RIESTRA, Blanca: Últimas
noches del edificio San Francisco (Algaida.
Sevilla 2020. 338 páginas).
Con esta novela Blanca Riestra ganó el
premio Ateneo de Sevilla en 2020. La autora es gallega pero se confiesa
tangerina en la dedicatoria. Es doctora en filología, profesora; por su
profesión y su dedicación, y por la temática de sus novelas, es una apasionada
de la literatura. Probablemente eso la llevo a Tánger para contar la historia
de una pandilla de escritores.
De todos los Tánger posibles que cabían en
la ciudad internacional, la autora se fija en el de los artistas, bohemios,
escritores más o menos malditos, genios pretendidos, etcétera. Es un aspecto
fascinante de los últimos tiempos del Estatuto y primeros de la independencia.
Un conglomerado de personajes reales que merecen ser de ficción por su riqueza,
complejidad, interés en su persona y en su obra. Tal vez lo menos interesante
sea su obra. Se ha hecho mención a esta sociedad en algunos relatos, incluso en
los escritos por los protagonistas. Pero ahora Riestra lo pone como centro de
una novela. Y nos advierte desde el principio de la condición de sus criaturas:
Más que una ciudad, Tánger es una especie
de hospital de degradación del espíritu. Casi nadie de los que aquí ve desearía
regresar. Porque ninguno encajaría ya en sus sociedades de origen (página
28). Puede darse la vuelta a la afirmación y decir que nunca encajaron en sus
sociedades de origen y por eso se fueron a Tánger. Porque eran personas
distintas, peculiares, ajenos al rebaño y a las convenciones. Posiblemente gente atormentada en mayor o
menor medida que pensaban que huyendo de su ciudad iban a poder huir de sí
mismos. Y en Tánger formaron una de las
distintas burbujas que existían en la ciudad. Una pequeña comunidad de extraños
dentro de una ciudad en la que convivían muchas comunidades distintas con pocos
lazos de comunicación. Persona interesante convertidos en grandes personajes de
una gran novela.
No estaban todavía en la era de la
globalización, el oriente quedaba al alcance de la mano. Podían divertirse bien
sin los límites sociales de sus países. Vivir era barato: la casa, la comida,
la droga, el sexo… Una manera de vivir que la autora centra en Bowles, un
escritor exotista, turista permanente, que nunca llegó a integrarse en el mundo
magrebí ni a comprenderlo, pero que contaba historias coloniales que gustaban
al lector occidental de la época. Un colonial excéntrico, pero colonial a la
postre. Nunca tuvo la profundidad de otros escritores, Montherlant por ejemplo,
que llevaban las mismas pretensiones cuando acudieron al norte de África.
Pero no es solo la novela de unos seres
raros en una ciudad rara. Hay un intento de explicar la vida de la ciudad
decadente. La protagonista de la novela es la ciudad misma en la que se sitúan
algunos personajes extranjeros y unos pocos locales, reales y de ficción, para
comprender lo que era Tánger. Y un plano íntimo que acaba siendo principal, el
de la vida de la protagonista Carmen que recuerda mucho a Laforet aunque no sea
ella misma. «A Carmen Laforet no la quise poner con
su nombre, porque me parece problemático y tiene familia. Su recreación se ha
basado en textos y testimonios reales, pero la recreo y la hago actuar a través
de un personaje de ficción inspirado
en ella», decía Riestra en ABC el 1 de diciembre de 2020, en una entrevista
tras ganar el premio: https://sevilla.abc.es/cultura/libros/sevi-blanca-riestra-recrea-tanger-festivo-bowles-novela-ganadora-ateneo-sevilla-202012011403_noticia.html A esto hay que
añadir una nota final explicatoria llena de humor inteligente.
La autora usa los nombres y esconde los
apellidos, pero no hace nada para impedir la identificación. Paul y Jane Bowles
son imprescindibles en el relato de Tánger literario. A Emilio Sanz de Soto lo
convierta en narrador de la segunda parte. En menor medida, Burroughs o Chukri.
Ese mosaico social, la aparición de muchos personajes en la acción que implica
una dificultad narrativa, y el protagonismo de la ciudad especial, nos lleva a
lo mejor de la literatura tangerina, a Ángel Vázquez (también personaje). Pero
recuerda algunas novelas de Naguib Mahfuz, salvando las distancias no solo
geográficas entre Tánger y El Cairo.
La autora no es tan joven ni tan bisoña para
que su fascinación personal por la literatura le estropee una buena novela. Ha
sabido huir del relato apasionado de lectora ansiosa de literatura y ha creado
un panorama que demuestra dos cosas. Primero que ha hecho literatura en estado
puro, huyendo de los tópicos de siempre y de los relatos donde la intriga -bien
amañada por artesanos de la narración- atrapa al lector sin ningún fondo. Y
segundo, que Tánger no es un tema agotado en la novela. La ciudad concebida
como zona extraterritorial, extratemporal va decayendo a la vez que asistimos a
la decadencia física de los personajes cuyo modo de vida no tiene más
extensión. Entonces supe que todos éramos demonios y estábamos en el
infierno (página 251). Es una novela de personajes, de situaciones que
cambian en un buen ritmo, un mosaico en el que coloca a cada ser dentro del
cuadro del que formaban parte. Deslizando su historia personal en el mismo
tobogán descendente de la ciudad. Al final, ellos eran los que sobraban en la
ciudad. Uno de los personajes marroquíes lo dice: …creéis que nosotros somos
las comparsas de vuestras existencias y no se os ocurre que quizás seáis
vosotros las comparsas de las nuestras (página 332).
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