo pasado, tuvo conocimiento de la
mentalidad del trabajador español y de la vida de los empleados y finqueros.
Pero su visión se amplió cuando el hijo se casó con una mujer guineana y sus
nietos fueron mulatos. Esta singularidad no la tenían los otros novelistas
españoles de la época y le abrió el concepto de sociedad colonial. Era una
época de auge económico en la colonia y en la que, además, ya se presumía el
final de la dependencia. Las relaciones con los guineanos se habían suavizado,
sin que supusiera igualdad. Pero disminuyeron los malos tratos y el absoluto
desprecio racial; aunque continuaron las creencias de supremacía y poder
cultural y económico del europeo sobre el africano, y ciertas normas de
segregación como el lugar a ocupar en los cines o la prohibición de entrada a
sitios como el Casino de Santa Isabel para los naturales de la colonia.
En Tres modos de
vivir, primero de los dos libros guineanos de Vilá, se recogen algunos de
los tópicos de la literatura colonial, aunque dulcificados. Aparece la colonia
como lugar de redención o, al menos de oportunidad. Frente a las dificultades
de ascenso en la metrópoli donde había poca permeabilidad entre clases sociales,
la colonia significaba una ocasión de mejora para las clases bajas o
económicamente menos pudientes. Esto dio lugar al mito del colono esforzado y
triunfador tan propio de las novelas argelinas. Y observamos también el reflejo
literario del trato al guineano en sus variantes: desde el despótico
maltratador hasta el paternalista comprensivo, con la inclusión de un nuevo
modelo de colonial que era el padre de hijo mulato reconocido (algo
incomprensible unas décadas atrás).
Esta novela
comienza con ambiente de plantación, de manera similar a las de Liberata
Masoliver, Bautista Velarde o López Izquierdo. Pero Vilá tiene el acierto de
desviar la atención hacia el ambiente urbano de Malabo (la Santa Isabel
colonial). Ya no era la época de los primeros concesionaros de terrenos
públicos sino la de los españoles empleados, funcionarios, militares y los que
buscaban abrirse paso en la vida mediante el esfuerzo personal. Alguno de ellos
con la voluntad de prosperar con un negocio propio. Era el caso de Pedro
Selvaclara, uno de los protagonistas. Es el prototipo de luchador, pero las
cosas no son fáciles. Ganar dinero no es algo rápido, la mayoría de los
empleados se conforman con el buen pasar colonial. Quiere montar un taller de
carpintería (oficio al que se dedicó el hijo de Vilá, que murió asesinado),
pero conseguir el capital para comprar la maquinaria era arduo. No había
crédito como lo hubo en otros tiempos para los concesionarios de fincas. Notará
el desarraigo que se convertirá en un doble desarraigo (en Guinea y en su
pueblo cuando vuelve): - Te está resultando duro comprobar que ya no tienes
familia, o la tienes a medias. A los coloniales nos pasa algo parecido a los
pájaros. Los padres cuidan puntualmente a los hijos, pero cuando han aprendido
a volar, los olvidan, y ellos se olvidan de los padres y de los hermanos que
con ellos nacieron (página 93), le dice un personaje a otro. El colonial
soltero no conoce mujeres europeas porque las que hay en la colonia están casi todas
casadas. Se divierte con las naturales del país, pero aspira a casarse con una
europea blanca. El racismo cotidiano se expresa con esas ideas. Muchas veces
las bodas son precipitadas, aprovechando una licencia o haciéndolo por poderes,
con mujeres a las que apenas conocen y llevan a un mundo ignoto para ellas y
que pueden acabar en un conflicto matrimonial irremediable.
Frente a Pedro
Selvaclara está su amigo el Tigre, mecánico que prefiere vivir sin
complicaciones, que no aspira a mejorar sino a llevar una vida parecida a la de
los bubis. Personaje clave en la vida colonial que representa a lo que los
españoles llamaban un “anegrado” de manera despectiva. Y la constante
intervención de dos finqueros ejemplos de la vida mercantil y de la riqueza guineana.
Uno de ellos padre mulato reconocido, figura clave del conflicto interracial
permanente en toda colonia africana. El mulato Pascual representa la exclusión
de las dos sociedades y tiene una visión mucho más crítica de las cosas. Lo
dice el personaje:
-
Me
dice el corazón que muchos europeos vuelan sobre Fernando Poo con los mismos
sentimientos que esos cuervos.
Y Selvaclara,
imbuido ya de la característica mentalidad colonial, aprovechado de las
ventajas que tiene n los coloniales, entre ellas el sexo fácil inimaginable en
España, le responde:
-
Es
la influencia del ambiente… Yo vine aquí sin pensar en nada de todo esto y pasé
algunos meses sin ocuparme de las indígenas. Me parecían repelentes. Luego, el
tiempo y el ambiente lo cambiaron todo. Comprendí que las mujeres negras no
daban ninguna importancia a estas cosas
y, sin darme cuenta, hice lo mismo que los demás.
-
Los
blancos tiene obligación de conceder a estas cosas su verdadera importancia
–arguyó Pascual, sin levantar la mirada.
-
Es
difícil hacerte comprender nuestra situación –replicó Pedro-. Como todos los
blancos que venimos a Fernando Poo, yo encontré aquí un modo de vida que no
podía cambiar por otro. Ya te he dicho que todo pasa por culpa del ambiente.
-
El
que han creado los forasteros; blanco o negros. (páginas 126-127)
Vilá va narrando
situaciones con la riqueza de muchos personajes distintos pero representativos
de las distintas clases de coloniales. Los personajes locales son secundarios,
interesa la vida colonial de los españoles de Guinea. No hay una acción clara,
un argumento bien marcado; es el lento discurrir de la vida del protagonista.
