PÉREZ GALDÓS,
Benito: - Aita Tettauen (1ª edición: Imprenta de la viuda e hijos de Tello.
Madrid 1905. 335 páginas).
- Carlos VI en La
Rápita (1ª edición: Imprenta de la viuda e hijos de Tello. Madrid 1905. 303
páginas).
Cuando Galdós publicó Aita
Tettauen ya habían pasado cuarenta y cinco años desde la paz de Wad Ras que
puso fin a la Guerra de África. Tenía la suficiente perspectiva histórica como
para distanciarse de la pasión momentánea de los hechos. Además, se habían
vivido los trágicos episodios del 98 y el fin del Imperio español. La
Restauración empezaba a hacer crisis y la situación española pasaba por
momentos de pesimismo nacional. La empresa que el escritor había concebido con
los Episodios Nacionales tampoco
pasaba por su mejor momento; la tercera serie había sido más floja, aunque
todavía gozara del favor de los lectores. Con esta novela comienza la cuarta
serie y alcanza una calidad literaria comparable a la primera. Galdós concibe
su obra desde un patriotismo que nada tiene que ver con el rancio patriotismo
casi deportivo, aunque sangriento, de guerras y enfrentamientos con otras
naciones (que, por cierto, solo se sustenta cuando se gana), sino que opta por
un concepto de patria basado en la justicia, la igualdad y el respeto que va
dejando caer en las páginas de sus libros. Por ejemplo en éste cuando escribe: La civilización consiste en ser buenos,
humanos y tolerantes, en hacer buenas leyes y cumplirlas… (pp 35-36,
siempre de la 1ª edición).
A Galdós no se le escapaba que la guerra tenía varias motivaciones. La
respuesta a agresiones sucesivas de las kabilas fronterizas, exagerada y
desmedida. Un intento de recobrar importancia en Europa, donde ya se debatía el
futuro de África. Y un intento claro de superar las heridas de la Guerra
Carlista. Por eso, el presidente del Consejo en persona que era el general O’Donnell se puso al mando
del ejército expedicionario, en una maniobra tan política como militar. Don
Benito escribe: …se acredita con esta
guerra de político muy ladino, de los de vista larga, pues levantando al país
para la guerra y encendiendo el patriotismo, consigue que todos los españoles,
sin faltar uno, piensen una misma cosa, y sientan lo mismo, como si un solo
corazón existiera para tantos pechos y con una sola idea se alumbraran todos
los caletres (pp. 31-32). Y, más adelante: Fueron los españoles a la guerra, porque necesitaban gallear un poquito
ante Europa, y dar al sentimiento público, en el interior, un alimento sano y
reconstituyente. Demostró el general O’Donnell gran sagacidad política,
inventando aquel ingenioso saneamiento de la psicología española. Imitador de
napoleón III, buscaba en la gloria militar un medio de integración de la
nacionalidad, un dogmatismo patrio que disciplinara las almas y las hiciera más
dóciles a la acción política. (p. 45).
La batalla de tetuán. Óleo de Dionisio Fierros Álvarez
El autor prepara la historia mediante unos episodios de una familia
normal del Madrid de entonces. En las conversaciones domésticas se va plasmando
el ambiente de los españoles ante la situación, es la técnica habitual de los Episodios. El entusiasmo desbordado que
realmente se vivió en esos días. Pero Galdós quiere contraponer esta postura,
que personaliza en su personaje Halconero, con la visión de un español
amoriscado que vivía en el país del sur –Ansúrez- y que sostenía que entre
españoles y moros no había diferencias. El primero, más representativo de lo
que sentía la mayoría, queda calificado: No
podía someterse el buen señor a este criterio, porque las glorias de su patria
le importaban más que la vida, y prefería morir de un reventón de gusto, a
vivir en la indiferencia de estas glorias ahora refrescadas (página 14). El
tercer personaje del comienzo es Juanito Santiuste, que marcha con la imprenta
del Ejército a África. A pesar de las apariencias no es Pedro Antonio de
Alarcón, en cuya obra bebió Galdós para ilustrarse. El granadino aparece mencionado
en la novela, incluso en conversaciones con Santiuste. El personaje Santiuste
se dirige al personaje Alarcón en estos términos: Verdad que encuentras el lenguaje muy acomodado a la expresión épica
del velos castellano, y al impío desprecio con que se mira a los pobres moros.
Nuestra lengua es una hoja bien afilada para cortar cabezas y un instrumento
sonoro y retumbante para dar al viento las fatuidades y jactancias históricas…
Pero tú has descubierto y has empleado antes que ningún escritor el arte de
suavizar ese instrumento, tocándolo con gracia inaudita. Tu sabes quitar a los
sonidos épicos su vana hinchazón, dándoles una elegancia incomparable,
haciéndolos simpáticos a nuestros oídos y acomodándolos a los nuevos modos del
lenguaje (página 111). Es Juanito el pacifista, el hombre que no entiende
la guerra, el que tiene un hermano que vive en Marruecos como un moro más; el
personaje que contrasta con las ilusiones patrióticas exaltadas. El que se
interna en el territorio enemigo disfrazado para comprender lo que ocurre allí.
Benito Pérez Galdós. Óleo de Sorolla
En la página 69 la novela llega a África, lo que el autor aprovecha para
afilar su sentido crítico y examinar –bien es verdad que a toro pasado- los
hechos con su carga de errores. Tenía Galdós la sospecha de que la guerra no
respondía a una agresión importante sino que fue la excusa para la política de
los gobernantes de entonces. Con éxito, eso sí, dada la explosión entusiástica
de patriotismo elemental y sentido de superioridad racial y religioso.
