PALOMINO,
Ángel: Adiós a los vaqueros (Barcelona 1983. Planeta. 239
páginas; Barcelona 1984. Mundo Actual
de Ediciones. 209 páginas + 2 hojas).
En el otoño de 1975 Franco
agonizaba en la cama. Se sabía que era irreversible y que su muerte abría las
puertas a la democracia en España. En Marruecos veían la oportunidad de
realizar un viejo sueño del irredentismo magrebí, adquirir los territorios de
Sáhara que estaban bajo el dominio español y que las resoluciones de la ONU y
de los tribunales internacionales les negaban. Para ello prepararon una estrategia
que, a la postre, resultaría exitosa. La organización de una gran marcha de
civiles (y militares enmascarados) que penetraría pacíficamente en el
territorio español y que denominaron Marcha Verde. La logística contaba con el
apoyo de los EEUU que no veían bien que el Sahara Occidental cayera bajo la
influencia de Argelia. En un primer momento, la postura española era la de
aguantar en envite, apoyar la independencia y llegar a la guerra si fuera
necesario. Pero las autoridades españolas, muy ocupadas en los cambios en el
poder, y vista la postura estadounidense, optaron pronto por cambiar de
ideales. Decidieron abandonar el territorio en manos de Marruecos y Mauritania
con la condición de que estos dos países organizaran el referéndum de
autodeterminación. Fue un abandono vergonzoso que abrió paso a la toma del
territorio por las huestes de Hassan II. Pero, con el paso del tiempo se está
viendo que fue un abandono pactado por España que, viéndose aislada, prefirió
olvidarse del asunto colonial y diseñar una transición democrática con apoyo
internacional. Este hecho crucial en la historia contemporánea de España no ha
tenido mucho reflejo en la literatura. Pero hay algunas muestras, vamos a
repasar dos.
Ángel Palomino nació en Toledo en 1919 y murió
en Madrid 84 años después. Al estallar la Guerra Civil se alistó como
voluntario en el bando nacional y, al acabar ésta, continuó la carrera militar. Sin embargo, su
vocación literaria y el éxito de sus obras, lo llevó a dedicarse al periodismo
y la literatura. Fue
colaborador de ABC, ARRIBA, y EL ALCÁZAR o LA CODORNIZ.
Era un hombre de ideología franquista que defendió sin cambios hasta el final
de su vida. A Franco le dedicó Caudillo (1992).
Ángel Palomino
Como militar, estuvo varios años destinado
en Marruecos. Allí fue redactor del DIARIO DE LARACHE y subdirector de
la revista FIESTA de Tetuán. De su etapa marroquí resultó el libro Mientras
velas las armas (Larache 1949): un libro de relatos sobre gestas militares
españolas en América, Filipinas o Marruecos.
Como novelista escribió: Zamora y Gomorra (1968, Premio Club Internacional de Prensa en 1968), Torremolinos
Gran Hotel (finalista del premio Alfaguara y Premio Nacional de Literatura
en 1971), Madrid Costa Fleming (1973) o Divorcio para una virgen rota
(1977).
Adiós a los vaqueros es una novela que se
desarrolla en torno a la Marcha Verde. Y está contada al estilo de
Palomino, una forma de narrar rápida y llena de acciones diferentes que llegaba
bien al lector. Crea varias historia paralelas con sus personajes, mezcla los
de ficción con los reales, lo adereza todo de un humor irónico que le sirve de
crítica a la situación del tiempo del libro (es un nostálgico de lo anterior) y
va desgranado su crónica de los sucesos y su ácido retrato de los protagonistas
que aprovecharon la situación para arrimar el ascua a su sardina. Es fácil abordar
el hecho histórico valiéndose de un periodista que fuera testigo y es lo que
hace el autor en un libro que ha perdido el interés del momento pero que
todavía resulta divertida. El autor trata de mostrar la tela de araña del fin
de los españoles en el Sahara y la dificultad del momento. Hay un pesimismo, o
un fatalismo acerca de lo que sucedió. Tal vez se resuma en una de sus frases: El
ratón argelino está jugando una partida chupada, a lo que mejor le sale:
presiona a España para que dispare; promete apoyar al ratón español, pero si el
Gobierno español aprieta el gatillo, Argelia correrá por el desierto en ayuda
de Marruecos, después mandará a Hassan a hacer puñetas, no con ánimo
imperialista, sino como ayuda al más débil, al oprimido, al famoso pueblo saharaui,
que no existió nunca y lo están inventando los otros tres ratones: así creen
ser gatos (página 143 de la edición de 1984).
Por el relato
van apareciendo Franco, Kissinger, Hassan II, Solís Ruiz, etc. Los cita, los
coloca en el suceso, los califica. Pero el protagonismo lo llevan los
personajes de ficción y esos otros que, cambiado el nombre convenientemente,
recuerdan lo suficiente a otros protagonistas. La novela acaba en un discurso
pesimista, una gran frustración. En un lenguaje llano y sin miramientos, lo
dice: Si alguien intenta desflorar a una doncella, despojar a un rico,
adueñarse de una provincia o someter a un pueblo alegando razones
sentimentales, altruistas, ideológicas, espirituales o históricas, difícilmente
lo conseguirá, a no ser que viole, asalte, o dé un golpe de estado; pero si con
números, demuestra que su fuerza, más la violencia, más los intereses creados,
más los hechos consumados, suman estadísticamente un derecho, ya puede
considerarse desvirgada la doncella, el rico despojado, la provincia invadida,
el pueblo sometido (página 186).
Marcha Verde
Curiosamente,
en el asunto saharaui la derecha tradicional y la izquierda progresista tienen
una misma visión de abandono y traición al pueblo saharaui. A la vez que los
políticos –de derechas e izquierdas, salvo contadas excepciones- prefieren
apostar por la estabilidad en el Magreb y la paz con Marruecos, no ven mal el
statu quo actual y, sin decirlo, suspiran porque el país vecino consolide su
posición de expansión territorial. La colonización es sólo de europeos en
África o Asia, no de africanos en África.
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