Ni siquiera tenemos una conciencia clara del tiempo que ha transcurrido en cada
capítulo. Es un relato costumbrista de
la vida colonial en el que no rechaza la crítica a cierta mentalidad
generalizada, como la vertida en las páginas 182 y 183 que reproducimos. La
vida es difícil incluso en Guinea. El esfuerzo es mucho y no todo se consigue. Culmina
con un final trágico y con la idea de que el la pequeña sociedad colonial
española de acaban reproduciendo los esquemas de la sociedad metropolitana. Lo
que hace reflexionar a Pedro Selvaclara: Todos los blancos de Fernando Poo
deben cumplir una función necesaria a la comunidad europea; la que mejor les
cuadre (página 250) y resume los tres modos de vivir:… la que adoptó tu
padre y que mosén Ángel llamaría “de a Dios rogando y con el mazo dando”, la de
la mayoría de los europeos, que es la de ir tirando, como hacen don ramón y sus
colaboradores, y la de los braceros (páginas 252-253).
Nueve años después
de Tres modos de vivir, apareció su segunda novela guineana: Los que
no se van. En 1967 ya todo el mundo sabía cuál iba a ser el destino del
país y procuraban adaptarse al futuro inevitable. Quizás de ahí el título. La
novela comienza con un hecho histórico, el incendio que destruyó el mercado
indígena de Malabo y que originó una grave crisis en las familias de
vendedores. El protagonista sigue siendo Pedro Selvaclara, convertido en un
colonial de buena posición económica e integrado en la pequeña sociedad
española de Guinea. Han pasado ocho años de la anterior y, aunque los
personajes siguen, las cosas han cambiado mucho en la colonia. La crisis
económica que supuso el incendio del mercado se unía a una crisis de seguridad
en el futuro. Los guineanos eran conscientes de la independencia y se
preparaban para ella. No imaginaban lo que iba a pasar con Macías. Los europeos
desconfiaban de la capacidad de los nativos para asumir la carga del nuevo
Estado sin tutela. Quizás Vilá no tuvo suficiente visión para comprender que en
esto podía estar la originalidad de su
nueva novela y pasa sin mucha profundidad, centrándolo todo en el personaje
Daniel que asume el papel de bubi sobradamente preparado y que es visto por
Pedro –también por el autor- con escepticismo.
La novela discurre,
como la anterior, pero con una acción más marcada. Hay más argumentos
paralelos, lo que otorga más matices a los personajes. Pero plantea novedades
con respecto a la primera. Por un lado, se muestra una especie de revisión de
la acción colonial en la vida de los españoles. Una reflexión sobre si valió la
pena la aventura para los que la iniciaron. Como es natural, hay de todo. Pero,
frente al triunfalismo, Vilá deja reflejado el fracaso de algunos; económico, o
personal por la dificultad de las relaciones familiares, la deserción de
mujeres europeas, la difícil convivencia con nativas y con los hijos
extramatrimoniales. Santa Isabel y Bata no sientan a las esposas que uno
trae de Europa. Se aburren. Sienten añoranza y una grave congoja por el
porvenir de sus hijos. Aquí no pueden educarlos como en la Península
(página 154), dice uno de los personajes. Por otra parte, surge con fuerza el
orgullo nacional de los guineanos que se sacuden la humillación del
colonialismo. Y por otro, los habitantes africanos de Nigeria, Camerún, etc.
que llegaron a Fernando Poo y se establecieron en Malabo. Con una existencia
donde la magia tenía todavía una importancia capital, de la que da cuenta la
novela, y que hablan utilizando el pichinglis (broken english). Así el mosaico
costumbrista iniciado en Tres modos de vivir se completa con nuevas
visiones de las sociedades interpuestas.
Pero el hecho
diferencial en la narrativa de Vilá, que ya trató Cabanellas de manera muy
diferente, es la posible boda de un europeo y una bubi. No estaba prohibido por
la ley porque desde la provincialización todos eran iguales, pero seguía siendo
visto por la sociedad colonial como algo negativo, impropio de un blanco
normal, un signo de degeneración social. Algún valiente dio el primer paso para
legalizar las relaciones que hasta entonces habían sido de abuso del hombre
europeo sobre la mujer africana. Antes lo dio otro valiente que se atrevió a
reconocer los hijos mulatos extramatrimoniales. La mentalidad iba cambiando,
pero no tan deprisa. En el mundo de los coloniales existía una escala de
valores raciales; un personaje lo explica: Si todavía me espera la que fue
mi novia, estaré obligado a casarme, pero ella no tiene por qué admitir en nuestra
casa a estos hijos multaos. Yo pregunto,
¿es justo que la obligue a soportar la presencia constante de unos hijos míos
que no son hijos suyos? ¿Es justo que tenga que cuidarlos? Puedo colocarlos en
algún colegio, pero no de por vida. La disyuntiva es clara, o los abandono, o
bien los sumo a la familia; no hay otro sendero y los dos son injustos. Y hay
otra cosa peor, si me caso y los tenemos en el nuevo hogar, habrá dos clases de
hijos…. (página 202). Y cuando Pedro
Selvaclara le hace ver que es responsable por haber tenido hijos: Los hijos
son antes que las novias (página 203), el interlocutor responde: Mi
compromiso con la novia es anterior a mi venida a Fernando Poo, y no lo rompimos
(página 203). En este conflicto habitual se resumen muchas de las diferencias y
problemas del vivir colonial que surgen con mucha más fuerza cuando se vislumbra
la independencia y los europeos tienen que optar por marcharse o por quedarse
en la tierra que probablemente quieren pero a cambio de modificar sustancialmente
su visión de las cosas. La novela acaba en ese momento, tal vez la faltara al
autor completar su obra con otra sobre los primeros años de independencia.
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