Santiuste, escéptico, lo expresaba ante un personaje eclesiástico: ¿Cree usted, amigo don Toribio, que existe
el llamado Dios de las batallas? ¿Cree usted en esa confusión del Marte pagano
con nuestro Cristo Redentor, que jamás cogió una espada? ¿Qué piensa usted de
la Virgen, como dispensadora del triunfo en las guerras, al modo de aquellas
diosas que tomaban partido por los griegos o por los troyanos? ¿Al Apóstol
Santiago lo tiene usted por verdadero general de los españoles y matador de
moros? ¿Dónde está el texto de Cristo en que dijera a sus discípulos: montad a caballo
y cortadme cabezas de los hijos de Agar? (página 86). Pero la novela se
hace más bélica. Sin perder de vista las opiniones de los personajes, Galdós
narra los episodios cruciales de la
guerra desde el hecho llamado del boquete de Anyera y la batalla de
Castillejos.
En la Tercera Parte, cuando los españoles ha llegado a la vega del río
Martín cerca de Tetuán, aparece otro de los personajes importantes de la
novela: El Nasiry. Es el cronista, el escritor que –de la misma manera que
Alarcón- va narrando los episodios que se suceden en el campo de batalla, pero
con la visión marroquí. Otro elemento de contraste que Galdós impone al lector
para que no caiga en una simple novela bélica. El autor, fiel a su manera de
narrar, enriquece el relato principal con argumentos paralelos. Santiuste,
disfrazado de moro, aprovecha su estancia clandestina en Tetuán para visitar a
la comunidad sefardita. El tema judío es un clásico en la literatura sobre
Marruecos, especialmente en las novelas que se refieren a este periodo
histórico. A los autores españoles les interesaba el modo de vida de estas
gentes que conservaban un idioma español arcaico y cuya fidelidad a los
españoles que llegaban con O’Donnell era motivo de suspicacia. Su vida en las
mellahs de Marruecos, las relaciones con los marroquíes y esa línea confusa
entre la exclusión y la prosperidad (de algunos) en los negocios. Este
atractivo asunto novelesco no lo deja escapar Galdós, aunque para el lector
actual las noticias etnográficas son las que tienen menos interés.
Galdós se había hecho traducir un capítulo de la obra de Ahmen ben Jaled
en-Nasiri es-Selaui, publicada en El Cairo en 1895. Posiblemente lo hizo
Rinaldi, el hijo de Aníbal Rinaldi que fue el intérprete de O’Donnell
(personaje principal de las negociaciones y que aparece en las obras de
Alarcón, del que fue amigo y compañero de redacción de El Eco de Tetuán, y del propio Galdós). Es su fuente principal para
cambiar de narrador, para ofrecer el punto de vista marroquí. En este libro
están los relatos aprovechados por Galdós para configurar su personaje moro y
algunos judíos. Un capítulo fue publicado en Madrid en 1917 gracias a la
traducción de Clemente Cerdeira.
La cuarta parte del Episodio es la más amarga porque vemos a un autor
escéptico y desilusionado. Más poético, evoca profecías. Santiuste aparece como
el pacificador que no tuvo éxito: sus palabras no interesaban. Pero tuvo éxito
en el amor y raptó a una judía. Se le abría la posibilidad de volver a España
como poeta fracasado o quedarse en Marruecos como renegado. El Nasiry –que
hacía suya la ironía del autor- le alababa las ventajas del país: ensalzó el beneficio grande que resulta de
existir allí muy pocas leyes, simplificación legislativa que compensaba el
bárbaro despotismo del Sultán (p. 326). Ninguno de los dos porvenires era
halagüeño, como la historia de la guerra de España en África.
En Carlos VI en La Rápita, el
comienzo es todavía más escéptico sobre el valor de la guerra y sus frutos.
Santiuste, que ha llegado a una fusión de las tres religiones, ha perdido su
capacidad para elegir bando y para ver las bondades de una sola opción. Se ha
convertido en Confusio (con s). Los españoles han conquistado Tetuán y Confusio
reflexiona sobre el acto de cambiar de nombre a las calles españolizándolas: Bautizando calles, nada conseguiréis. En las
poblaciones marroquíes no habría calles si no fuera indispensable un poco de
suelo común para ir de un edificio a otro. Dejaos de callejear, y buscad la vía
por donde penetrar en los corazones (página 9). Pero no eran en los
corazones donde se pretendía penetrar sino en el país y su dominio. En este
segunda novela, Galdós empieza más intimista en torno a los amores judíos del
desgraciado Santiuste, su enmascaramiento moruno, y continúa por un camino
novedoso al tratar de expresar el punto de vista del marroquí, su situación
ante la derrota, la explicación que dan a los hechos y las penurias que les
acarreó la guerra. No se había llegado a la paz: los españoles luchaban en los
alrededores del Fondak en el camino de Tánger. Santiuste es una confusión, una
mezcla: No te olvides, Juan, que tus
amigos españoles te llaman Confusio, con lo que indican que está en tu
naturaleza confundir las cosas, sin que sepas remediarlo… Puede suceder que un
día te levantes con los sentidos trastornados, y sin darte cuenta confundas lo
cristiano con lo moro…, y recaigas en la gran confusión española, que es
respetar lo ajeno si se trata de dinero o alhajas, y no respetarlo si se llama
mujer (página 83). La confusión que se produce cuando se encuentran dos
mentalidades sociales. Un Galdós distante de las verdaderas motivaciones
políticas, de la guerra como solución y de las consecuencias.
Iglesia de San Joaquín en Iloilo (Filipinas). En el frontón hay un relieve con la batalla de Tetuán.