HIDALGO GÓMEZ, Enrique: Las aventuras de Pepe el de Ceuta
(Ciudad Autónoma. Archivo Central. Ceuta 2002. 261 páginas).
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El capitán interventor. Marruecos español 1945 (Aljaima. Málaga 2003. 256 páginas).
Enrique Gómez
Hidalgo, de familia ceutí, nació en Larache donde pasó muchos años de su vida
en Larache, como funcionario encargado de los bienes que el Estado español
mantenía en Marruecos. Por tanto, conoce bien las dos ciudades y la vida en
ellas. De Ceuta habla poco, algunas pinceladas de la vida en la ciudad y
presidio a finales del siglo XIX. En realidad, hay muy poca literatura sobre
Ceuta.
En Pepe el de Ceuta, el protagonista se
traslada a Larache de manera casi involuntaria, por puro azar. Lo que hace que
la novela se convierte en el relato de Larache, de su historia, su crecimiento
y la vida de los primeros españoles que llegaron a la ciudad, sobre todo a partir
de que las tropas españolas la tomaran en 1911. Esas historias familiares de
luchadores anónimos, algunas de las cuales las cuenta Manuel Gago Alario en su
libro Pioneros de Larache (2014), son
el sustrato del libro. En este aspecto, Las
aventuras de Pepe el de Ceuta es un antecedente de La ciudad del Lucus de Cazorla Prieto (http://novela-colonial-hispanoafricana.blogspot.com.es/2013/04/novelas-de-luis-maria-cazorla-prieto.html).
Ceuta: cuartel de El Serrallo
Las aventuras de Pepe el de Ceuta es una
novela crónica de una etapa del protectorado. El autor es cronista de unos
hechos en los que se vale del personaje. Relata con un lenguaje sin pasiones, a
veces administrativo, los primeros tiempos de la ocupación española de Larache,
la inevitable confrontación entre El Raisuni y el coronel Fernández Silvestre,
y el modo de vida de los primeros españoles que se establecieron en la ciudad.
Las incomodidades, los sacrificios, las tragedias de la población anónima. Y
las relaciones con los habitantes del país, en las que el autor se detiene con
varios episodios en los que trata de encerrar la situación de poder, desorden y
dominio del momento cuando se iba a producir el enfrentamiento entre dos
poderes.
El autor no es un novelista distanciado de la
historia, sino que toma partido. Frente a algunos autores que piensan que el
acuerdo con El Raisuni hubiera supuesto la paz en la parte occidental del
Protectorado español, otros opinan que la personalidad del caudillo marroquí
haría que el pacto quedara en papel mojado enseguida. Por eso Hidalgo nos
muestra a un líder carismático pero
arbitrario, cruel y déspota. Y una región sometida al abuso, la inseguridad y
la crueldad de castigos. Frente a esto, la llegada de europeos hizo que se
abrigara la esperanza del orden y la seguridad. Y en esto consiste la moraleja
de la novela que termina con un capítulo que nos narra las peripecias de Pepe
como prisionero esclavizado. Y ese mismo ambiente es el que da paso a la
segunda novela.
El final de la
primera novela nos parece un poco forzado, como terminado con prisas y sin
extenderse en las circunstancias, a pesar de ser un libro con exceso de
minucias. Pero este final suspendido quizás tenga que ver con el proyecto del
autor en escribir la segunda novela –El
capitán interventor- en la que reconoce (en la contraportada) que es la
continuación de la primera. Y que se trata de un relato ameno en el que se
descubre mucho de lo que el autor vivió y presenció en su vida en Marruecos,
formas de vida y de relación. Tal vez peca de exceso de descripciones de
viviendas y de comidas y tés que resultan reiterativas y prescindibles,
abundante en detalles que no añaden nada a la acción. El relato deriva por
caminos etnográficos. Por lo demás, es un ejercicio de recuerdos (como la
primera), escrito con sencillez y con honradez.
Hidalgo mantiene
una tesis personal, la manera en la que él vivió en Marruecos antes y después
de la independencia, en la que resalta los valores de la cooperación y la
convivencia normal entre españoles y marroquíes. El capitán interventor, en esta línea, es la indagación sobre un
español desaparecido en la guerra y otro convertido voluntariamente al Islam.
Visto con normalidad dentro de una pequeña comunidad marroquí. Un canto a los
habitantes de las cabilas y a los interventores españoles que compartieron con
ellos los días de aquella época.
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