LÓPEZ HIDALGO, José Antonio:
El río de una sola orilla. Guinea, del crimen del río Etumbe a la
independencia (Girona 2015. Cal-lígraf. 161 páginas).
López Hidalgo ya es un veterano de la novela sobre Guinea. El 1995
publicó La casa de la palabra y ahora vuelve a Bioko, donde residió
entre 1988 y 1990, con El río de una sola orilla. En 2006 ganó el premio
internacional de novela Juan Rulfo con El punto se desborda, que se
sitúa también en Guinea Ecuatorial pero en la época actual, sin referencias
coloniales.
En El río de una sola orilla nos presenta a un restaurador de
libros que llega a Luba para cuidar la biblioteca claretiana de la localidad.
Por casualidad encuentra un documento sobre un padre cuya memoria ha sido
borrada y siente la curiosidad de investigar acerca de él y de los sucesos que
precedieron a la independencia del país. La técnica es la clásica de una novela
de este tipo. El restaurador va entrevistando a los protagonistas vivos de
aquel tiempo para reconstruir los hechos ocultados. Con esta intriga nos
muestra un ambiente colonial y postcolonial suficientemente dibujado como para
reconocer situaciones y personas. Aparecen los viejos coloniales, en sus dos
categorías. Los añorantes del paraíso perdido: El profesor pertenecía a ese
grupo de españoles que insisten en que los mejores años de sus vidas fueron los
transcurridos en Guinea, lo que da una idea exacta de cómo vivían los blanco en
la colonia (página 33). Y los que pasaron página como algo
irremediablemente ido y superado: Los españoles que vivieron allí y no han
sabido pasar página huelen a agua estancada. Se pudren en sus recuerdos y
cierto aire de frustración. Fueron expulsados del paraíso y no se lo perdonan
ni a sí mismos. Creen que no defendieron lo suyo suficientemente, que España
les abandonó. No suelen ser buena compañía (páginas 34-35), como describe
uno de los personajes. El indagador se ve impotente ante un muro de silencios,
olvidos, ignorancia, se topa con los descendientes de los viejos caciques
coloniales que quieren impedirle seguir en su investigación por miedo a que
aparezcan las verdaderas personalidades de sus parientes. Así que decide, en
vez de aclarar los hechos y mostrarlos, escribir una novela donde los cuente
con nombres figurados. Así, en la página 59, comienza la segunda parte del
libro que es la novela del protagonista.
López Hidalgo
La verdad es que no entiendo muy bien esta larga introducción. La segunda
parte de la novela, con sustantividad propia, no la necesitaba. Es un
interesante relato sobre un tema tabú en la época colonial, el canibalismo. El
autor lo aborda aprovechando la figura del padre Laínez, entiende que fue un
tema exagerado a propósito o por desconocimiento y desmitifica la secta bwetí.
Y tras ello hay algo que ahora parece evidente para los que nos interesamos por
la colonia de Guinea: el profundo desconocimiento que los españoles tenían del
mundo africano. Es posible que a la mayor parte de los funcionarios, militares,
empleados y plantadores que fueron al territorio las cuestiones de
antropología, historia o etnología no le importaban nada. Pero bien pudieron
las autoridades hacer un esfuerzo mayor en esos campos que hubiera llevado a un
mejor conocimiento de la población indígena, a la mejora de las políticas
coloniales y del trato y a la superación de algunas cuestiones de convivencia.
Posiblemente el indígena guineano tampoco entendía al blanco pero ellos no se
movieron de su tierra.
López Hidalgo ofrece una interpretación sugestiva sobre las sectas
secretas indígenas. Amparándose en una ficción, desentraña algunas cuestiones
desmitificando la importancia que dicen que llegó a tener, la crueldad de sus
métodos y la creencia de que la antropofagia estaba muy extendida. Quizás la
secta bwetí, y otras similares, no fuera más que un juego. Nunca se sabrá del
todo. A lo mejor fue utilizado por los servicios coloniales para someter aún
más a los guineanos. Ya decimos que los españoles dieron poca importancia a la
antropología. Las referencias a esta práctica en la época colonial son escasas,
a pesar de que los franceses ya hablaban de ella en el siglo XIX (desde Chaillu
en 1863). En la década de los cuarenta del siglo XX el antropólogo González de
Pablo publicó dos artículos en Actas y Memorias de la Sociedad Española de
Antropología, Etnografía y Prehistoria (1944) y en los Cuadernos de
Estudios Africanos (1946). Y el presidente del Tribunal Colonial José
Antonio Moreno dio una curiosa interpretación (después de unos juicios) en la Revista
de Antropología y Etnología (1949). Más tarde aparecería el estudio de
Antonio de Veciana: La secta del bwiti en la Guinea Española (1958) y un
amplio reportaje del periodista José Manuel Novoa: Iboga. La sociedad
secreta del bueti (1998), que además realizó algunos documentales
cinematográficos.
Como resumen, El río de una sola orilla no es simplemente una novela
negra, aunque esté editada en una colección de este género, sino un brillante,
original y bien trazado relato de lo vivido (en parte imaginado) en el bosque
de Río Muni al finalizar el periodo español. De la convivencia real (o ficticia
pero posible) entre fangs, pigmeos, autoridades coloniales y claretianos.
El tema es muy sugestivo para los que en alguna época tuvimos la suerte de residir en Guinea Ecuatorial. Permanecí en aquel país durante tres años recién sucedida la emergencia desde 1970 hasta 1973, una época apasionante de transición con el gobierno de Macias en pleno apogeo. Por todo ello leyendo su artículo de opinión, casi todo me es familiar, y soy un empedernido seguidor de todo lo referente a aquel país. Tengo una pequeña colección de publicaciones sobre Guiinea, aunque este libro no lo conocía, pero si que tengo del mismo autor el premiado, El punto se desborda,del que escribí un artículo en un canal digital local
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