SÁENZ, Miguel: Territorio (Editorial Funambulista.
Madrid 2017. 231 páginas + 2 hojas. Postfacio de Eduardo Gallarza. Portada:
acuarela del autor).
La solapa del libro nos informa de que
Miguel Sáenz Sagaseta de Ilúrdoz nació en Larache, es doctor en Derecho,
traductor, funcionario internacional, etc. Vivió veintiún años en África y de
esa experiencia resulta esta novela. Sus estancias en Marruecos (primero
Tánger, después Sidi Ifni) se debieron a que el padre era militar y tuvo
destinos en esas plazas. Como correspondía a un militar interventor (que era la
élite de la milicia española en el Protectorado), el padre -Basilio Sáenz
Aranaz- publicó un interesante trabajo sobre el régimen de tierras.
El relato es una remembranza bien escrita de
su existencia infantil y juvenil en la pequeña ciudad de Sidi Ifni. Una larga
reflexión nostálgica, más recuerdo que novela, sobre los días en la colonia;
desde la descripción del territorio humano a la introspección. La descripción es
muy afortunada: la situación de aislamiento, la extraña vida colonial que no se
asemejaba a nada, el trato con el natural del lugar –con el indígena, palabra que Sáenz considera
injustamente tratada-. El territorio marcaba grandes diferencias entre españoles
y baamarainis y, dentro de los españoles, entre oficiales y suboficiales y los
civiles asimilados a uno u otro grupo. Indudablemente,
el sistema social del Territorio era aberrante, pero a todo el mundo le parecía
natural y funcionaba sin fricciones (página 52). Las dos sociedades
convivían con respeto, seguramente con mutua incomprensión y con líneas
imaginarias que no se traspasaban. Extraña
sociedad la ifneña. Pero amable y tal vez en definitiva, cordial (página
56). Y el autor, sin el eterno prejuicio hacia lo colonial como maldad absoluta
que tiene gran parte de la intelectualidad española, nos hace ver que muchos de
los españoles que estaban allí lo hacían por servicio, creyendo que ayudaban al
desarrollo del territorio y sin vocación esclavista o conquistadora. Entre
ellos, el padre del escritor. No se puede revisar la naturaleza de la
colonización como un método de dominio totalitario, no quiero decir eso ni
contradecir a estudios clásicos como el de Hanna Arendt, pero sí que hay que
reconsiderar las relaciones humanas entre colonos y colonizados en la que hubo
de todo, incluyendo algunas muy positivas.
Calle de Sidi Ifni, óleo de Ferrer Carbonell
El autor extiende sus recuerdos sin
convertirse en héroe. Se nos muestra como un chico retraído, muy tímido, que se
asoma a la vida con mucha precaución. Interesado por la actividad intelectual y
el arte, elabora su memoria de Ifni como una unión de hechos familiares
cotidianos sin batallas ni situaciones extraordinarias. Por eso resulta grato:
por su carga de ternura, de interpretación de la familia normal española de la
época y del modo de vida peculiar que se llevaba en un lugar tan apartado. No
desdeña pararse en los problemas como las enfermedades, las carencias y -al
final- la guerra. El valor del libro es que ha reflejado con sinceridad los sentimientos sencillos. En
este sentido, Gallarza en el postfacio recuerda a Georges Arnaud y nos dice: … en temas de infancia, la verdad no existe:
importa que el recuerdo sea sincero, no veraz (página 226).
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