viernes, 18 de septiembre de 2015

NOVELAS DE PLANTACIÓN EN LA GUINEA ESPAÑOLA (2): FANG EYEYÁ de GERMÁN BAUTISTA VELARDE.

BAUTISTA VELARDE, Germán: Fang Eyeyá (Gráficas Barragán. Madrid 1950. 285 páginas).

   Germán Bautista García-Velarde es uno de los ejemplos de ocasionales de Guinea que han dejado obra escrita. Este periodista había nacido en Las Palmas en 1912 y murió en Madrid en 1988. Empezó su carrera en Buenos Aires (allí publicaría su primera novela Venerables papanatas), regresó a España y es nombrado corresponsal de la agencia americana Foreing News Service.  Ejerció la críitica teatral en La Estafeta Literaria, Solidaridad Nacional y Barcelona Teatral. Llegó a Guinea para documentarse sobre el terreno con el objeto de  filmar varias películas para Hermic Films. Decidió quedarse una larga temporada en la colonia española. Envió crónicas guineanas al ABC, al diario Madrid y a El Español. También publicó en la revista África.

   El autor comprendió que la selva guineana y sus habitantes formaban un mundo distinto, atractivo para un libro y desconocido para el público español. Con ese deseo de contar sus experiencias y la intuición de originalidad en el escenario, publicó la novela. Esta novela tiene varios paralelismos con Efún de Liberata Masoliver que se publicará cinco años después. Parte de una visión tradicional de la sociedad y, dentro de la moral convencional de la época, incluyen algunos episodios de escándalo social. Ambos autores ven Guinea como una tierra de regeneración tras un fracaso, algo muy propio de la mentalidad colonialista de siglos anteriores. No cuestionan en ningún momento el sistema racista de castas en que se estructuraba la sociedad colonial guineana.
Germán Bautista Velarde
   Bautista Velarde no era un colonial, era un turista. A principios del siglo XX hubo una importante polémica literaria en Francia sobre literatura colonial. Algunos autores franco-argelinos señalaban que solo pueden escribir literatura colonial los que habitaban en las colonias. Evidentemente, esto era una boutade. Pero detrás de esta afirmación se encerraba algo importante: Los autores nacidos y que habitaban las colonias comprendían de manera natural el fenómeno colonial; los que iban de viaje, sólo veían algunos aspectos llamativos de la cuestión. A los primeros se les puede achacar su distanciamiento del indígena y su manera de vivir. A los segundos se les puede reconocer que atisbaban comportamiento extraños que los coloniales veían como naturales. En conclusión, unos y otros ayudan a comprender la situación con visiones parciales más o menos acertadas.
   Como digo, Bautista Velarde fue un viajero al que fascinó la Guinea Española. Por eso plasmó en su novela –no es un caso único- algunos hechos pintorescos, llamativos o folklóricos que los viajeros entendían como distintos y dignos de ser contados. Por eso en estas novelas es imprescindible una cacería, un balele, un adepto a la secta bwetí, la tumba que comunicaba en la selva a golpe de tan tan, una aventura erótica con mujeres locales, el peligro de la selva, el contacto con jefes de tribu, etcétera. Y nuestro autor no se sustrae a ello.
   Autor que asume sin crítica los estereotipos de la mentalidad colonial. Desde el principio lo deja claro. Los europeos llegaban a Guinea con lo misión civilizadora de introducir al africano en la economía europea y llevarle hábitos de trabajo: Necesitaban blancos, pero hombres duros y aventureros que supieran sacar el máximo rendimiento de los indígenas (página 23). Eran hombres providenciales en un mundo primitivo y resabiado donde la voluntad y el músculo libraban su más formidable encuentro (página 27), sin ningún pudor describe su mentalidad (la de muchos de los colonos) respecto al país: la vuelta a lo primitivo, el fantástico retroceso a una sociedad estacionada en la edad de hierro; una sociedad elemental y caprichosa, sin sentido ético, apegada aún a la selvática ley de la costumbre fundada en las más ancestrales supersticiones y en los más violentos instintos (página 51). Con estas palabras, el autor no engaña sobre su visión al novelar. Han pasado sesenta y cinco años desde la publicación pero es fácil comprender que incluso  entonces -1950- se podía ver de otra manera la vida de los guineanos.

   Velarde asumió los prejuicios coloniales que los residentes en Guinea debieron transmitirle. Su visión del español esforzado que trata de civilizar a unos salvajes indolentes y su visión de la mujer indígena persiguiendo al europeo protector, responde a esa visión colonial. En realidad, al autor no le parece importar eso mucho. No hace una crítica de las costumbres coloniales ni las plasma más allá de dar una visión folklórico-exotista de Guinea como escenario original de una novela. Lo que le interesa al autor es la figura del español expatriado y protagonista del relato, Marcos. En él resumen la figura típica de la literatura colonial del hombre atormentado por algún problema grave en la metrópoli que toma la colonia como lugar de redención. O, simplemente, como lugar donde rehacer un camino torcido o no deseado; un lugar en el que recuperar la posición en la vida, la autoestima o el reconocimiento. La colonia se convertía así en el hogar de tipos raros, hombres duros llenos de rencores o complejos, sujetos con un pasado oscuro o personas que luchaban contra sí mismas. Esto entroncaría con la filosofía de las colonias penitenciarias ya elaborada por Edward Gibbon Wakefield en el siglo XIX. Los hombres que se enfrentan a sí mismos metáfora de su enfrentamiento a la tierra hostil: Era emocionante comprobar día a día el triunfo del hombre sobre las resistencias milenarias de la gran selva, que iba siendo despojada de toda su belleza majestuosa, pero indómita y negativa (páginas 227-228). El sacrifico era la penitencia que, cumplida, redimía al hombre y premiaba al trabajador.
   En esto, la novela colonial sirve para falsear la realidad colonial. En cierta manera, se desarrolla como algunos western cinematográficos. La realidad inventada supera –en el imaginario colectivo- a la realidad. En la colonia guineana lo que había, ante todo, eran hombres que trataban de ganarse la vida lo mejor y más abundante posible. Y, tal vez, lo que une la ficción con la realidad eran ciertas tensiones sexuales derivadas de la falta de mujeres europeas y las relaciones libres con las mujeres guineanas.


   Se trata de una novela correctamente escrita, sencilla pero entretenida. Y, sobre todo, estamos ante un ejemplo canónico de mentalidad colonial.

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