ALDECOA, Josefina R.: Historia de una maestra
(Anagrama. Barcelona 1990. 232 páginas; Círculo de Lectores. Barcelona
1991. 205 páginas; Compactos Anagrama. Barcelona 1996. 129 páginas; Aguilar.
Crisol. Madrid 2004. 498 páginas; Alfaguara. Barcelona 2006. 225 páginas; Punto
de Lectura. Madrid 2007. 237 páginas; Debolsillo. Barcelona 2016. 236 páginas).
Josefina Rodríguez
Álvarez, que firmaba Aldecoa por el que fue su marido Ignacio Aldecoa,
fallecido prematuramente, publicó en 1990 una novela de éxito que tiene una
parte dedicada a la colonia de Guinea: Historia de una maestra. La
novela, primera de una trilogía, se continuaría con las novelas Mujeres de
negro (1994) y La fuerza del destino (1997). Está escrita como
homenaje a la labor callada, insistente y poco reconocida de las maestras
rurales desde los años de la II República. Puede ser la historia de la madre de
la autora y de otras muchas maestras más. La historia de una generación de
pedagogas que creyeron en la labor de enseñar a los niños españoles de las
zonas más deprimidas. Desde los montes de León –donde la autora nació en 1926-
hasta los confines coloniales. Creyendo que la labor callada y persistente de
enseñar las primeras letras y reglas debía estar imbuida de un ejercicio
vocacional de transformación de personas, de transmitir valores y sentimientos
de estima que hiciera a las personas –desde pequeñas, más críticas, más
exigentes y más suficientes. Se enseñaba el valor de la dignidad humana.
Josefina R. Aldecoa
Es cierto que la
autora no conocía Guinea (murió en 2011 a los 85 años de edad), y que el relato está inspirado en conversaciones y lecturas. En
el recuerdo de su madre. Si se examina detalladamente se pueden observar
algunos errores y situaciones anacrónicas. No es una novela histórica, ni busca
la fidelidad de los hechos de manera absoluta, sino la visión de una maestra en
la Guinea de finales de los años 20 del siglo XX. Por esto, la novela merece un
comentario especial. Porque supo romper la tradición de las novelas sobre
Guinea, novelas de bosque y plantación, pintoresquistas, relatos de un mundo de
hombres y de relaciones interraciales. Ya Liberata Masoliver puso el
protagonismo en la mujer, pero era una mujer en una situación provisional,
sustituta del marido. Aldecoa pone el
punto de vista en una mujer sola, joven e independiente. En esos años, las
únicas mujeres solas que podían acudir a la colonia eran, precisamente, las
maestras. Lo que las colocaba en una situación muy especial y podían observar
el mundo alrededor con una mirada distinta. La maestra llega a una población
del continente que puede ser Bata, aunque no diga el nombre. Era el centro de
curiosidad. Su sensibilidad y su manera de ver la colonia eran distintas. No
era una colonial pura, ni un funcionario con poder en el gobierno y sobre los
colonizados. Era una maestra cuya ocupación consistía en formar a los niños
guineanos, intentar hacerlos adultos exigentes.
La escuela en la
colonia había pasado de los misioneros protestantes, los primeros que las
crearon, a los misioneros católicos españoles. Los jesuitas primero, y los
claretianos después tuvieron el monopolio de la enseñanza. Eran buenos agentes
de colonización, imprescindibles incluso antes que los militares. Llegaban a
todas partes y enseñaban el idioma y el respeto a la madre patria y sus
instituciones según el criterio de orden público colonial. Facilitaban el
gobierno y el control. En cierta manera, eran órganos del Estado y como tales
cobraban de los presupuestos. Daban y exigían. Tenían conflictos de intereses
con los gobernadores. En algunas épocas (por ejemplo, tras la revolución de
1868) el Estado creó escuelas no religiosas en consonancia con la laicidad
oficial. En otras, como la época de Franco, la educación de los religiosos convivía
con la estatal aunque el Estado fuera confesional. Estos temas fueron
estudiados en época colonial por Heriberto Ramón Álvarez Historia de la
acción cultural en Guinea Española (1948), que fue el inspector de
educación en la etapa del gobernador Bonelli. Ambos creyeron que era la hora de
formar a los guineanos para la inevitable independencia y se esforzaron en
crear una estructura de educación pensada para la formación de las nuevas
clases dirigentes. Tuvieron muchos problemas al chocar con la mentalidad
colonial tradicional. Posteriormente ha sido objetos de libros del catedrático
Olegario Negrín Fajardo en Historia de la educación en Guinea Ecuatorial
(1993).
Josefina Aldecoa
dedica pocas páginas a Guinea, unas treinta. Son recuerdos desperdigados de una
mujer que sufre la soledad, la incomprensión y hasta los intentos de abuso. No
son los recuerdos de la autora, sino lo que oyó contar. Son memorias familiares
transmitidas y recogidas desde el cariño. Retrato de una mujer de hace mucho
tiempo que vivió en una situación insólita y difícil. Seguramente muy difícil
en esa época: El tiempo que pasé en Guinea fue un tiempo de soledad. Era un
mundo de hombres, la mayoría también solitarios. Un mundo duro de lucha y
sacrificio para conseguir el único fin que parecía tener claro: el dinero.
Plantadores, comerciantes, funcionarios, negociantes, todos llegaban a la
Colonia dispuestos a regresar con dinero. Esta meta no implicaba necesariamente
que los blancos coloniales fueran unos malvados. Pero sí suponía en ellos un
comportamiento áspero, poco dado a valorar matices y a aceptar sensiblerías
(página 69 de la 1ª edición). Su visión de las cosas contrastaba con la
dominante en el territorio. Su concepto de la enseñanza no era el que usaba: La
Misión tenía unas cincuenta internas adultas que vivían con tres monjas y una
hermosa iglesia atendida por un sacerdote. Me cuesta trabajo identificarme con
la innegable labor de las monjas. Las internas aprenden oficios; salen de su
condición de analfabetas desnutridas y son educadas en la religión católica. Es
verdad. Pero ya entonces creía yo más en la justicia que en la caridad.
Respetaba la labor de las monjas pero no era mi labor. Educación, cultura,
libertad de acción, de elección, de decisión. Y lo primero de todo, condiciones
de vida dignas, alimentos, higiene, sanidad (página 70).
La mujer trató de
adaptarse al medio, pero no lo comprendía. No le gustaba el sistema social
impuesto. Las diferencias marcadas por los coloniales, sobre todo frente a los
indígenas aunque no solo, no son comprendidas por la joven idealista. Una
mirada crítica, a pesar de la brevedad. Es cierto que Historia de una
maestra no es una novela sobre Guinea porque las páginas ultramarinas son
apenas un episodio. Pero es cierto que la autora exploró otro camino en la
forma de contar las cosas coloniales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario