BENCHETRIT, Elie: El mazal de los pobres (Hebraica ediciones. Madrid 2017. 232 páginas. Prólogo de Shlomo Ben Ami).
Lo primero que llama la atención en esta novela es un prólogo muy bien
escrito por el que fuera embajador de Israel en Madrid, y luego ministro de
Asuntos Exteriores, Shlomo Ben Ami que nació en Tánger. No es una simple
presentación ni unas palabras de compromiso, como se acostumbra en este tipo de
prólogos. Es un honrado recuerdo de la infancia en la ciudad, de las carencias
de las familias modestas, de la educación y de la emigración. Un prólogo que
sitúa perfectamente la acción y la mentalidad de la novela porque, como señala
Ben Ami: Uno de los muchos méritos del
autor es el haber sabido rescatar la realidad de la jaula de la imaginación y
la nostalgia por el paraíso perdido (el prólogo no lleva las páginas
numeradas). Y, efectivamente, la literatura de los judíos marroquíes está repleta
de nostalgia, aunque no sé si lo perdido era el paraíso. Elie Benchetrit es uno
de los muchos judíos de Tánger que salió de la ciudad para vivir en Europa y
Canadá pero que no puede olvidar sus años de niño en Marruecos.
La nostalgia corre el riesgo de convertirse en melancolía. O de idealizar el territorio de la infancia como si en la primera época de vida solo habitara la felicidad. El autor lo sabe y trata de vitarlo; lo reconoce en párrafos que explican el sentido de la novela: Quedan solamente voces, voces que van llegando de la lejanía y que me esfuerzo en oír lo que dicen, y, cuando no lo entiendo, invento algo. En esta ciudad que he dejado atrás hace muchísimos años, está uno obligado a inventar el pasado y olvidar el futuro; en cuanto al presente me pregunto varias veces si no lo dejamos pasar a propósito sin haberlo conocido (página 73). Los recuerdos no solo son selectivos, si no que alimentan el rencor o el amor. El autor continúa: No llegó a definir este lugar, en el que sin embargo creo que he vivido momentos maravillosos y otros más tristes… Quisiera abandonar mi proyecto de recuperar memorias para describirlas en lo que se convertiría quizás en un falso testimonio producto de mi imaginación (página 73).
El mazal es la buena suerte. Ya desde el título Benchetrit hace un
homenaje a la jaquetía que hablaban los judíos de Marruecos. A veces muy
difícil de entender para el lector español actual, por lo que añade un glosario
al final. Porque el idioma era una de las características principales de este
grupo humano que fue abandonando, poco a poco pero sin pausa, el país. Y la
novela incide en esa otra característica que es el éxodo de la comunidad a
Israel –la patria idealizada- o a otros países en mejor situación económica y
social. Por tanto, es una novela de recuerdos juveniles de una comunidad casi
desaparecida por la emigración masiva,
la novela de la pérdida de una manera de vivir y de sentir, de hacer las
cosas. El final de la tradición secular completada en unos meses, quizás unos
pocos años para abordar la incertidumbre de una nueva vida en un lugar distinto
pero con la esperanza de mejorar. ¿Qué es lo que queda de aquellas personas,
costumbres, relaciones? La literatura que embellece los anhelos y los sueños.
La novela se acaba con la marcha, no nos dice nada de los éxitos o fracasos
posteriores.
Es el relato de un gran cambio enmarcado en una ciudad que sufrió también
un gran cambio. Tánger, en este libro, es parcial pero real. No hace falta
artificios de escritor que no la conoce. En el Tánger internacional convivían varias
culturas, religiones y clase sociales, pero con poca mezcla. Los judíos pobres
no solían relacionarse con los cristianos, pero tampoco con los judíos ricos.
Habitaban el mismo universo con escasa relación. En esto, la novela refleja
parte de una vida perdida. Escrita con sencillez pero con entusiasmo, con
respeto a la verdad íntima, es una lectura agradable y evocadora.
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