BAUTISTA VELARDE, Germán: Fang Eyeyá (Gráficas
Barragán. Madrid 1950. 285 páginas).
Germán Bautista García-Velarde es uno de los ejemplos de ocasionales de
Guinea que han dejado obra escrita. Este periodista había nacido en Las Palmas
en 1912 y murió en Madrid en 1988. Empezó su carrera en Buenos Aires (allí
publicaría su primera novela Venerables papanatas), regresó a España y
es nombrado corresponsal de la agencia americana Foreing News
Service. Ejerció la críitica teatral en La
Estafeta Literaria, Solidaridad Nacional y Barcelona
Teatral. Llegó a Guinea para documentarse sobre el terreno con el
objeto de filmar varias películas para Hermic
Films. Decidió quedarse una larga temporada en la colonia española. Envió
crónicas guineanas al ABC, al diario Madrid y a El Español. También publicó en
la revista África.
El autor comprendió
que la selva guineana y sus habitantes formaban un mundo distinto, atractivo
para un libro y desconocido para el público español. Con ese deseo de contar
sus experiencias y la intuición de originalidad en el escenario, publicó la novela.
Esta novela tiene varios paralelismos con Efún de Liberata Masoliver que
se publicará cinco años después. Parte de una visión tradicional de la sociedad
y, dentro de la moral convencional de la época, incluyen algunos episodios de
escándalo social. Ambos autores ven Guinea como una tierra de regeneración tras
un fracaso, algo muy propio de la mentalidad colonialista de siglos anteriores.
No cuestionan en ningún momento el sistema racista de castas en que se
estructuraba la sociedad colonial guineana.
Germán Bautista Velarde
Bautista Velarde no era un colonial, era un turista.
A principios del siglo XX hubo una importante polémica literaria en Francia
sobre literatura colonial. Algunos autores franco-argelinos señalaban que solo
pueden escribir literatura colonial los que habitaban en las colonias.
Evidentemente, esto era una boutade. Pero detrás de esta afirmación se
encerraba algo importante: Los autores nacidos y que habitaban las colonias
comprendían de manera natural el fenómeno colonial; los que iban de viaje, sólo
veían algunos aspectos llamativos de la cuestión. A los primeros se les puede
achacar su distanciamiento del indígena y su manera de vivir. A los segundos se
les puede reconocer que atisbaban comportamiento extraños que los coloniales
veían como naturales. En conclusión, unos y otros ayudan a comprender la situación
con visiones parciales más o menos acertadas.
Como digo, Bautista
Velarde fue un viajero al que fascinó la Guinea Española. Por eso plasmó en su
novela –no es un caso único- algunos hechos pintorescos, llamativos o
folklóricos que los viajeros entendían como distintos y dignos de ser contados.
Por eso en estas novelas es imprescindible una cacería, un balele, un
adepto a la secta bwetí, la tumba que comunicaba en la selva a golpe de
tan tan, una aventura erótica con mujeres locales, el peligro de la selva, el
contacto con jefes de tribu, etcétera. Y nuestro autor no se sustrae a ello.
Autor que asume sin
crítica los estereotipos de la mentalidad colonial. Desde el principio lo deja
claro. Los europeos llegaban a Guinea con lo misión civilizadora de introducir
al africano en la economía europea y llevarle hábitos de trabajo: Necesitaban
blancos, pero hombres duros y aventureros que supieran sacar el máximo
rendimiento de los indígenas (página 23). Eran hombres providenciales en un
mundo primitivo y resabiado donde la voluntad y el músculo libraban su más
formidable encuentro (página 27), sin ningún pudor describe su mentalidad
(la de muchos de los colonos) respecto al país: la vuelta a lo primitivo, el
fantástico retroceso a una sociedad estacionada en la edad de hierro; una
sociedad elemental y caprichosa, sin sentido ético, apegada aún a la selvática
ley de la costumbre fundada en las más ancestrales supersticiones y en los más
violentos instintos (página 51). Con estas palabras, el autor no engaña
sobre su visión al novelar. Han pasado sesenta y cinco años desde la
publicación pero es fácil comprender que incluso entonces -1950- se podía ver de otra manera la
vida de los guineanos.
Velarde asumió los
prejuicios coloniales que los residentes en Guinea debieron transmitirle. Su
visión del español esforzado que trata de civilizar a unos salvajes indolentes
y su visión de la mujer indígena persiguiendo al europeo protector, responde a
esa visión colonial. En realidad, al autor no le parece importar eso mucho. No
hace una crítica de las costumbres coloniales ni las plasma más allá de dar una
visión folklórico-exotista de Guinea como escenario original de una novela. Lo
que le interesa al autor es la figura del español expatriado y protagonista del
relato, Marcos. En él resumen la figura típica de la literatura colonial del
hombre atormentado por algún problema grave en la metrópoli que toma la colonia
como lugar de redención. O, simplemente, como lugar donde rehacer un camino
torcido o no deseado; un lugar en el que recuperar la posición en la vida, la
autoestima o el reconocimiento. La colonia se convertía así en el hogar de
tipos raros, hombres duros llenos de rencores o complejos, sujetos con un
pasado oscuro o personas que luchaban contra sí mismas. Esto entroncaría con la
filosofía de las colonias penitenciarias ya elaborada por Edward Gibbon
Wakefield en el siglo XIX. Los hombres que se enfrentan a sí mismos metáfora de
su enfrentamiento a la tierra hostil: Era emocionante comprobar día a día el
triunfo del hombre sobre las resistencias milenarias de la gran selva, que iba
siendo despojada de toda su belleza majestuosa, pero indómita y negativa
(páginas 227-228). El sacrifico era la penitencia que, cumplida, redimía al
hombre y premiaba al trabajador.
En esto, la novela
colonial sirve para falsear la realidad colonial. En cierta manera, se
desarrolla como algunos western cinematográficos. La realidad inventada supera
–en el imaginario colectivo- a la realidad. En la colonia guineana lo que
había, ante todo, eran hombres que trataban de ganarse la vida lo mejor y más
abundante posible. Y, tal vez, lo que une la ficción con la realidad eran ciertas
tensiones sexuales derivadas de la falta de mujeres europeas y las relaciones
libres con las mujeres guineanas.
Se trata de una
novela correctamente escrita, sencilla pero entretenida. Y, sobre todo, estamos
ante un ejemplo canónico de mentalidad colonial.
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