VIERA,
Jorge Omar: Las constelaciones indiferentes
(Editorial Funambulista. Las Rozas 2015.
358 páginas + 2 hojas).
La última aportación al imaginario de Ifni en la novela
española, por el momento, se la debemos
a Jorge Omar Viera, escritor de origen argentino y de destino ambulatorio. Una
de sus residencias estuvo en Marruecos y allí pudo encontrar inspiración para Las constelaciones indiferentes (2015)[1], título que tomó en
préstamo de unos versos de Michel Houellebecq. Al autor no le importa la
fidelidad histórica ni tampoco es fiel a la geografía. Ifni es un escenario
fingido, una escusa perfecta para situar los sentimientos del aislado
personaje. Sitúa al territorio español en el Sus, nombre administrativo de la
región actual de Marruecos, pero nunca en la época se identificaba a Ifni con
tal río que quedaba más al norte. Ni tampoco era un desierto de arena como nos
lo hace ver. Pero eso no significa que el autor no sepa historia y geografía,
de hecho dedica páginas a recordar el pasado de Santa Cruz, los escritos de
García Figueras y de Viera Clavijo o las aventuras del británico Glas. Sino que
no le interesaba un relato de minuciosa reconstrucción histórica. Lo que le
importa es el cafard o deterioro psíquico de un militar desplazado, solo y
asombrado porque lo que creía un destino privilegiado se convierte en un
destierro infinito. Es un tema recurrente en la novela colonial, pero no está
agotado porque los vericuetos del alma son siempre un buen arguemnto para la
ficción. La contraportada nos enseña que la novela tiene ecos de Buzatti y de
Bowles, y efectivamente recuerda a El
desierto de los tártaros en algunos de sus episodios. También a otros
autores que novelaron la depresión africana como Pierre Loti o Ennio Flaiano.
Viera, como
decimos, exagera la soledad y el apartamiento de Sidi Ifni hasta hacerla
irreconocible. En algunas páginas da señales cierta de localización, como la
inevitable mención a La suerte loca
que era un restaurante punto de encuentro de soldados en el servicio militar y
que gusta mucho a los novelistas posteriores. Pero el lugar maldito, situado en
tierra de nadie, alejado y hostil no es reconocible sino imaginable. Deriva
hacia operaciones militares que nunca tuvieron lugar ¿Cómo se sostiene la autoridad en el desierto? ¿Existe alguna regla,
alguna pauta que sigan tanto los dromedarios como los escorpiones o las dunas o
los ciempiés o los nómadas? (página 95), se pregunta el teniente coronel
Laplace como interrogándose por el significado de su absurda misión iniciada
con la ilusión con que se aborda lo importante y que pronto cae en la decepción
del apartamiento, tal vez preterición profesional. Y va cayendo en la
melancolía de los tristes, de los que no encuentran sentido a lo que hacen. Lo
que le lleva a recordar los años pasados y felices, la infancia, la juventud en
el norte de España en un paisaje tan distinto. Y con eso pasan las páginas de
la novela, entre imágenes sentimentales y ansiedad vital. La rememoración de
sus días en Asturias, enmarcados en los conflictos sociales que van desde la
revolución de 1934 hasta la Guerra Civil.
Laplace es un
hombre atribulado y sus tribulaciones constituyen e argumento central del libro,
intimista y psicológico. Por eso, a veces Ifni es una parte esencial y
diferenciadora del relato y otras parece un lugar cualquiera sustituible por
otro. La novela no tiene una estructura unitaria ni una escritura uniforme. Es,
sin duda, una aportación distinta a la novela colonial hispanoafricana. La
novela se agranda con aportaciones diversas: la vida de Franco, la ocupación de
Ifni, la política internacional. La place se hace intermitente. El lector
pierde el hilo principal para volver a recuperarlo páginas mediante. Todo ello
porque la historia la va contando el periodista que encuentra, en la época
actual, los papeles del militar y los va interpretando/desenmarañando según los
avatares de su vida personal. Laplace ve que su destino especial es solo un
destierro y que el que lo llevó hasta allí con la promesa de una buena carrera
–el mismísimo Franco- lo engañó inexplicablemente. Y se veía encerrado,
impotente para salir de la trampa. El engaño inexplicable del dictador amigo
sirve de ejemplo para explicar la dictadura.
Quietud, óleo de Rafael Pellicer (Medalla de Honor en la II Exposición de Pintores de África 1952)
Laplace sufre la
transformación final, casi milagrosa, en un viaje al Sus. Hay un cambio radical
en su manera de pensar y en sus afectos políticos. El territorio lo ha
transformado sin darse cuenta. El mundo se le abrió desde un agujero. Pero al final le falta algo que redondee el relato.
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